20 de octubre de 2018

La vagina que nos parió.

La vagina es democrática por antonomasia. La vagina es abertura, es dolor de parto como pliegues de succión, es puerta de salida del ser invaginado como puerta de entrada al mundo del clímax en donde se funde y confunde, placer con satisfacción. La vagina es la última instancia, el último responso antes del vacío sideral, símil a los agujeros negro, en donde el tiempo y el espacio, se van de razón, se tergiversan en la posibilidad de la otra vida, en el más allá de esta vida, que no debe ser más que el estadio intrauterino del cuál provenimos, en donde no había nada por demandar, de allí que no existiera el deseo en cuanto tal y por ende la no facultad de conciencia, mucho menos de deseo.

En la constitución de esto mismo, es que antes de ser seres deseantes, somos seres demandantes. Al no poder sernos correspondidas todas y cada una de ellas, esos faltantes, desajustes o no provisiones, las constituimos en deseos que operan en el plano de lo filosófico, es decir en lo que puede como no puede ser, en el reino de las primeras y las últimas causas. El deseo se agrava en complejidad, dado que al cumplimentarse, deja de ser tal o de operar como deseo, lo mismo sucede con la filosofía, no puede ser ciencia que determine un campo acotado, ni mucho menos un ejercicio que cumpla una función específica.

Al no tener, el sujeto político, es decir el hombre atado al contrato social (entiéndase este como condicionante, o como sucedáneo de una lógica de amo y esclavo) un resultante conveniente, convincente, que lo reafirme en su posibilidad de ser todos a la vez (de aquí surge la igualdad de posibilidades o de oportunidades, como si fuese un axioma al estilo la prohibición del incesto antropológico) no en el mismo tiempo claro está, respetando el principio de no contradicción, y habiendo atravesado la fase del falo, es decir, habiendo transido la consumación del poder, desde la turgencia peneana de los modos y las formas abusivas y arbitrarias de los gobiernos pre democráticos, es que ingresamos a esta viabilidad democrática o vaginal.

La democracia no puede seguir significando, la violación simbólica a una mujer que es ni más ni menos que nuestra madre. No podemos seguir siendo parte de una orgía organizada, para que naturalicemos el goce perverso de no tener constitución de lo otro, de haber eliminado ya no al sujeto, sino a nuestra propia posibilidad de pensar.

Ultrajando, es decir emitiendo a tientas y a locas el voto, sacralizando lo democrático en esa univocidad enfermiza de lo electoral, no hacemos más que apuntarnos, no ya una posibilidad, la potencia, sino una parte de lo que somos, enajenarnos de algo constitutivo nuestro, el pensar, el reflexionar, que siempre implica algo más allá de nuestras narices y de nuestras necesidades primitivas, como instintivas.

Esta mutilación, justifica, la locura socialmente aceptada de violar (una madre jamás daría consentimiento de tener sexo con sus hijos) en público a la progenitora, festejando tal orgía, situándola, en el sumun de lo siniestro, como una fiesta de la que se da cada tanto y de la que tendríamos que orgullecernos.

Debemos reparar en todo de lo que nos estamos privando, por creer que la democracia sólo se justifica en tal acto, incestuoso y del que hemos deconstruido para presentarlo y representarlo como la panacea de lo racional, en una fundamentación donde subyacen las posibilidades más probas de lo humano.

La muestra que exhorta este pensamiento crítico, desde la conceptualización de la vulva, no quiere, pretende, ni declama nada en particular, nada más lejos de imponer, inducir o señalar un sendero, por donde se exploren, lo que deba ser explorado.

No se promueve ninguna supresión, prohibición, sustitución o cambio de nada en particular, ni de todo en general.

Creemos que lo democrático, puede ser algo más que la ruptura de la prohibición del incesto, su legalización, su propalación y su aceptación institucionalizada.

Creemos estar equivocados, y dado que morir es volver a la vulva en general, a la gran vulva madre  y no la especifica de la que venimos, queremos vivir mediante la palabra razonada, mediante la reflexión y su conjunción con incentivar una emoción o una reacción desde otro lugar, de allí que propongamos pensar, mostrándote una vulva, para que nos llamemos la atención y para que el silencio, no sea el síntoma del callar una situación indeseada como lo puede ser el tolerar la violación pública y sistemática de someter a millones al hambre y la desnutrición.

En términos políticos, es decir la constitución de un yo colectivo, no yoico, o el intento de, Hanna Arendt en el siglo anterior, el que le tocó vivir y que nos deparó el horror de los totalitarismos, afirmaba que “El padre es el gran criminal del siglo”, dando la pauta a lo que recién ahora reaccionan ciertos movimientos que pretenden, desde esa concretud femenina, masculinizar sus protestas, demandas y demás aspectos que no hacen a lo profundo de la cuestión.

En verdad tal criminal, no fue más que un matricida, del que surgió como movimiento dinámico de lo político; la democracia. La democracia también es una abertura, es una vagina simbólica, a la que mal usamos, mal predisponemos, y en términos machistas antediluvianos, la penetramos (sea con un falo orgánico o simbólico) una y otra vez, cuando solo la entendemos como el momento en que metemos el sobre en la urna, en la cesta en donde se reciben los votos. No es casual que esta imagen, refleje con contundencia esto mismo. El lugar que recibe el voto de los ciudadanos, la firma del contrato social, es una figura simbólica que semeja a una vagina, en donde la ciudadanía hace cola, una vez cada cierto tiempo, solamente para penetrarla, casi en una suerte de violación colectiva, de la que después nos horrorizamos cuando de tal acto, salen nuestros gobernantes.

Finalmente y a modo de presentación de esto mismo, hemos trabajado el aspecto continúo de que el sistema económico-financiero, de acumulación, es ni más ni menos que la réplica que pretendemos trazar de la comodidad en la que nos encontrábamos en la faz de invaginación.

El salirnos, con el hilo de Ariadna, de la vagina, y saber que vamos a retornar a ella, es toda la trama en la que constituimos nuestra experiencia humana, en donde en el medio, a los efectos de tapar, de llenar la angustia del horror al vacío que nos produce el agujero negro de esa vagina generadora, arrojadora, expulsadora, a la que finalmente, regresaremos, nos hemos servido del falo, del pene, como una suerte de antídoto, de talismán, de un dios de mentira, por haberlo masculinizado, y del que nos ayudó o ayuda, al letargo sempiterno del olvido de la vagina, la que como si fuese poco, además de hacernos los que nos hace, en caso de que queramos también nos puede otorgar un placer circunstancial, propinándonos una suerte de borrachera que mitiga la angustia primordial, pero que no ayuda ni a resolverla, ni al menos a razonarla o pensarla.

 Por Francisco Tomás González Cabañas.-

 

 

 

 


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