Quemando libros.
Todo sigue igual, no sé porque algo tendría que cambiar, sí los mismos de siempre, no han perdido sus prerrogativas. Sí los olvidados eternos, no pueden o no quieren, otra realidad. Otra vez, ¿para qué hacer la heroica?, ¿de qué ficción literaria, habrá salido eso de la moral, de la dignidad?, ¿en qué lugar del planeta, o del alma, se premian las supuestas buenas acciones? O el triunfo de los que perdemos, que nunca llega. La desventaja de no creer en un más allá, me respondo, ¿qué sentido tendría ir por el bronce, en una provincia que no sale del barro? En donde un prestamista tiene más prestigio que un poeta. Me desgarro con una nueva inquietud, esta vez no tengo respuestas.
Me acercan el diario, ¿importa cuál? Las mismas noticias que en los veinte noticieros, que en las treinta y seis páginas de Internet, que en los cientos programas de radios, gacetillas impresas, que también inundan mis correos, museos de minucias diarias, como alguna vez lo definió un escritor argentino.
Un nuevo programa, que no se va a terminar de cumplir, o quizá sí, pero que no solucionara ciertos problemas de fondo, que acarreamos desde tiempos antediluvianos, pero vamos, es un nuevo intento, como si fuera un muro, que se alza, con la posibilidad de que se caiga, para luego volverlo a levantar. El mito de Sísifo, era así, nada más que con la piedra, con razón, los griegos fueron los primeros demócratas, y aún hoy, no podemos encontrar una versión superada de organizarnos políticamente.
No tenía ganas de pensar, sin embargo no hice otra cosa, tenían razón las señoras de antaño, entre los que no piensan y los que pensamos en una sociedad que no quiere pensar, no existen diferencias.
Tal como publicar o no publicar, este texto, lo mismo da y esa es mi mayor felicidad. No soy en la medida que un funcionario, inveterado succionador de la ubre estatal, me lo certifique mediante un papel (trofeo, o diseño avant premie de tergopol o algodón) apenas, en la cotidiana, como insufrible acción de ponerle palabras, las que nos circundan, las que nos hacen humanos, a las cosas que nos suceden, a diario.
Como esta elección antidemocrática, que desde tiempo, se hacen desde las cumbres del poder, los actos “chipaceriles” las chipaceadas del poder, la palmada en el hombro, el aplauso de los cortesanos, las fotos de los gacetilleros, el día del libro, de la letra, de la coma, para olvidar las políticas públicas que alienten la lectura, que promuevan editoriales que inviertan en el valor del que escribe, que genere y se propicie, a partir de esto, la libertad de pensamiento y de acción crítica, para que seamos mejores.
Tu escritor.
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