4 de agosto de 2018

Los Políticos del 2001 y su maridaje con la democracia que estalló.-

Ellos, la clase política, realmente forjaron esa relación de amor marital, con el ente abstracto, personalizada como la mujer llamada democracia. En ese heroico y triunfal regreso, de la oportunidad de votar, de expresar una idea política, un convicción social, los políticos representaban, no sólo al pueblo, sino también a la máxima expresión de la libertad, y para los creyente, a los deseos de dios, para con sus hijos dilectos. Contaron con una cantidad inusitada de posibilidades materiales, de instrumentos normativos, para ordenar una sociedad, ávida de consagrar, no sólo con el voto, con reconocimiento público, y hasta con admiración sacra, a los hacedores de la democracia. Eran los padres de la patria, la nobleza latinoamericana, en sus venas fluían, la sangre azul de monarcas, condes y demás personajes nobiliarios, que en Europa poseían tal entidad, y que en nuestra versión vernácula, se constituían en intendentes, gobernadores, ministros, legisladores y demás funcionarios públicos.

Por diferentes motivos, conocidos por muchos y desconocidos por pocos, a medida que avanzaban los años, se iba horadando y percudiendo esa entidad democrática, símil a la monárquica. Aquella vieja frase que los hombres pasan  y las instituciones quedan, nunca se hubo de tener en cuenta. Dieciocho años después, del regreso triunfal, esa mujer bonita que se casaba, con pleno amor, con los hombres de la política, se convertiría en una hembra despechaba, que no sólo clamaba por el divorcio vincular, presentaba una y otra demanda judicial, con el claro y prístino objetivo, de ver tras las rejas, a todos los que la habían engaño en forma artera. Ese matrimonio constituido, por una forma de gobierno con los hombres que la ejecutaban, poseían millones de descendientes, de hijos, que éramos, ni más ni menos que la totalidad del pueblo argentino. Se comprendía, la reacción que la mayoría había manifestado, en pleno divorcio conyugal. Cacerolas mediante, protestas espontáneas y maldiciones a granel, los hijos se expresaban claramente, a favor de la madre, denostando y catalogando de demonio, a la clase política, a ese hombre que había echo sufrir, con infidelidades, golpes y descalificaciones, no sólo a su mujer, sino también al conjunto de la familia. Yo, tal como lo expresado, ante esa muestra de apego, rayano con lo patológico de un desbordante mal de Edipo, no coincidía con tal reacción. Claro, desde hace un tiempo advertía, que esa unión matrimonial, carecía de un vínculo verdadero, y que proseguía para consagrar una galopante hipocresía, que nos estaba alineando y enfermando muy gravemente. Había actuado, como el hermano mayor, que ante los llantos y la protesta infantil de un hermano menor, siente una mezcla de lástima, compasión y bronca. Yo, con mis medios y con mi forma, hube de señalar, a mis hermanos, el pueblo argentino, que papá y mama se iban a divorciar. Y sí, tuve la oportunidad de hacerlo, y por tanto de sufrir ante las lágrimas desconsoladas, que representaban el que se vayan todos y la cacerola, no fue porque era un enviado de alguna caprichosa deidad, o el elegido que detentaba la verdad revelada. Simplemente, en el pequeño núcleo de mi familia real, que en realidad nunca había sido una familia, ya venía observando la relación problemática y trágica entre un hombre de la política y una mujer apegada en exceso a los convencionalismos y las formas. Ante esa agobiante realidad que tuve que padecer, de peleas, conflictos, llantos y demás, hube de transitar por todas las etapas, patológicas y normales, que atraviesa un miembro de una familia en constante desintegración. Ya había frecuentado, ese momento de apego fundamentalista y ortodoxo, de salir en defensa férrea de la figura femenina, que inconscientemente implicaba, el desterrar al padre, para acostarse con la madre. Mientras yo intentaba, comprender, para superar el dolor, las razones y argumentos de mi padre social (la clase política), mis hermanos, salían, dominados por la emoción, a clamar por el dolor de nuestra madre (la democracia). Siempre ante un problema, y más en los de pareja, que no por casualidad etimológica proviene de par, son dos los responsables, en menor o mayor cantidad, y cada uno tiene su cuota de responsabilidad ante el fracaso. Yo, al analizarlo en el núcleo pequeño de mi familia, que no era tal, hube de comprender que las infidelidades paternas eran alentadas por la frigidez materna. Con tal experiencia, proyectaba ese análisis, a la familia social, justo me encontraba buscando las falencias y los equívocos de la madre democracia, cuando mis hermanitos menores, mi querido pueblo argentino, había decidido, salir en defensa obcecada de la misma.

Nunca será absoluta la visión que se tenga, ni de la forma de gobierno, ni de sus poderes que la constituyen, menos mal e impensadamente sobrevinieron años en donde se reconstruyo aquello, y por más que se este o no de acuerdo, la democracia y sus políticos, ¿ya caminan sobre terreno firme?. En lo que no podemos dudar es en poder preguntarnos. Nos ganamos tal derecho, por más que nos de miedo o pavor hacerlo.

 

Por Francisco Tomás González Cabañas


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