Nuevamente arrecian especulaciones de cambio en el elenco estable del partido de gobierno.
Ya ni siquiera se trata de la democracia como sistema o de la institucionalidad que de ella se desprende, se trata del respeto que se deben granjear entre sí los pertenecientes a la dirigencia encaramada en el poder.
Salvo los Pedros, cada uno con sus respectivos partidos que no casualmente después del radicalismo (como manifestación contumaz de partido de gobierno) dentro de la alianza ECO (que funciona como ley de lemas encubierta dentro de un sistema electoral inexistente, es decir una vieja ley de adhesión a normas básicas y elementales que tampoco contemplan sucédanos, obvios en otros distritos, como la presentación de la declaración jurada de bienes de funcionarios) son las expresiones políticas más votadas, que poseen tanto prestigio, consideración pública y respeto político, el resto de la dirigencia del poder, incluida la oposición (contadas excepciones como expresiones sociales que dignas se paran con sus reclamos al poder y expresiones del peronismo como vamos compañeros) son meros instrumentos, cosificados, que se ponen y se sacan de acuerdo al criterio, al olfato y la decisión del Pedro (este nombre parece tener cierta mística) Ferré de nuestros tiempos modernos.
El resto es cháchara, es ruido y pocas nueces, incluso por más que se cumplimente el deseo de algunos que entre el actual y su mentor terminen rompiendo. Como diría Alem, se romperá pero no se doblará, como viene sucediendo en Corrientes.
Sí un radical en Corrientes sabe de esto, es no casualmente, quién comanda la “Leandro Alem”. Desde 1985 que recibe el apoyo del voto popular que lo hace habitar, en su caso con algunas pausas, en el legislativo provincial, como también supo ganarse la voluntad popular para representar en la Nación o para que le depositen la confianza como funcionario nacional.
Como él, cientos de sus correligionarios, designan en los diferentes nichos del poder, a segundas y terceras generaciones de familiares y amigos, logrando modificar, como marco teórico, la conceptualización de nepotismo, por la de que el poder necesita de gente de confianza, como lo esgrimen en medios de comunicación, que también aplican prácticas nepotistas en sus áreas de influencia.
El trabajo está justificado y legitimado, todos en última instancia estamos en desacuerdo de la corrupción, en tanto y en cuanto no participemos de ella.
Sí queremos seguir llamándonos democráticos, bajo un sistema que garantice que se vote cada dos años y que de los casi cuarenta partidos políticos, desde hace veinte años, sólo uno, ponga el gobernador ganador, y que esto se trata de una cuestión de ser más apto, más pillo, más capaz, políticamente, bueno, como diría la máxima del derecho, nadie puede alegar su propia torpeza.
De esto se trata, del respeto, de sólo un puñado de hombres, los Pedros y un par más, que logran mechar dentro de la marea, del poder omnisciente del radicalismo, otros nombres, otros sujetos, otras perspectivas, que como si fuese poco, generan oxigenación, salvan al gobierno radical mismo, del color monocorde, del absolutismo de buenos modales y democrático, que hace décadas nos imponen y que sin estos matices, sería insoportable el haberlo tolerado de esta forma tan brusca y contundente.
A los efectos de que el radicalismo continúe en el poder, lo mejor que podría hacer el gobierno es des-radicalizarse, es generar las condiciones para que más Pedros, sigan cincelando con sus diversas perspectivas una Corrientes para todos y no una Corrientes correligionaria.
La otra salida es que los que no somos radicales, nos afiliemos en masa al radicalismo. Sí damos por cierto lo que expresa el economista (más capo cómico que intelectual como se quiere presentar) Milei, J “Los únicos que progresan son los políticos”, para tener alguna chance de tener un empleo formal y que supere la línea de la pobreza, será el de cambiar la foto de nuestras redes sociales (que son nuestros documentos en la actualidad) por las de Lebensohn, Irigoyen, Alvear, Illía, De la Rúa, y cualquier otra celebridad radical, dado que no reina otro parámetro ni para participar en política, que no sea el de una pertenencia nominal, como la presente, que jure y perjure, el obcecado acompañamiento y fidelidad al que nos digan lo que tengamos que hacer, por más que esto signifique no pensar y por ende no ser.
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