Dios debiera ser mujer.

No podemos pensar, intuir o sentir, que la idea de un dios (o creador) tenga que ver con lo masculino, cuando en verdad y desde el sentido común, sí necesitamos construir una referencia teleológica, que nos brinde las certezas de las que carece lo humano, obligadamente, debe ser pensada, intuida y razonada como algo vinculado a lo femenino. Lo femenino no en su genitalidad, sino en lo iniciático, en lo basal, en lo obviamente primigenio que significa y representa la vagina, desde esa imagen aperturistica (incluso el mito Griego de la Creación, cuando Gea se desprende de Urano, permitiendo el “entre” cielo y tierra con la aparición de cronos es decir la consecución de lo humano es una apertura en este caso también) de lo que surge desde las profundidades del agua, de la pachamama o de los elementos de la naturaleza que fuesen, nos conmina a que pensemos, a que reflexionemos, a que entre todos podamos preguntarnos siempre que hacer y porque no creer en dios como mujer.
Tras tanto tiempo, la necesidad hizo que develaran su poder, el poder al que tendrán que combatir con las armas que consideren.
En el fondo se dirime, una cuestión proverbial, antediluviana, sí es que la humanidad, merece, amerita, precisa, su continuidad (en los términos que se viene presentando) o sí se la aborta, y nos quedamos en lo que hemos sido y en lo que jamás pudimos ser.
Es una decisión que la debe tomar la mujer (entendida como concepción de pensamiento, como unidad conceptual), que quizá ya hubo de ser tomada, y que nos comunicarán cuando así lo consideren. Los machos fuimos una pesadilla que habitó, estructurado en el lenguaje inconsciente de la mujer, la breve como nefasta e intensa, abreviatura de una noche de mal sueño.
En el despertar de la mujer, el macho sólo existió en el sueño, ella tomará la decisión de seguir con la experiencia humana, a riesgos de otros dolores y experiencias que estarán más allá de su control, o abortará tal aventura, esta última es su completa y más radical decisión, sin que importen leyes, normativas, filosofías o moral, todos estos inventos también de su yo para retardar una indecisión, con la consabida angustia que genera la misma, que lleva miles de años.
El salirnos, de la vagina, y saber que vamos a retornar a ella, es toda la trama en la que constituimos nuestra experiencia humana, en donde en el medio, a los efectos de tapar, de llenar la angustia del horror al vacío que nos produce el agujero negro de esa vagina generadora, arrojadora, expulsadora, a la que finalmente, regresaremos, nos hemos servido del falo, del pene, como una suerte de antídoto, de talismán, de un dios de mentira, por haberlo masculinizado, y del que nos ayudó o ayuda, al letargo sempiterno del olvido de la vagina, la que como si fuese poco, además de hacernos los que nos hace, en caso de que queramos también nos puede otorgar un placer circunstancial, propinándonos una suerte de borrachera que mitiga la angustia primordial, pero que no ayuda ni a resolverla, ni al menos a razonarla o pensarla.
Cuando comprendamos que en una concepción de dios, como sujeto no sujeto es decir de todo lo que no somos, necesariamente, debe estar vinculado con lo más ponderable de lo femenino y de tal referencia, nutrirnos, para tener una humanidad con mayor “sororidad”, entonces tal vez, sólo tal vez, nos sintamos, tanto frente a la muerte como frente a otro (que es estar frente a lo ausente o lo que no es nuestro ego) con la necesaria serenidad y paz, como para no necesitar de jardines edénicos que nos prometan, todo aquello que no pudimos lograr, porque estábamos pensando o diagramando un mundo, con una perspectiva más violenta, ruin o apocada.
Por Francisco Tomás González Cabañas.-
Aun no hay comentarios, sé el primero en escribir uno!
