¿De quiénes son los hijos?.
La pregunta más contundente, que nos invita tal pensamiento, es que lo que se suplió y lo que tal vez, plantee como suplencia, la discusión por la despenalización del aborto, es que estamos discutiendo, sí los hijos deben ser comprendidos bajo la noción de familia, regulada por una religiosidad que nos impone, de acuerdo a sus dogmas, que debemos dejar que los niños se acerquen a Jesús, porque “el reino de los cielos es de quiénes son como ellos” (Mt 19:13.15) o sí la decisión fundamental, de erigir una posteridad, una continuidad de la especie, tiene más que ver con la gestante, con la fémina, con la mujer, con la hembra, o con la madre, en caso de que así lo desee o resuelva.
Claro que las complejidades no terminan acá, antes de que nazca algo nuevo, debe morir lo viejo, y para dar muerte a algo, así sea incluso un embrión, se debe pasar por el duelo de tal cese, interrupción o aborto. Así este sea personal, o un aborto cultural, una interrupción de nuestras normas, usos y costumbres.
Cuando uno da muerte a algo, o a determinadas situaciones, se tiene que cumplir el rito de enterrar el muerto. En estos casos de entierros conceptuales, la ceremonia no es tan sencilla, como lo puede ser el rendir exequias o sepultar a un ser físico. Dar la despedida final a un comportamiento no adecuado, sea porque es nocivo, impulsado por extraños o patológico, requiere de una solemne madurez emocional. En caso de no poseer el talante que las condiciones exigen, y por tanto no enterrar en forma definitiva, un comportamiento o actitud correspondiente al pasado, invita en forma temeraria, al advenimiento de los fantasmas. Estos, que ni por asomo tienen una connotación ficticia como en las películas, arremeten, de tanto en tanto, en la psiquis de aquellos que se encuentran en pleno proceso de erradicación de comportamientos inadecuados. La peculiar característica de no poseer una entidad, íntegra o real, los convierte en personajes sumamente sorpresivos, que se aprovechan del estado de la cabeza de un sujeto, que no termina de sepultar sus actitudes patológicas.
Cómo dice el poeta, para dar inicio a la política que hable de aspectos trascendentes, se deben dejar morir los otros, los intrascendentes.
“Mi piel sabe a fracaso, un fluido torrente baña, lastimosas heridas, crueles hendijas, temo por un mañana, imploro por un presente, lunas atestiguarán la rúbrica de pasos mal dados. Caminos ceñirán la desdicha eterna de mi sombra en la tierra, oigo a cada segundo, la voz imponente de mi ignorancia, percibo en cada mirada, la negra luz de lo absurdo. Aguardo, con grandilocuente cobardía, que este cuerpo diga basta, para sellar lo real de esta vida, que jamás llegará a nada. Se había engañado, la habitación estaba vacía, nadie lo había escuchado, lloró desconsoladamente, lágrimas de hiel, nadie pudo establecer cuanto. El cuarto, lentamente se fue inundando, solo semejante cantidad de agua pudo lavar tamaña herida, ahora estaba en completa soledad, ya no aguardaba a nadie. Supo comprender el canto de un pájaro, y con ello vivir sin sobresaltos.
Si algún día sueñas, con hacerte del mundo, si algún día cuentas, con que el azar jugará siempre a tu lado, si algún día piensas que sólo de tu voz, salen sabios vocablos, si algún día sientes, que nada vale más, que tu propio desencanto, si algún día, algo de esto te ocurre, se consciente de tu condición de niño y no apresures el paso, disfruta en transitarlo y prepárate a la vida, que recién estará comenzando”
Ya surgirán las aves alimentadas por el aire libertario del que hablábamos que sean capaces de interpretar lo que acontece, mientras tanto, los mosquitos dados su condición preexistente de larvarios, podrán seguir chupando sangre durante el estío, hasta que las picaduras dejen de ser soportables, y para ello nos convenzamos de la necesidad de eliminarlos.
Como uno no surge de un repollo, y a contrario sensu, manifiesta con sinceridad su pensamiento, fundamentado, además, por pensadores que han quedado en los anales de la humanidad, se cita a continuación una de las fuentes de la que se ha nutrido la presente pluma, Aristóteles en su texto Política.
“El bien político es lo justo, es decir el bien común; pero a todos les parece que lo justo es una igualdad y hasta cierto punto coinciden con los tratados filosóficos en que se ha precisado sobre las cuestiones de ética (pues dicen que lo justo es algo y para algunos y que debe ser igualdad para los iguales). Mas, de qué es igualdad y de qué desigualdad no hay que pasarlo por alto; pues esto implica una cuestión y una filosofía política.
Es posible que alguien afirme que, de acuerdo con la superioridad en un bien cualquiera deben distribuirse desigualmente los cargos, si en las demás cosas los ciudadanos no se diferencian en nada, y son semejantes. Pues los que son diferentes tienen distintos derechos y méritos. Ahora bien, si eso es verdad, el color de la tez, la estatura o cualquier otra excelencia, supondrá para los que aventajen en ellas una superioridad en los derechos políticos. ¿Acaso es superficial este error? Pero es evidente en las demás ciencias y disciplinas: entre flautistas iguales por su arte, no hay que dar la ventaja de las flautas a los de mejor familia (pues no van a tocar por ello mejor); sino al que sobresale en la ejecución, hay que darle la superioridad de los instrumentos”.
Aristóteles, como tantos otros que trascendieron su propio tiempo, fue en definitiva un hijo de la humanidad, ese es el único útero del que real, imaginaria y simbólicamente provenimos.
Por @frantomas30
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