Pecadores.
El Papa Francisco afirmó que el infierno es la desaparición de las almas, no la existencia de un lugar, aterrador y tortuoso, una conceptualización que se emparenta, de casualidad con lo que afirmaba el filósofo ateo, Jean Paul Sartre, con aquello de que el infierno son los otros, esos otros, agregaríamos nosotros, que pecan desde la no comprensión ni el respeto, por las ideas que no profesan ni comulgan. La desaparición del entendimiento, sería al fin y al cabo, el mayor de los infiernos, en donde, incluso nos necesario el morir físicamente para padecerlo. Respetar la vida desde la concepción debiera ser un precepto consustanciado, junto a un adagio que agregue, incluso sí esa vida cree en lo que nosotros no creemos.
Desde el aborto o la interrupción del embarazo, pasando por las festividades de otras culturas, llegando a la elección de cómo morir en caso de encontrarse en terminalidad, son aspectos que cierto sector de la cultura Cristiana, se resiste a asimilar, como ha resistido que se imparta educación sexual, distribución de anticonceptivos y el matrimonio igualitario.
La cristiandad, abarca tanto a creyentes como a agnósticos, dado que provenimos culturalmente del concepto del génesis obrado por el señor. Criticar aspectos de la Iglesia como institución, debería ser bienaventurado para los clérigos, sin embargo, el espíritu corporativo, se enfrenta a demonios inexistentes, perjudicándose y por tanto, perjudicando al rebaño que afanosamente guían. Poner en cuestión aspectos históricos que son transmitidos como verdades reveladas, por la Iglesia como institución, no conlleva en forma inmanente, la finalidad de atacar los credos de una religión, horadar la fe sus seguidores o militar en una vereda demoníaca destinada a negar la existencia de un creador. Estas manifestaciones, movilizadas por la curiosidad natural del ser humano, no deben ser interpretadas bajo la ortodoxia que propone la figura bíblica, al graficar a Eva accediendo al mal mediante el mordisco a la manzana. La exégesis de obras teatrales o de muestras artísticas, que tienen como epicentro la ridiculización de figuras religiosas, o la narración de intelectuales o de periodistas, sobre la vida de homosexuales pedófilos disfrazados de clérigos, no tienen por qué ser observadas como avanzadas paradigmáticas que atentan contra un sistema cultural, axiológico y una forma de vida alentada por el milagro de la fe, como cada tanto suelen escandalizar tanto a la curia como al rebaño al que para tal condición privan de pensamiento.
Ningún historiador, recurre afanosamente a los anales, para rescatar la barbarie de un Torquemada, la criminal complicidad de un Pío XII o de un Monseñor Tortolo, a los simples fines de sentar argumentos para demostrar, con pruebas, una herética acción de la Iglesia como institución, dado ciertos hombres de la grey.
El Cristianismo, entendido culturalmente, nos pertenece a todos, tanto a los que creemos, como a los que desacreditamos de la existencia del hijo o del propio dios.
El pensamiento occidental, imperializado por la militarización de Roma y la espiritualidad católica, surgió desde la antigua Grecia y hasta nuestro días, nos conmina a entender la realidad, bajo el supuesto de un ser todopoderoso, que seis días, más o menos, ha creado el universo. La muerte simplemente es un pasaje, con puerto final en el edén o en el infierno, de acuerdo a los compartimientos llevados a cabo por quiénes tienen que padecer en el valle de lágrimas.
Tanto Galileo, a través de observaciones astronómicas que desterraron la cosmovisión que presuponía que todo giraba alrededor de la tierra, como Darwin con la evolución de las especies, que desplazo al creacionismo, son muestras cabales de cómo la civilización, sin quitarse el ropaje cristiano, avanzo por caminos más cercanos a la razón y a la comprobación científica, para entenderse y entender el fenómeno humano.
La curia en general, ha reaccionado con virulencia inusitada (condena a la hoguera del primero y el vilipendio público del segundo) ante la experiencia del hombre, al tomar al conocimiento más allá de las perspectivas ecuménicas.
Tampoco se apunta a que la justicia humana, por ejemplo, falle, con respecto a la imprescriptibilidad de venta de indulgencias como estandarte de las tantas aberraciones que incluyeron la complicidad de hombres de dios, con golpes de estado que desaparecieron, torturaron y mataron, hasta no hace mucho tiempo atrás.
En los últimos años, la ley del divorcio vincular, como la reforma de la Constitución Nacional del ´94 (quitando la obligatoriedad de práctica al presidente) y más recientemente la norma de salud reproductiva, emanadas desde el propio estado nacional, que según la Constitución sostiene el culto católico, ha inaugurado un camino un tanto alejado, del sendero indicado por el pastor, para el paso del redil o de la feligresía.
Ni que decir de la aprobación del matrimonio igualitario o de la reciente promoción, del debate de la interrupción del embarazo, por parte del actual Presidente de la Nación.
La factibilidad de la aprobación de una norma que acepte en algún grado el aborto o la eutanasia, son debates que se darán más temprano que tarde, la posición de la clase política, independientemente de su cariz ideológico, cada día parece alejarse más de una posición que pueda ser calificada como anatematizada.
