La escribanía de Ricardo.
Lo dijimos, como tantas cosas, desde estas columnas, revulsivas y repulsivas, tiempo atrás, quién manejara el senado provincial, manejaría el poder real de la política provincial. Sí uno asiste a algunas de las sesiones que se desarrollan, los mediodías de cada jueves, podrá ver, al desnudo, la dinámica hogareña, intimista en que la democracia a la correntina, referenciada como todas en occidente, se circunscribe en los límites personales, de los poderosos de turno (que son casi siempre los mismos, poniendo en huelga el turno) electos (por obligatoriedad condicionada) mediante voto popular (apelando a un tercio de habitantes que no tienen para comer, pero a quiénes sin embargo se les exige una decisión política).
No decimos caprichosamente referenciada en lo occidental. Uno de los requisitos, o prerrogativa, de la condición de ciencia, es la generalización de lo que se dimensiona individualmente, para diagnóstico y proyección.
Sucede donde miremos, se suscita el mismo drama democrático, lo público y lo personal y la política en el medio.
Son tan pocas las variaciones, que hasta los detalles son casi replicas, industriales, de una afección que se multiplica como pandemia.
Toda España, por estas mismas horas, no deja de sacudirse por la propiedad adquirida, por los líderes (que son pareja) Pablo e Irene que en medio de la marea de “indignados” (es decir nuestro 2001) no originalmente volvieron a levantar las banderas de Marx y demás. Meses después, es decir ahora, los engancharon con una casa (mansión) valuada en 600.000 euros. Fin de la cita y problemón allende el océano, nada que nos deba resultar extraño.
En nuestro muladar, en algún momento, un problema, casa o caserón mediante, hubo de ser el epicentro de nuestro culebrón. El denunciador, minutos después, apareció suicidado, el lugar de la presentación, aún sin juez en firme.
El error de la escribanía, los 31 días de noviembre, el procesamiento de las profesionales por dar fé, equívocamente.
El poder necesita, es decir los que lo detentan, de una ratificatoria, de una escribanía que confirme sus actos. La validación de la legitimidad de la ley.
Se trata de la casa, del hogar, qué mejor que el senado, la mansión de la democracia de un macondiano arrabal sudamericano.
Al izarse el pabellón, se da formalmente inició a la sesión. Sumariamente, se lee todo lo que se tiene que leer, vestidos como el hombre medio europeo (es decir de traje y corbata) los dueños de la ceremonia tocan la campana, el partido comienza a jugarse.
El capitán sin cinta, el dueño real y simbólico de la casa, del poder, le habla al oído a su colega el de perfil griego, el presidente de su partido, el que lleva tantos años de senador como él de hombre todo o súper poderoso. A las claras (no es necesario escuchar o leer labios) le da una instrucción. Este, da una mirada al que maneja la campanita, este le otorga la palabra.
“En el gobierno anterior” comienza y con notable poder de síntesis, realza lo realizado por quién tiene sentado a lado, cuando era gobernador. Este en un acto de humildad, proverbial, mira para arriba, como diciendo, al superior, sólo soy un mortal que cumplió una misión.
No querrá que se le hable de homenajes, de reconocimientos, ni de historia. Todos los jueves, en la casa de la democracia, en la que constituyo su escribanía, se habla, se reafirma, se reza como si fuera una misa, los logros de tal gobierno, o más que logros, las acciones y por más que alguien las piense o las crea como algo que debió haber sido así (es decir lo natural de cualquier gobierno que haga y no se ufane por ello) no tendrá jamás posibilidad de decirlo, de expresarlo o de narrarlo.
Esta es la razón, por las que estas columnas, no han sido consideradas por el dueño de la casa democrática de la provincia. Tenemos una mirada, que no tiene que ser autorizada, avalada o permitida, por más poder que tenga, el dueño, el patrón o el amo.
Sí fuera tal vez por su deseo, personalísimo, tendríamos que estar presos. En verdad lo estamos, de la indiferencia, del ninguneo y del boicot que viene aplicando desde hace tiempo a los que pensamos. No necesariamente noviembre tiene que tener 31 días para que una casa pase a manos de otro, como simple regalo. Ni menos requerir a Jesús, para que olvide tal milagro. Podría alcanzar con respetar a los que no piden permiso, a los que tienen dignidad y no se dejan amilanar por una mirada de desprecio, indiferencia o enojo.
Algo siempre le quedará por aprender, al dueño, patrón o amo. Todos los patios podrán ser su casa, pero no todos los bichos nos alimentamos de lo mismo ni le tememos a los mismos fantasmas. Tal como afirma el novelista, al final del día “nunca preguntes por quién doblan las campanas: doblan por ti”.
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