“Estamos transformando al libro en el prostíbulo donde se cosifica y mercantiliza al pensamiento”.
Fue en la Ciudad de Esquina, como en su momento fue Madrid, o Guadalajara, cualquier rincón occidental, es propicio, para que Francisco Tomás González Cabañas, desate o pretenda hacerlo, los nudos gordianos en que venimos encerrando, problemáticamente nuestra experiencia política de lo humano. Con la excusa de una presentación cultural, llega sin el objeto por antonomasia; el libro. Le sobran, de allí que no los necesite. Recuerda una máxima, que no por básica y elemental no resulta demoledora; los escritores no escriben libros, escriben palabras. Los libros, son producto del trabajo de los editorialistas, de compiladores, pueden ser recopilaciones de charlas, de amontonamientos de esas palabras al viento, que otro, no el escritor, las subsume en el objeto libro. Sin embargo, en algún momento, tal como sucedió con la democracia, el síntoma se transformó en la enfermedad, el fin se apoderó del medio y el fetiche numérico, a decir de los españoles, es “nuestro puto amo”. Ya no importa que se ponga, que se encierre en el papel, sea en el clásico o en el electrónico, en la actualización del estado, en responder esa pregunta inquisidora de que estás pensando o que está ocurriendo de la red social, necesitamos el número, la cantidad que nos indica que existimos gracias a las falsas aprobaciones de esas masas, que no son más que eso, la transfiguración de lo humano, la trampa, más insidiosa y fenomenal en la que hemos caído.
Tal como las víctimas de trata, que caen en las redes prostituyentes, no sólo que sin clientes no habría trata, sino que sin aplaudidores vanos, complacientes, de ferias, eventos y zonas de confort en donde lo cultural se presenta como festivo, como orgiástico, no habría tanta pobreza, escandalosa, vergonzante, sideral, inhumana, como la que pueblan nuestras calles, nuestras esquinas, nuestras piélagos y reductos de marginalidad en donde queremos poner, falsa y estúpidamente, en condición de migrante, a la incapacidad que demostramos de hacernos cargo de que las injusticias e inequidades que nos propinamos.
Finalmente, en la noche de julio, González Cabañas, público mediante, se pregunta ¿Para qué escritores en tiempos donde se bastardea la palabra, en donde se la subsume al número que nos tiraniza bajo su yugo totémico y totalizante?
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