Una relación de mierda.-
Lo propio, lo de uno, más luego, debe ser siempre, indefectiblemente, validado por un otro. Si yo digo que esto es mío, debe existir un ámbito para que otros se notifiquen de mi manifestación de propiedad, hasta para el caso de que la pretendan para sí o me la pidan prestado. Por lo general el circuito de validaciones, es algo más sofisticado, o más entretejido que una lisa y llana transferencia. Se nota con excesiva claridad en el ámbito educativo-profesional. Para ser un doctor en algo, se necesita haber pasado por cientos de exámenes, haber aprobado la consideración de tantísimos docentes, más la consabida convivencia con pares, para luego, tener la legalidad como la legitimidad de cobrar honorarios por una actividad regulada en el concierto de la comunidad en donde uno se desenvuelva. Ahora bien, y existen muchos casos por cierto, se puede comprar un título de algo, que más allá de la encrucijada moral y la acción claramente ilegal, tenga como finalidad aquello que se expresa siempre de seguir estudiando y no abandonar, para al menos tener el título colgado, por más que no se trabaje ni se haga nada más con el mismo. Esta es la acción que define al rico en relación al dinero. Al acumular, es decir al obtener el título de grado, robando el espíritu y la finalidad del mismo (es decir comprándolo para atesorarlo) quién piensa que obtiene algo en verdad desvirtúa el concepto del tener. Es decir lo violenta, lo cosifica y lo petrifica en una mera transacción que le hace perder al comprador, como a la compra, la razón de ser de ambos, cómo y por sobre todo, del intercambio. De aquí que, el rico en el fondo, nunca tiene nada propio, nada que le haya valido la pena, sino que acumula transacciones para finalmente para la transacción, es decir no gastar. Para continuar con una proyección en clave psicoanalítica, podríamos decir que el rico, nunca deja de ser el niño que guarda los dulces que obtuvo en el cumpleaños, para llevárselo al significante madre y no consumirlo ni hacer nada mas con esos dulces, que perpetuar su relación de niño para con esa madre, mostrándoles tales adquisiciones y ofrendándoselas.
Las relaciones de sentido, adultas y extrapolando, las comunidades o sus mercados, en donde la traducibilidad, el intercambio, se encuentra más razonado, genera ámbitos más productivos como ecuánimes.
Es decir ninguna sociedad con altos índices de pobreza y marginalidad, puede tener o acarrear estos problemas, solamente por variables o variantes económicas.
Sí los ciudadanos de las aldeas occidentales, en donde las tormentas económicas, financieras, de tipos de cambio, de recesión, inflación, estanflación o de cualquier anomalía en términos de administración, piensan, creen, sienten o se convencen que tales situaciones coyunturales se pueden solucionar bajo resultantes numéricos, es decir mediante enclaves económicos, entonces tal aldea, tendrá más que un problema puntual, sino uno conceptual y de entendimiento pleno. Cualquier suma, que de lo que sea, hará de tal lugar, un sitio, en los términos que fuese, inviable.
Hasta la reforma protestante la humanidad concebía al dinero como algo sucio, oscuro, demoníaco. Luego de tal hito, se endioso a lo que era el vil metal y la traducibilidad, como la acumulación, se constituyeron en dogmas incuestionables.
Debemos repensar la relación de mierda que tenemos con el dinero, tanto en el ámbito del lenguaje evidente, como en el estructurado como tal en el inconsciente. Lo que podríamos hacer mientras tanto, es seguir escuchando a los que hablan de números, pero sin dejar de comprender que ellos ven la fotografía, el fenómeno superficial, en definitiva el resultante. Nos dicen el olor que tiene la mierda, pero no la relación que tenemos y por ende como mejorarla, para esto están las personas que piensan (llámese intelectuales, filósofos o como fuese) y estos son los que debieran estar más en contacto, más a mano, más cercanos con las personas, que votadas por el pueblo, toman las decisiones que impactan en la comunidad.
Usted podrá retener este pensamiento o hacerlo circular.
Por Francisco Tomás González Cabañas.
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