31 de marzo de 2018

La otra batalla por las Islas Malvinas.

Hablar hoy de Malvinas nos lleva a la guerra de 1982 con el Reino Unido por la recuperación de las islas. Sin embargo, mucho tiempo antes, el 8 de diciembre de 1914, el archipiélago fue escenario de otra guerra cuando cerca de 2000 hombres se hundieron con sus naves en las frías aguas del atlántico sur, en lo que sería uno de los combates navales más impactantes de la Primera Guerra Mundial: la Batalla de las Malvinas.

Por Agustín Daniel Desiderato

Hablar hoy de Malvinas nos lleva, inevitablemente, a los sucesos de 1982 cuando la República Argentina entró en guerra con el Reino Unido por la recuperación de las islas. Trágicos sucesos que dejarían una herida todavía abierta en nuestra sociedad a la que, aún transcurridos casi 26 años, le queda mucho por estudiar, revisar, descubrir y perdonar.

Pero mucho tiempo antes, en un evento hoy tan lejano que parece no haber ocurrido nunca, el archipiélago fue escenario de otra guerra. El 8 de diciembre de 1914 casi 2000 hombres se hundieron con sus naves en las frías aguas del atlántico sur, en lo que sería uno de los combates navales más impactantes de la Primera Guerra Mundial: la Batalla de las Malvinas.

El 28 de junio de 1914 el archiduque Francisco Fernando de Austria fue asesinado en Sarajevo, Bosnia, desencadenando una serie de sucesos diplomáticos que terminarían en la Primera Guerra Mundial. Dos alianzas integradas por las potencias económicas y militares de la época, la Triple Entente y la Triple Alianza, se enfrentarían durante poco más de 4 años, en casi todos los rincones del mundo, en la tierra, en el aire y en el mar.

Por aquellos tiempos reinaba el barco acorazado tipo Dreadnought: una embarcación con cañones de grueso calibre y potente blindaje, que necesitaba de toneladas de carbón y cientos de tripulantes para maniobrar. Estos colosos del océano eran la médula de la guerra naval y cuando se inició el conflicto Gran Bretaña era la que mayor cantidad de estos barcos tenía. La Royal Navy era la primera potencia naval del mundo.

Alemania estaba dispuesta a disputarle ese lugar de dominio pero la diferencia numérica la obligaba a ser astuta y plantear una estrategia alternativa. Evitar cualquier combate decisivo con los británicos pero atacar sus transportes, colmados de suministros y materiales que el Reino Unido recibía de sus colonias y socios comerciales. Para esto la marina alemana contaba con el vicealmirante Maximilian von Spee y su Escuadrón de Asia Oriental.

Apostado en el puerto de Qingdao, China, la fuerza de Spee recibió órdenes de surcar las aguas del Pacífico Central y llevar el caos a las costas latinoamericanas. Cinco naves integraban su escuadrón: el Scharnhorst, el Gneisenau, el Leipzig, el Nürnberg y el Dresden.

En octubre de 1914, Spee llegó a aguas chilenas y, al tanto de la situación, los británicos decidieron enfrentarlo. Las unidades más cercanas eran las del almirante sir Christopher Cradock, con base en las islas Malvinas. Fuerza en inferioridad de condiciones y que, a pesar de haber combatido con valor, no fue rival para los barcos alemanes. El 1 de noviembre de 1914, en la Batalla de Coronel, la mitad de escuadra sajona fue destruida. Cradock y casi 2000 tripulantes perderían la vida.

Con este acto, no sólo la presencia británica en el pacífico sur había desaparecido sino también la defensa de la única estación naval de la región: las islas Malvinas. Sin obstáculos posibles, Spee se dirigió a ellas junto a los barcos de su Escuadra de Asia Oriental, aunque no con la rapidez adecuada. Porque, en una atmósfera de triunfo, Spee demoró casi 20 días en dar la orden de zarpar. Los hechos posteriores mostrarían la gravedad de su error.

