Los partidos políticos debieran cotizar en las bolsas de comercio.
En la actualidad, uno de los principales problemas que acarrea el sistema democrático y por ende de partidos, es la fuente de financiación de las campañas electorales, o el sostenimiento en general de los partidos políticos, que son los vehículos por los cuales los gobernantes, terminan llegando al poder y, más temprano que tarde, de acuerdo a las investigaciones que se realizan desde del poder judicial, casi siempre una vez que los gobernantes o investigados dejan o abandonan el poder o disminuyen en su representación, son señalados en haber devuelto, estando en funciones de gobierno, los favores recibidos a sus patrocinantes.
Esto que en términos del común y del corriente, se conoce como corrupción política, encuentra mil y un propuestas, movidas, campañas, para evitarla, contrarrestarla o enfrentarla. Sin que se realizara una investigación con métodos científicos (cómo si esto garantizara algo) lo cierto es que ninguno de los proyectos que se proponen, en cualquiera, de todas, las aldeas occidentales en donde aparece la corrupción política como problema y en frente una ciudadanía pro activa, o políticos que piensan o quieren enfrentarla, posee como sustrato, un elemento, fundamental o clave que se piense para variar, radicalmente esta problemática o el nudo gordiano, por donde se filtran las mayores e indisimulables, fallas de un sistema democrático, que como situación gravosa, reacciona, ante este socavamiento, creyendo cada vez menos en sí mismo.
Ya nadie, pertenece a un partido político por una cuestión ideológica o de convicción racional. A lo sumo, quedan románticos que pertenecen a un partido por lo que fue, por lo que significó para el aquel entonces del añorante. Ya no es novedad, que los partidos políticos, no tienen nada nuevo que ofrecer en sus bases programáticas, de gobierno o de representación. No existen partidos políticos que propongan la disolución de los mismos, el acabose de lo democrático o la salida completa del presente sistema económico o social. Por tanto, todos los partidos no plantean, nada muy diferente de lo que sus símiles o pares dicen también representar. Lo único, que atesoran, con valor simbólico, es aquella historia de antaño, cuando surgieron o cuando rescatan valores del pasado, generando con esto el síntoma más contundente de la enfermedad mortal, que se evidencia en los tiempos presentes.
El partido político en la actualidad, vale, sirve, está legitimado, es creíble por lo que fue, más no así por lo que es, y por tanto, debe mantener lo que está terminando de socavarlo. La lógica de lo partidocrático debe conservar, lo irracional y absurdo, para la actualidad; que un partido no debe constituirse o no debe defender prioritariamente el bolsillo, o la situación económica, de sus integrantes o de los que pretende gobernar o representar.
Es tan penosa y ridícula la pretensión del sistema democrático, y por ende de partidos, que pretende y exige algo así como una ley que establezca que los ciudadanos deben dejar de creer en el valor de traducción del dinero.
El sistema de partidos, exige que los ciudadanos sigan creyendo en algo que hace rato dejaron de creer; en ideas, proyectos y propuestas. Pero lo más grave, es que además de la exigencia de este imposible, se esconde, se oculta, lo más terrorífico y letal. El sistema de partidos, que tras esta base, asegura el sistema democrático, que tiene como piedra basal, el ejercicio de las libertades más básicas, en nombre de estos grandes principios, le prohíbe al ciudadano que sea parte de un partido, mediante el medio más común, más cotidiano y utilizado; el dinero.
Como si esto fuese poco (nada existe, más allá de románticos y abstractos que el sistema en general, no permita comprar mediante el valor de cambio de la plata, del billete) se conculca el principio básico y libertario de participación en la cosa pública, que se debe garantizar se realice mediante la moneda de uso común, que es ni más ni menos que el dinero.
Como siempre no faltarán los detractores, siempre interesados, que cuestionaran que quien no tenga dinero no podrá ver representados sus intereses políticos, a lo que demoledoramente debiéramos contra preguntar: ¡¿Es que acaso, bajo la modalidad actual el pobre, el que no tiene, ve realmente representado sus intereses en los partidos políticos y más luego en los gobernantes?
El problema, se centra, anida en la confianza. La confianza que es clave tanto en las tensiones del poder, que se resuelven mediante la política, como en las traducciones o intercambios que supuestamente garantizan nuestros sistemas económicos y sociales.
