Propuesta para reducir las delegaciones desperdigadas por el interior.
Allí están, usted los podrá ver y leer, en esas gacetillas pagas, que no lee nadie, pero que publican todos, a los funcionarios nacionales, que manejan delegaciones en la distintas provincias. Siempre sonrientes, coucheados, y solventados por el conchabo oficial que pegaron por haber timbreado cuando lo imposible era tal. Nada personal, con todos y cada uno de ellos, hasta uno podría pegar cierta simpatía, por seres bonachones que pudieron haber cambiado sus vehículos, y pegar con ello, casi toda la aspiración existencial que les cabe en vida. Además de estar siempre en la primera fila de actos oficiales, que son más aburridos que una seria India de Netflix, pero que tal vez sirva, para ellos, como excusa, para no fumarse a sus familiares.
Pero tal como dijo el Presidente, estamos en emergencia, entonces lo justo pasa a ser necesidad. Tal vez el milagro obre esta vez y lo que fue una señal simbólica, pase a ser un hecho político. En vez de que los despidos caigan en los precarizados de siempre, la más plausible como determinante de los ajustes de la política, debiera ser terminar con las buhardillas en donde se esconden quienes usan a la política para tener un buen sueldo y asegurarse sus ambiciones materiales.
Todos sabemos, a ciencia cierta, que tales lugares son ocupados para la nada misma, para que el funcionario de ocasión, navegue en su ociosidad, mientras además de todo, también le pagamos la computadora donde navega, el wifi y el router.
Pero claro, seguramente alguno, fue amigo o lo es, de algún lugar, de cierto círculo, y nos callamos, porque creemos que le haremos un daño, sí es que ajustamos allí donde no se debe. Echando al jefe de familia, al que no le quedará otra, sí es que la religión no lo termina de contener (para ello se tuvo que salvar de los abusadores allí siempre presentes) que delinquir, pensamos que como no vemos, no nos afectará. Hasta que nos toca, cuando la víctima es un familiar nuestro, ese mismo amigo. O cuando nos tocan la puerta o el brazo, para pedirnos para comer, porque les han ajustado, con nuestra connivencia, para que un gentil burgués se sienta importante por tener una camisa a tono, en las primeras filas de esas reuniones que en vez de fortalecer al estado, lo empequeñecen, lo hacen ratero y rastrero.
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