Un libro de regalo, a sabiendas que no lo vas a valorar.
Una de las últimas trampas, del camino minado, del apostolado diabólico al que debe sobrevivir quién se dedique a las letras, en una comarca norteña de un país marginal, en donde sobreabundan el calor y la pobreza, es el desapartarse del sendero que lo conduzca a la hoguera de vanidades, de esa misma sociedad, que enferma de su sectarismo y de su impostada vanagloria, lo querrá comprar con cucardas de papel, con trofeos de algodón.
En tal funesta operatividad, lo pretenderá ensalzar con su peculiaridad gastronómica, lo rellenará de almidón de mandioca, y lo meterá al horno, presto para la chipaceada, como en nuestra realidad parroquial, la que destinará por unas horas, la cohorte de los medios asociados, que lo suben al falso pedestal, en donde mueren los ídolos de pies de barro.
La occidentalidad nos sigue timando, a los escritores, nos encerró en el objeto libro. Lo creemos indispensable, asociado a lo que decíamos, a las presentaciones, a las caricias, a todo aquello que supuestamente legitima y reconoce, pero que no hace más que socavar el alma que debiera preservar un escritor.
A lo único que debe estar sujeto, en su condición de tal, quién escriba, es a las palabras que oportunamente pueda articular. Todos los objetos, que se hayan constituido en falsos clichés, en apotegmas de su propia desidia, como el libro, deben ser material de prescindencia.
Los negocios de la industria cultural, que hacen que los libros los escriban tristes académicos, a la sombra y bajo sueldo, para que celebridades les estampen sus firmas como autores, y para que sean replicados en ferias de la inconsistencia, no hacen más que banalizar el libro, y por sobre todo, pretender matar las palabras pensadas.
Soplarle el ego, a los más tristes aún, escritores pueblerinos que aburridos de sus profesiones que fungen como el presidio de los mandatos de los que no pudieron escapar, o atosigados por problemas psicológicos irresueltos, mediante reconocimientos fútiles, en el vodevil de las presentaciones a las que nadie asiste por interés real en la palabra escrita, sino por el imperativo moral de lo familiar, lo amistoso o lo social, es seguir en la intención criminal de matar la palabra.
Yo le entrego, este sexto libro, al que usted podrá acceder a él mediante un solo click. En mi condición de tal, realice lo mío, usted, como nadie sabrá qué hacer con este obsequio.
Por Francisco Tomás González Cabañas.-
N / R: En el link de abajo, haciendo un click, usted podrá acceder a la última obra que obsequia el autor, en archivo de pdf.
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