28 de julio de 2018

La cuestión no pasa por el cuerpo, sino por el deseo.

A días de la trascendental votación que se dará en el senado de la Nación Argentina, por el aborto para algunos y la interrupción involuntaria para otres (sí con la letra e inclusiva), la disputa no sólo es lingüística-nominal y semántica, sino que se brinda en la batalla del concepto. Como no podía ser de otra manera, desde este lugar, creemos que en ninguna de las veredas desde donde se dicen parar las verdades que parirán una ley o su rechazo, se brinda una puja que alumbre, una vía, un sendero, menos complejo, traumático para la problemática antediluviana en la condición humana que representa la elisión, como en este caso, de debatir sus aspectos, o nudos o nodos centrales. Se filtró, gravosa y perjudicialmente, al punto de hacerse cuerpo, que, valga la redundancia, lo neurálgico, lo basal, la matriz de la temática, o la madre del borrego, versa sobre la cuestión del cuerpo. La corporeidad o lo corpóreo, no es más que el sucedáneo, que lo pos, de lo que le precede que es ni más ni menos que lo sustancial, lo decisivo y decisorio, que lo escondemos, dentro del cuerpo.

No se trata de cuando un embrión, toma cuerpo, se transforma en tal o de que cuerpo se debe priorizar, sí de la gestante o del gestado o en gestación. Se trata, tal como se trataron en sus momentos las disyuntivas de la teoría con la realidad, mediante el divorcio vincular, el matrimonio igualitario, y como más temprano que tarde, podría emerger el consumo de sustancias de todo tipo y la posibilidad de eutanasia o muerte asistida. Es decir, lo que reina por detrás de estos epifenómenos, no es ni más que menos la cuestión del deseo. El deseo de seguir unido a alguien con quién uno había deseado estar, pero ya no más, y que la ley imposibilitada validar la desunión o la disolución de tal vínculo. El deseo de estar con la persona que fuese, independientemente de su genitalidad (y siempre y cuando tenga la facultad de saber lo que desea, es decir su propia adultez) y que la ley tampoco contemplaba. El turno actual, es sencilla y básicamente, el de legislar a los efectos de generar un tiempo prudencial, para determinar, sí una gestante, desea transformarse en madre y de sí, lo que lleva adentro, al manifestarse mediante el deseo de su movimiento intrauterino, se hace visible y real para esa gestante, a la que puede condicionar, desde esta prematura, pero no por ello, condición de sujeto de la que adquiere (es decir la vida no es desde la concepción, sino desde el momento en que el deseo de subjetividad se manifiesta ante otro que lo reconoce como tal, y nada más contundente como un embrión, cuando desde su desenvolvimiento le anoticia a su gestante que está en condiciones de ser madre). Podría ocurrir, seguramente ocurrirá lo mismo, cuando se aborden las temáticas de la libertad de un sujeto, que tenga deseos de autodestruirse (sin afectar directamente a otros) o de terminar con su vida, ante circunstanciales complejos. Lo que aúna todas (por no decir todes) y cada una de estas aporías es la cuestión del deseo.

Hacernos cargo de lo que deseamos no sólo que es casi un imposible a nivel individual, sino que como lo observamos, a nivel colectivo, es directamente una utopía.

A modo de excusa, como reconocimientos a esta imposibilidad, es que tengamos la postura que tengamos sobre los fenómenos secundarios (prioridad del cuerpo de la mujer, a favor de las dos vidas, etc.) lo cierto es que difícilmente podamos abortar estas confrontaciones, de segundo orden, para abordar las necesarias e indispensables.

El propio sistema político, que legitima el orden jurídico-legal existente, que nos impone sus reglas de juego, cronogramándonos en instancias electorales, de debate institucional, por más que ofrezca hueros, lastimeros y estructurales resultantes magros en relación a la pobreza y a la marginalidad, siquiera muestra como atisbo, interesarse por el deseo político de los ciudadanos que integramos el mismo y que, al no ser consultados, en lo paradojal de un sistema que se define como democrático, terminamos siendo aprisionados y oprimidos, por esa falta de manifestar nuestro cabal deseo de como desandar lo político.

Es decir, difícilmente los temas cruciales en las instancias democráticas, puedan abordarse desde lo evidente como nodal del deseo, sí es que siquiera la política institucionalizada, prevé en ninguna de sus reglas o reglamentaciones que alguna vez nos pregunten a los ciudadanos ¿Desea usted continuar con este sistema político y social imperante?

De los deseos abortados, abortos de los que no escapan ningún tipo de cuerpos (ni por género o edad) aún siquiera nos hemos dado cuenta que es por donde pasa la razón que definirá la clase de humanidad que pretendamos desde el momento que nos preguntemos eso mismo, que nos demos cuenta, que lo manifestemos, hacia adelante, hacia un futuro, en el caso de que lo deseemos.

Por Francisco Tomás González Cabañas.

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