La democracia africanizada o de nuestros estados migrantes de lo democrático.
Realizar una cronología de los acontecimientos luctuosos que son teñidos como barbaries perpetradas por falta de seguridad, o por la ausencia de civilización, no serían más que anecdóticos historicismos que no contribuirían en nada, ni a un entendimiento, y por ello, sin este paso previo, a una posible salida a las situaciones problemáticas y desgarradoras a las que a diario se vivencian, como condición necesaria y suficiente, en África.
Occidente ha pergeñado este sistema unívoco, en donde extensos latifundios, continentes enteros, no pueden, al no estar autorizados, al no contar con ese grado de civilidad que impusieron como eje rector de acuerdo al báculo imperialista con el que determinan que cosa significa y por sobre todo, cuánto vale que cosa en el mundo, navegan entonces en sus propias aguas borrascosas que no son ni más ni menos que las aguas más claras, prístinas y auténticas en donde puede observarse el espíritu de lo humano.
Debemos ir en búsqueda, al rescate de esta posibilidad, o de esta realidad, que estos continentes, no sólo están libres de aquellas seguridades impuestas por el orden enciclopédico y “ciencista”, sino que esto mismo, que a la luz los muestra tan profundamente inseguros para ellos mismos y para los otros, los transforma en los sitios en donde se acendran los aspectos más profundos y auténticos de la humanidad. Sí tuviésemos que construir una metáfora, a partir de esto mismo, diríamos que la humanidad posee en este continente, como la región latinoamericana que bien podrían conformar un solo bloque conceptual, histórico y filosófico, una puerta de ingreso, tan seguro de sí, que no necesita una llave de resguardo, que proteja, o ponga barreras o impedimentos, a todos aquellos que queramos ingresar a la misma, que es en definitiva el ingreso a la experiencia humana. Claro que una vez adentro, en determinados recintos, en donde se especifica la condición de la humanidad, en donde reina el occidentalismo en su sentido más peyorativo, aquella ausencia de llave, aquel ingreso libre y no cifrado, es como una sustancial falta de un “todo” que básicamente se define como ausencia de seguridad.
No planteamos nada que siquiera no haya sido establecido por la mitología histórica de lo considerado como occidente (ya el historiador Herodoto, siglo VII A.C, hablaba de la existencia de esta puerta imaginaria situada en el estrecho de Gibraltar) tras el paso de los siglos, debemos reconfirmar que nunca ha dejado de ser tal la existencia simbólica de este pórtico para la humanidad.
Estableceremos tres pasos metodológicos para dar como verosímil lo que sostenemos. Partiremos desde la posibilidad, ocluida (demostraremos está clara y contundente oclusión) de que África, trabajado como un mismo eje conceptual e histórico que la región latinoamericana, no puede “pensar” o ejercer filosofía en términos occidentales, o académicos o cientificistas, que es lo mismo. Continuamente, extenderemos ese concepto de “sabana” de lo incierto o indeterminado, desde donde la africanización del ser, se encuentra catalogada, como peligrosa para sí y para los demás o derredor, como para entender o comprender sí finalmente, esa incertidumbre se constituye como como eje de lo maligno, de lo perjudicial. Finalmente interpretar la necesidad, que la Africanización de parte de la humanidad, la misma en donde sigue oculto el ser, es condición necesaria, para que “esos otros” puedan constituirse como rectores de lo normal, de lo admirable, de lo referencial, de lo beneficioso, de lo seguro, por más que así no lo sea ni por asomo, pero que por esto mismo, precisan de la recreación de esta suerte de espejos contrapuestos, o estas ideas proyectadas de lo real, tal como hace más de 2500 años atrás lo planteaba por ejemplo Platón en sus diálogos filosóficos.
Hernán López es secretario académico del Centro de estudios políticos y sociales “Desiderio Sosa” (http://desideriososa.wordpress.com/) y coordina (https://filopolitica.blog/)
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