7 de abril de 2018

El pejotismo necesita de un psicólogo lacaniano.

El mitín pejotista, leal a su tradición, prometió mucho más de lo que cumplió. La armada oficial del espacio peronista, en su versión parroquial, en su sede a medio construir, concitó la atención de menos de cien “compañeros” entre los que no llegaban a veinte entre legisladores e intendentes. Se reeditaron rostros fosilizados como los de ex aliados de Colombi, que generaban “olor a cooperativa” y de lo poco, diferente o prometedor que auspició la congregación peronista, fue la de exhibir el testimonio del peronismo ganador como el Mercedeño, de la mano de Víctor Cemborain, o la remozada semblanza de un histórico conductor como Martínez Llano que enfocó el marco estratégico de un 2019, que de seguir así (en manos de autoridades ungidas a dedo y sin peso ni territorial ni mediático) será tortuoso para el peronismo oficial.

Antes de un nuevo y supuesto llamado a las internas del Partido Justicialista (sistema democrática del que parece abjurar el pejotismo), distrito Corrientes, tal como no sea hace desde 2009,  se habló mucho desde diferentes sectores de  generar “consenso”, en relación a la posibilidad de que lo que parecían líneas, agrupaciones o un rejunte de compañeros que poseían una visión diferente de cómo debía o como debe marchar el PJ, aparezcan con una anuencia mutua y por tanto, terminen juntos en un gran consenso peronista. Pero, ¿Qué es lo que consensuan?, ¿acaso estrategias político-tácticas? Lo que llaman consenso en realidad se transforma en contubernio, dado que lo que consensuan, no es ni más ni menos, que los cargos tanto partidarios como salibles, entre grupos facciosos que arrogándose la representatividad total del peronismo, se distribuyen las grillas y por sobre todo las que consideran expectables para la próxima eleccíón. 

 Prueba irrefutable, es el “armado” de este tipo de mitines, en donde en nombre de dejar hablar a todos y cada uno de los que se quieren expresar, se diseñan listas interminables de oradores que devienen en que a las seis horas de iniciada la reunión, quedan veinte de los cien, para escuchar por lo general “lamentos” de los que luego, son sindicados como librepensadores, cuando no loquitos, que se prestaron a darle legitimidad al acto que servirá para que un comunicado escueto en nombre de ese pejotismo se solidarice con los hambrientos de Ruanda e injusticias internacionales más.

La costumbre también de algunos que no pudieron levantarse de las derrotas del año pasado, o que quedaron al descubierto de que iban por su negocio personal o faccioso, hablan a las claras de esas ausencias.

Hablamos de los ex intendentes de Corrientes Capital, los mismos que en tal sillón le entronizaron monumentos a Andresito como al Peluquero “Laucha” pero que nada hicieron en nombre de ese peronismo, por la memoria, que no es individual, sino colectiva,  representada en el último gobernador peronista ungido por el voto popular y expulsado por la última dictadura militar.

Finalmente, como en anteriores ocasiones, se habló y mucho de Ricardo Colombi, pero  nada se dijo, precisamente de como hace este, para usar a todos y cada uno de los presentes (que prestaron el partido y sus nombres para ser segundones de Ricardo) como al pejotismo en su conjunto.

Lo hace mediante lo simbólico. Fue Colombi en uno de sus mandatos que inauguró el monumento a uno de los hijos de Julio Romero, a un ignoto (políticamente) dirigente precisamente para eclipsar a quién se debía homenajear, es decir al padre del honrado y elevado a monumento y por sobre todo a aquel en su condición no de padre, sino de haber sido el último gobernador peronista.

El pejotismo no necesita ni de un gobierno nacional, ni de estrategias (estrategas tiene) ni de hombres renovados o esperanzadores (los hay incluso ganadores en sus distritos) ni dinero (se promovió la perversa idea de que sea la militancia la que junte plata para terminar el edificio del partido inconcluso, tras casi una década de “fiebre del asfalto” en manos peronchas) ni de buena prensa o marketing, necesita de un psicólogo, de un coloquio de estos, o de la cura mediante el diálogo, el logos o la palabra, el resto (el hacer vencido y demás) ha sido y sigue siendo cháchara, perversa, al servicio de Colombi.

 


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