La sociedad en general, católica hasta el tuétano culturalmente (ya narramos su origen teológico desde lo conceptual), va llegando a un estadio, en donde permanecer virgen hasta el matrimonio, donde no robar pese a la pobreza, y cumplimentar con obligatoriedad escolar, un decálogo de preceptos, vertidos por humanos, demasiado humanos, para alcanzar una mejor vida ultraterrena, no termina de satisfacerla, de lograrla como comunidad inserta en pleno siglo XXI.
No se trata de una cuestión temporal, pese a ser una verdad de Perogrullo, tenemos que reafirmar que nada de lo espiritual tiene fecha de caducidad, pero sí tenemos la obligación de recordar, que los anacronismos no ayudan a dar una mano, a los conflictos internos que puedan poseer los hermanos creyentes o arrojados a la existencia.
Sí con una palabra de él bastará para sanarnos, quizá con un ejemplo nos alcance para argumentar. La exposición en la que se encuentran, quiénes hoy visten hábitos, en relación a la posibilidad de caer en la tentación de la carne, no es la misma, que tenían en el Concilio ecuménico anterior al de Di Trento, llevado a cabo varias centurias atrás y que rige actualmente, prohibiendo a los hombres de la Iglesia hacerse hombres en el sentido más sexual y rayano del término. Sí alguna duda, aún cabe, habría que consultar la vida y obra de Monseñor Podesta, o leer el libro de su esposa Clelia.
No existe un “anticatolicismo”, como gustan de afirmar determinados ministros de Dios en la tierra, tampoco el materialismo consumista es un enemigo declarado de los valores cristianos (por más que se vuelva a citar el ejemplo de Cristo expulsando a los vendedores del templo) ni siquiera se encamina una avanzada contracultural, política y social, como el marxismo ateo y anticlerical, que azotó en la guerra fría, y que mediante el mismo, varios torturadores confesos (porque tomaban la ostia los domingos, no porque se reconocieran como animales) pudieron azotar a mansalva a miles de herejes.
Lo que simple, llana y hasta inocentemente existe, con respecto a la Iglesia, y que se vislumbra en alguna obrita de teatro, en la exposición de un artista o en la columna de un hombre de letras, es la reflexión, es la búsqueda de la coherencia, dentro de la naturaleza contradictoria del ser humano.
No se trata de suplantar al creador, por el motor inmóvil de Aristóteles, por el mundo de las ideas de Platón, por las mónadas de Leibniz o por el existencialismo Sartreano. Se trata de entendernos, de entender, más allá de las fronteras bíblicas, sin necesidad de que seamos acusados de pecaminosos, calificados de herejes o tratados como infantes, carentes de la fuerza omnímoda de la fe. La mirada crítica, es una necesidad intrínseca, no rencorosa, que forma lo propio, independientemente de los padres culturales, destinada a generar el camino de uno, sin la permanente y sofocante presencia del pastor, indicando el camino. No alcanza con la parábola del hijo pródigo, o la narración, reiterativa de cada una de las espinas, que Cristo soporto por el descreimiento de la humanidad.
El problema que puede existir, entre la Iglesia y la comunidad, que ciertos clérigos señalan, por intermedio de alocuciones, dictaminando con sobredosis de evangelio y con soberbia vaticana, tiene más relación con las formas y los modos de comunicación, que con el mensaje en sí.
No vamos a caer en el simplismo de afirmar “Creo en dios, más no en los curas”, dado el arrojo y la sapiencia tanto de pontífices (como Juan Pablo II) como de simples padres (Mujica), pero sí afirmamos con solvencia, que desde la Iglesia, se podría actualizar, asimilar y reconvertir el dogma a los tiempos que corren, a los efectos no sólo de evitar ridiculizaciones, equívocamente calificadas como anticlericales, sino a los fines de llegar con mayor integridad hacia los creyentes.
Sí la curia hubiese transmitido con claridad y profusión el Eclesiastés, la literatura no hubiera necesitado un Schopenhauer o un Nietzsche, no existirían en la actualidad, tantos gualichos, tanto sanador, tanto entierro, tanta agua traída del cerro de los mil colores.
Pese a que la Iglesia, haya condenado el psicoanálisis, debería encontrar, huestes dentro, sus propios errores, conflictos y contradicciones, más en estos tiempos, donde cualquier improvisado con una cámara filmadora, puede encontrar más émulos del Padre Grassi.
¿Cuán cristiano es que se aleccione a una jovencita en plena ebullición hormonal, para que no tenga relaciones prematrimoniales, y en el caso de que las tenga que no utilice métodos anticonceptivos, y en el caso de que quede encinta, que dé a luz a un hijo no deseado, para que en el caso, que desobedezca alguno de estos puntos ser considerada una pecadora?
Tal es una de las preguntas, que la Iglesia tiene que indagarse abiertamente, las respuestas no las encontrará en la conducta del rebaño, nosotros tenemos más dudas que certezas, y sí las exteriorizamos no es precisamente para recibir un sermón, sino para obrar de acuerdo al plan de dios, o de quien sea, pensar y reflexionar para cada día ser mejores.
Tampoco el catolicismo puede dejarlo todo en el carisma de su actual Pastor, que en cada uno de sus dichos pide que se rece por él. Rezar es recitar, es convocar lo que no está, mover de un lugar a otro, completar lo que falta, imaginar lo ausente, simbolizarlo mediante el pensamiento y la palabra, la acción que pretenda lo contrario, el dogma que ocluye el rezo como tal, es sencillamente lo contrario, lo inverso, que es la atribución principal de lo demoníaco.
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