El aborto, también es un negocio.
Resultaba extraño, verlo al pelilargo y confeso apasionado de la redonda, hablar de la interrupción del embarazo, en la sede de una obra social, que ofrece cobertura médica a quiénes tienen que oblar una suma inaccesible para estar entre sus afiliados, a favor de las mujeres pobres, a las que se dicen protegerá la ley del aborto legal y gratuito. Legitimar al poder, deslegitimándolo, podría titularse tal propósito, inconfesable. Sin embargo, la prueba fehaciente de que se trata de esto mismo y no de una mera y huera especulación, es que el disertante, al ser abordado por la prensa local, declaró sin empacho; “No estoy dando notas, para eso hago esto, de la mano de esta gente”. Fin de la experiencia, Darío, tal su nombre de pila, abortó la libertad de expresión, reconociendo de hecho, en tal movimiento e instancia, que trafica con la palabra, que en nombre de la emancipación de la mujer y de las libertades, prostituye a la filosofía arrodillándola, ante el contante y sonante, de quiénes pagarán para hacerse un aborto “cool”, un aborto programado, cuidado y estético, por esa obra social, como por otras prepagas, para ejecutivos, que son socialmente responsables, hablando en teoría de las morochitas a las que nunca atenderán, porque no tienen plata, pero por las que siempre se dicen preocuparse y actuar.
No se trata siquiera de la objeción de conciencia, de la que hemos tomado posición desde estas columnas, mucho menos de la cuestión de fondo (menos de fe) del aborto en sí mismo (somos los gestantes de la definición de que existe vida, no desde la concepción, sino desde el reconocimiento mismo de la manifestación del deseo, es decir de una madre que “siente, que percibe” a su hijo y no que se entera por un examen o por un indicador hormonal) se trata en este caso, de cómo travestidas en otras concepciones, o pliegues conceptuales o ideológicos, se esconden intereses, puntuales, concretos y sonantes.
Una vez más el número, prevalece por sobre la idea, la compra, la somete, la contrata. El amor a la sabiduría, termina siendo cosificado, vendido y sojuzgado por ídolos mediáticos de pies de barro, que en nombre de las mejores intenciones, adoctrinan desde el púlpito del negocio privado.
También es una clase de amor, un amor condicionado por la renta, un amor camuflado, una operatoria sofista, que no es ni mejor ni peor, pero que necesariamente no es la única manifestación de lo humano.
También existen otra clase de filósofos, de pensadores, de disertantes, que no estarán en tales púlpitos o sí lo están no lo harán desde la posición del incauto o del engañador solapado, travistiendo una idea, una finalidad, escondiéndola, traficándola, para apuñalar la posibilidad de pregunta, encerrándola en lo convenido, como si fuese el plan de una obra social, que te da, brinda o protege en la medida en la que uno paga, o en cuánto vale en relación al mercado .
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