Embarazosa.
Podríamos decir que el Senado de la Nación, se las tiene que ver con una situación embarazosa. Como cuerpo, institucional, debe tomar una decisión, que generará posiciones encontradas, cuando no fracturas en una armonía imaginaria de la que todos creemos ser parte, como ser merecedoras de la misma.
Abortar la discusión, el debate, la búsqueda de un consenso, para definir lo que llega desde una votación divida de la Cámara de Diputados, mediante el número de quién gano o de que posición perdió, por más que esto signifique la aprobación o no de una ley, sería lo peor que nos puede pasar, como cuerpo social gestante, más allá de que algunos deseen parir una nueva forma de entender la democracia y otros pretendan abortarla, a tal posibilidad.
El foco de la cuestión, el eje, el nudo gordiano, o la madre del borrego, es esto mismo; la situación embarazosa deviene, de que se trata, de que tratemos de los embarazos no deseados.
Al ser seres deseantes, nos cuesta una enorme dificultad, no sólo el determinar lo que deseamos (a sabiendas, o no, de que si lo conseguimos se extingue el deseo, y que debemos previamente escindir lo que necesitamos de lo que deseamos en tal maridaje o imbricación) sino que y por sobre todo, hacernos cargo de lo que no deseamos, de lo que no queremos.
Entender que cuando deseamos algo, concomitantemente, estamos dejando de lado otras cosas, otras elecciones posibles que descartamos con el movimiento que nos conduce siguiendo al deseo, una vez que lo reconocemos, no resulta algo sencillo, libre de las complejidades de las que podemos evidenciar en el tema concreto y puntual, por ejemplo de los embarazos no deseados.
Desde la nominalidad, ya podemos dar cuenta, o prueba de lo que decimos. Nos manejamos frente a la temática, con eufemismos tales como “aborto”, “interrupción voluntaria” desde la vía secundaria de no asumir, que estamos frente a una situación que nos define en nuestra más auténtica humanidad, la de ser, seres deseantes.
Subsiguientemente, sin embargo, tropezamos, nos caemos, o lo que es peor, no nos queremos hacer cargo. Mientras tanto, la gravidez no sólo que se mantiene, sino que continúa, avasallándonos en nuestra posibilidad de elegir, e imponiéndosenos, de facto, dejando, a quién se arriesgue a abortarlo, en el caso de que decida, en la más absoluta marginalidad, como ilegalidad, por más que esta sea normativa y no tenga consecuencias prácticas.
En mi condición de hombre y en otras circunstancias, desde la perspectiva de que a mi entender la vida humana comienza cuando se alumbra el deseo (es decir cuando se manifiesta y otro lo reconoce, lo valida) sin que tengan que introducirse momentos “jurídicos” o científicos (nada es más poético que una definición científica) creo necesario, sin embargo, en esta nueva oportunidad de abordar el tema (ver artículo http://lapoliticaaldivan.blogspot.com/2018/06/solo-hay-vida-humana-cuando-se.html )recordar, aquellas palabras de mi abuela paterna, a las que volveré, para graficar las expresiones de una mujer como cualquier otra, de su tiempo y de su circustancias.
Para clarificar aún más su contexto, su femineidad, la recuerdo, cuando recordaba que sus padres no la mandaron a la escuela, dado que era la única hija mujer, entre seis o siete hermanos varones. Que cuando podían, los padres contrataban algunas horas una maestra o maestro, que le enseñaron a escribir.
No fue escolarizada y decir que sabía escribir es casi un premio a su esfuerzo por comunicarse. Muy dificultosamente anotaba palabras sueltas que tenían cierto sentido, y que por lo general, sobre todo las “esquelas” dirigidas a uno de sus hijos, mi padre, referían a dinero.
No manejaría más de veinte vocablos, pongamos cincuenta. Sus padres, que la habían entregado (los anacronismos de señalar la posibilidad de estupro y demás no tienen sentido transpolar, pues era lo común en aquella época) a quien sería mi abuelo, algo habrán negociado, en términos económicos, con este señor, pero esa parte de la historia, como las más importantes, no tienen testigo, ni formas de probar, son como el inconsciente, están estructurados en un lenguaje, del que no podemos tener acceso en forma directa, sino con sinuosidades, inferencias, deducciones, suposiciones y demás.
En las crudas, como terminantes significaciones, que hacía mi abuela (por ejemplo al personal doméstico o empleados los llamaba “sirvientes”) me sigue resonando (toda la vida, desde la primera vez que se lo escuche me resonó) aquello de asociar el embarazo con la desgracia o con la pérdida de la gracia.
Tal resonar, en la caja de resonancia institucional, el Congreso, en ambas cámaras, atraviesa esta embarazosa situación de que se hable, se parlamente, se legisle, sobre el deseo y su reverso, el no deseo del embarazo, de eso que por algo se llamaba, casi naturalmente una desgracia, en tiempos en donde siquiera cabía la posibilidad de que una mujer de catorce años, elija ser esposa, madre, se eduque y con ello, pueda comunicar, lo que sin embargo, desde aquel entonces estaban comunicando con un palabra; asociando embarazos (uno supone no deseados o no elegidos) con desgracias.
Terminamos siendo seres deseantes, en busca de obtener, o de entender (un modo específico de obtención) los deseos, las manifestaciones de nuestros predecesores, de quiénes estuvieron antes y que nos legaron sus cuestiones irresueltas, para que un tiempo después las resolvamos, las desatemos, para que nuestros propios nudos, los desaten, los interpreten, los desanuden, los que vengan más luego.
Por Francisco Tomás González Cabañas.-
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