La cultura del boliche como síntoma de nuestra mediocridad.
No sólo que el boliche, es un fenómeno comercial (acapara ofertas para preadolescentes hasta la tercera edad) sino que culturalmente, está bien visto y aceptado, y se lo promociona desde la institucionalidad.
No han sido pocos los programas de gobierno, en una provincia en donde la pobreza estructural golpea fuerte, que alentaban la participación de abuelos en los mismos antros, en donde seguramente sus nietos, perdieron o empezaron a perder su virginidad en el sentido lato del término. Tampoco las instituciones educativas quedan afuera de la responsabilidad que les cabe, ante la organización de viajes de estudios, para alumnos primarios, que terminan siendo una maratón, desenfrenada y desquiciada, que inicia a los aún no púberes en la cultura del boliche o del antro.
La cuestión no pasa, porque estos lugares (la mayoría de ellos), sean estructuras ordinarias y endebles, de tinglados baratos asentados sobre un contrapiso, pese a que en Argentina, la falta de calidad en las construcciones sumado a la falta de controles se hayan llevado la vida de cientos de jóvenes en sendos antros incendiados, al calor de la estupidez soporífera de una cultura que propone la cosificación, la trata y el consumo, de lo que fuese, por el consumo mismo.
Más allá de lo que algunos irresponsables, puedan considerar como accidentes a las tragedias evitables y por sobre todo, del desgarrador dolor de los familiares de la víctimas, lo más nocivo y pernicioso que propone, que alienta y que impulsa la cultura del boliche o del antro, se constituye en el claro síntoma de nuestra mediocridad que, como mínimo, se lleva puesta la idoneidad como concepto ciudadano, consagrado en la letra constitucional.
Así como el cambio de paradigma de la posición de la mujer, entre otras cosas se tradujo en el cierre y la prohibición de “garitos”, whiskerías o prostíbulos, debemos darnos un debate, serio y acicateado, acerca de la propuesta de ocio y divertimiento que proponemos mediante la cultura del boliche, que es ni más ni menos que la socialización o la naturalización, de sucesos en el ámbito de un antro.
No es casual, que lo que sucede por debajo, en los submundos, donde anidan las cloacas y lo inferior, afloren las disposiciones y las disponibilidades para el consumo precoz y procaz de sustancias adictivas, se entronice y consolide la cosificación del ser humano, erigiéndose en valor único el intercambio de efluvios, mediante el otro intercambio, de papeles, sean dinerarios o conteniendo, polvos, supuestamente mágicos y efectistas que por un goce inmediato, termina obturando la posibilidad de vivir el placer de ser humanos.
De esto es lo que hablamos, de que en nuestra cultura del divertimento, hemos invertido las nociones de goce (como la que propone la cultura del boliche y sus consumos, cosificación mediante y totemismo del intercambio mágico, dinerario o efectista) con la de placer.
“Goce es siempre del orden de la tensión, del forzamiento, del gasto, incluso de la hazaña. Incontestablemente hay goce en el nivel donde comienza a aparecer el dolor, y sabemos que es sólo a ese nivel del dolor que puede experimentarse toda una dimensión del organismo que de otro modo aparece velada…uno de los fantasmas neuróticos más lamentables, más graves para las sociedades: buena parte del racismo, de las guerras, de las luchas o encontronazos sociales tiene que ver con esa ilusión neurótica de que, mientras uno no goza, el otro sí goza" (Lacan, J.)
“Lo que Freud llamó principio del placer, no es otra cosa que reducción de una tensión; se experimenta tensión antes de presentar un examen, y se siente un descanso -placer-, cuando se sale de ese compromiso. Mientras el placer no se fuerza, el goce gasta (Rodríguez, 2006), gasta y desgasta al sujeto -es la expresión de la pulsión de muerte” (http://coiteraciones.blogspot.com)
Por Francisco Tomás González Cabañas.
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