Como veremos a continuación, el poner en cotizar en el mercado de valores a los partidos políticos, no solo podría contribuir a transparentar la financiación de los mismos y de las campañas, sino también y por sobre todo, restaurar la confianza perdida en la política como en la economía.
Sí no ofrecemos, otro ámbito de poder que no sea el de gobierno, para el o los partidos, seguiremos en dificultades cada vez menos sostenibles. Dado que todos los partidos son, únicamente tales, en la medida que una vez que llegan se mantienen en el gobierno (es decir sostienen forzosa, condiciona y por ende corruptamente la confianza)
“La finalidad de un partido político es algo vago e irreal. Si fuera real, exigiría un esfuerzo muy grande de atención, pues una concepción del bien público no es algo fácil de pensar. La existencia del partido es palpable, evidente, y no exige ningún esfuerzo para ser reconocida. Así, es inevitable que de hecho sea el partido para sí mismo su propia finalidad... Los partidos son organismos públicos, oficialmente constituidos de manera que matan en las almas el sentido de la verdad y de la justicia” (Weil, S. “Notas sobre la supresión general de los partidos políticos". Texto incluido en los Ècrits de Londres et demières lettres . Escritos de Londres y otras cartas. Èditions Gallimard, 1957.)
Un partido político al no estar en el gobierno deja de ser tal, en la medida que lo era estando en el gobierno o en la medida que lo son los que están en el mismo. La paradoja, es que la democracia, formal, constituida, la que los eurocéntricos, críticos, llaman burguesa, y que les fuera imbricada a los que se consideran más patronímicos ideológicos, respetuosos de lo que heredaron, o que sus ancestros usurparon y que en razón de continuar esa usurpación, se adueñan de supuestas gestas libertarias, acendradas en populismos siempre estridentes, cuando no románticos y revolucionarios, plantea un sistema de partidos, múltiples, o multiplicados en la posibilidad de existencia, en lo que luego acaban o concluyen en una suerte de metástasis irredenta, una seriada réplica en serie de lo mismo, que deben, supuestamente forjarse en lo más granado de lo democrático; elecciones internas, libertad de postulación, igualdad de condiciones para participar y poco, bajo o nulo condicionamiento, de factores como la financiación de las campañas y la adquisición para la posterior distribución de recursos de dudosa procedencia y de conocida como efectiva disposición final; la compra de la voluntad del elector, la cosificación del sujeto, la conveniencia o el negocio en el que cae la política, transformada ya en baja política o politiquería, que necesita para su existencia (a la que reditúa, abiertamente a quienes se benefician de esta y que no casualmente tienen el poder de establecer que sean estas y no otras las reglas de juego) que los pobres sigan siendo tales o en su defecto no disminuyan y cuanto menos se mantengan en sus ingentes cantidades.
Esto mismo es lo que debemos invertirlo, en caso de que pretendamos resolverlo. Debemos atender todo lo que nos pasa desapercibido, y poner lo que consideramos, hasta malo o vano, y llevarlo de secundario o principal.
La manera, el camino, la senda, más atinada y propicia, es que los partidos tengan, abiertamente en el mercado de valores, una primera disputa o tensión, en donde se resuelva, algo que en la actualidad se esconde; la forma, la manera, las cantidades y los aportantes en calidad de patrocinadores, que dejarán en claro, a que van sus integrantes y sus integraciones. De esta manera, el partido no solamente tendrá como posibilidad de existencia real “la toma del estado” y por ende el imposible renunciamiento a apartarse del mismo y contribuir con ello, a la alternancia como principio democrático, sino también un orbitar en un campo en donde no actúa, o en donde el mercado, lo termina tomando al gobernante, en la soledad del poder y no disputando con el partido, como se propone, una tensión entre pares, que retroalimente la confianza, política y económica.
Finalmente y lo más importante, sí realmente se pretende fortalecer al sistema democrático, que plantea el sistema de partidos, se debe ofrecer lo que más interesa de un tiempo a esta parte a los ciudadanos; que en todas y cada una de las transacciones, intercambios o traducciones, el resultante sea un número, una cifra, antes que un concepto, que una idea o que una palabra. Que esto, a muy pocos, nos pueda resultar (en base a una petulancia importante) nocivo para la humanidad, debiera resultar no solo harina de otro costal, sino una observación sin incidencias para una realidad política que debe estar más consustanciada con el día a día de los ciudadanos que integran la misma.
Por Francisco Tomás González Cabañas-
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