Lorenzetti 2019.
“Quizás haya sido por la doctrina del “entusiasmo” que pregona Alejandro Rozitchner, o por la bajada de línea con testerona yanqui que insiste en que “se puede”, o por tozudez, inexperiencia o ignorancia, el gobierno de Macri inició su ciclo con metas contradictorias entre sí… Hay dos vías del fracaso. Una es la llamada neoliberal, que más allá de la pertinencia y actualidad de su etiqueta, sostiene fundamentalmente que nuestro principal problema es el déficit fiscal o “gasto”. Las medidas que propone nos llevan al desastre. Su consecuencia es la deflación, es decir la disminución de los precios de las mercancías porque la demanda cae abruptamente y sobra oferta, lo que conlleva recesión, desocupación, caída en la recaudación fiscal, y explosión social. Otra consecuencia posible es la estanflación, o sea una economía que no despega, estancada, sin inversiones, pero con altos índice de inflación, ya sea porque los ingresos fiscales siguen sin cubrir los gastos, por carecer de financiación internacional, lo que genera una estampida del dólar, etc. La política del ajuste no tiene fin. Gasta menos y gana menos, gana menos y ajusta más”. (Abraham, Tomás. Bitácora 113. Lunes 23 de Julio. Posteo en su cuenta de red social faceebok)
“Yo defiendo la democracia porque, a pesar de sus defectos, es el mejor sistema para afrontar los conflictos. Pero no nos damos cuenta del peligro en el que se encuentra ahora mismo. La violencia física siempre comienza con violencia verbal, y en muchos países estamos asistiendo a un fuerte incremento de la violencia verbal. Y uno de los motivos es porque los procedimientos por los que se rige la democracia de hoy están completamente anticuados, fuera del tiempo, son procedimientos que datan de finales del siglo XVIII… Sí. Nuestro modelo, nuestra forma de democracia, se remonta a 200 años atrás, a una época en la que la mayoría de la gente no sabía ni escribir ni leer y apenas abandonaba su lugar de nacimiento. Votar en una urna tenía sentido en un mundo en el que el transporte era lento, la información limitada y la educación, un lujo al alcance de muy pocos. Pero todo eso ha cambiado. Hemos democratizado la información, la educación, las comunicaciones y hemos democratizado los transportes. Pero a pesar de todos esos cambios gigantescos, no hemos democratizado el proceso de toma de decisiones… las élites, en lugar de darse cuenta de que son necesarios cambios, se están haciendo más elitistas aún, tienen miedo de perder su poder y de que pueda reinar el caos. Pero es al revés: si no se presta oído a este enfado y se ofrecen soluciones, habrá realmente caos. …” (Van Reybrouck, D. “La democracia no cambia. Y si no la cambiamos la mataremos...”. http://www.elmundo.es/cronica/2017/02/24/58a7336de5fdeaa8038b4619.html )
“Plantear que la democracia podría ser absoluta, en sitios, en donde existe formalmente, pero más de un tercio de la ciudadanía posee serios problemas para alimentarse y en donde por ende, solo un 10 % de tal población podría considerarse como habilitada, existencial como materialmente como para plantear algo más allá de su propia supervivencia (es decir escapar a lo omnisciente de la billetera, la plata, o el látigo, el plomo, del gobernante) es de un cinismo tan grande, que sólo puede entenderse, si es que se expresa desde un desconocimiento tan supino como inimaginable.
Por supuesto que, no se puede discutir palmo a palmo, en un relación de fuerzas proporcional, con los intelectuales, que al servicio de las academias, editoriales como grupos mediáticos, se plantean el ejercicio onanistico, se devanean como modelos en una pasarela, por la feria de vanidades en las que exteriorizan su labia o profusa intelección, para plantear la novedad tautológica de absolutizar lo absoluto; nuestro terreno apenas es dar cuenta, que otros seres humanos, transitamos el derrotero de no caer víctimas del olvido formal de que nos consideren en una fría estadísticas, ciudadanos, sujetos de derechos, de un sistema, que nos tiene cautivos, que nos tiene fagocitados, encerrados en su perversa y pérfida lógica a la que contribuyen a esconder y ocultar.
Sí no damos cuenta que a tal punto hemos sujeto nuestro destino humano, a la suerte del sistema mismo que tiene en su naturaleza voraz el tragarse a sí mismo, cumplido el proceso que se viene cumplimentando, entonces ya no podremos seguir consumiendo ni siquiera el derecho al espectáculo, la platea, el aforo, la butaca en primera fila, para asistir a nuestra propia disolución.
El salto al vacío de organizarnos de un modo tal, en donde no tengamos demasiadas referencias escritas, al contrario de lo que podríamos pensar, es la única salida, ante la caída al abismo al que avanzamos casi furiosa y por supuesto, democráticamente” (González Cabañas, F. “El acabose democrático. Editorial Apeirón. Madrid. 2017. Pág. 78. )
Ante las crisis, que se viven en distintas aldeas democráticas, por las propias falencias que no pueden ser resueltas por el sistema democrático mismo, en muchos de los casos, el último de los bastiones, en donde reposa la institucionalidad, es en el nombre de los capitostes del poder judicial, paradójicamente el menos democrático de los poderes, pero el que atesora la última ratio de una razón democrática.
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