Las islas Malvinas, usurpadas y ocupadas por el Reino Unido en 1833, tenían en los tiempos de la Primera Guerra Mundial un alto valor estratégico. Diversos eran los motivos, pero tres de ellos eran muy importantes. Primero: en Puerto Stanley funcionaba una estación de comunicaciones que le permitía a las naves británicas recibir órdenes e información sobre objetivos, blancos y maniobras. Segundo: las islas, de una gran riqueza natural y mineral, funcionaban como depósito de carbón y los acorazados de guerra de la época dependían de dicho recurso para desplazarse. Tercero y último, la ubicación estratégica del archipiélago, muy cercano al paso interoceánico en el Estrecho de Magallanes, permitía el control del Pacífico y del Atlántico.

La noticia de la derrota de Cradock significaba una humillación para la Royal Navy, pero también una señal de alerta. Se había subestimado a los alemanes en el mar y como perder Malvinas no era una opción, el alto mando británico movilizó rápidamente nuevos elementos. El vicealmirante sir Frederick Doveton Sturdee a bordo del Invincible, junto al Kent, el Inflexible y el Canopus, se haría esta vez cargo del trabajo.

Con las primeras luces del alba, en la mañana del 3 de diciembre de 1914, la escuadra alemana comenzó su acercamiento a las islas. El objetivo prioritario era desembarcar en puerto Stanley y capturar la estación telegráfica. Pero la sorpresa invadió los corazones de los vigías de Spee al divisar columnas de humo negro en el horizonte. Los británicos habían llegado más rápido de lo previsto y con más barcos de lo esperado. En esa situación de incertidumbre Spee cometería su segundo error.

Los barcos de Sturdee estaban con las calderas apagadas, reaprovisionado carbón, y hubieran sido presa fácil de Spee. Pero el alemán decidió retirarse y, con sus capitanes todavía estupefactos, la escuadra empezó la huida. Los británicos, por su parte, ni lerdos ni perezosos, prepararon sus barcos y comenzaron la persecución. Así comenzaría la Batalla por las islas Malvinas.

Los alemanes con naves más lentas fueron eventualmente alcanzados, uno a uno. El Scharnhorst, buque insignia de Spee, recibió varios impactos que le provocaron aberturas y vías de agua. Con el casco medio hundido intentó devolver el fuego pero la inundación se había tornado incontrolable y, momentos después, el poderoso barco germano fue tragado por las frías aguas del atlántico sur. Todos los tripulantes, incluso el propio vicealmirante Maximilian von Spee, perdieron la vida.

El Gneisenau fue el siguiente. Intentando ayudar al Scharnhorst, dio media vuelta y se unió al combate. Se batió con valor pero las salvas británicas también hicieron blanco en él. Muy pocos se salvaron del hundimiento. Entre los muertos estaba Heinrich Spee, uno de los hijos del comandante.

Los cruceros ligeros Leipzig y Nürnberg, más veloces, se habían salvado temporalmente del destino de sus pares. Sin embargo, eventualmente la escuadra de Sturdee se abalanzó contra ellos, los acribilló y los hundió. Ambos barcos sumaban una dotación de casi 700 almas, de los que sólo pudieron salvarse 25 hombres. Entre los muertos se contaba al otro hijo de Spee, Otto, que servía como teniente en el Nürnberg. El Dresden, era lo último que quedaba de la escuadra alemana y fue el único navío que logró escapar al final de la fatídica jornada. Aunque su suerte sería efímera ya que, meses más tarde, también sería encontrado por los británicos. La poderosa Escuadra de Asia Oriental había dejado de existir.

El Reino Unido había obtenido una victoria aplastante sobre los alemanes que reforzaría su dominio de los mares. Las noticias circulaban y Sturdee regresó cargado de honores y prestigio. Sin embargo, la marina imperial alemana no estaba derrotada y aún mantenía una gran capacidad de combate. La Primera Guerra Mundial duraría muchos años más.

De todas formas esto ya no vinculaba al vicealmirante Spee para quien todo había terminado. Ahora yacía en el fondo del mar con sus barcos, con sus hombres y con sus dos hijos: Otto y Heinrich.

 


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