De lo imaginario a lo simbólico, a cincuenta años del mayo francés.
A nadie que pertenezca al campo de las ciencias sociales, o de cualquier otra área de diversas ciencias o en verdad del campo que fuese se le puede escapar la percepción, la intuición o el dato real que la democracia no pertenece al orden de lo real.
La democracia no traduce aquello que promete en su definición o etimología. La democracia no gobierna para ese pueblo, del que declama y que legal, como a veces legítimamente, representa. La democracia no ha logrado, casi en ninguna de las aldeas en que señoree, no ya mejorar, sino al menos no empeorar los índices sociales que recibiera por parte de los regímenes más antihumanos como execrables que antes de ella han gobernado ipso facto. No estamos expresando, todavía se precisa de este tipo de aclaraciones, que con esto prefiramos el horror del que salimos, tampoco por ello, debemos censurar la cuestión o la crítica que tenemos derecho a hacer de lo democrático, sino por sobre todo, ocluir o reprimir el deseo natural de vivir mejor, o al menos de que no tanta gente, tenga problemas de hambre cotidiano, democracia mediante.
Así como la revolución francesa, reaccionó al absolutismo del “Estado soy yo (Luis XIV)”, el mayo francés fue una reacción al orden de lo político-público y su devoción por la hiperrealidad. De no haber sido de esta manera, las masas ingentes, hubieran tomado el poder, pero por el contrario, desecharon que el poder residiera en un lugar (en la territorialidad de las casas de gobierno, como sería costumbre para las fuerzas armadas al creer que tomaban algo con los derrocamientos que generarían nuevamente el horror, y el presidio, del plano de lo real, en su expresión más horrífica) y corrieron el plano o el orden.
“La imaginación al poder” es la frase que palmariamente refleja lo que sucedió y por lo que iban. A diferencia de la actualidad, en donde los consultores, arman las frases o los eslóganes, para luego hacer que sus clientes se acomoden a los mismos, o actúen en consecuencia, el plano que devino de aquel jolgorio de lo imaginativo, es el presente simbólico y rotundo de la ley democrática que no resuelve, ni defina nada, pero que la debemos cumplir, a rajatabla, a como dé lugar.
En una de las tantas, como actuales, revueltas, marchas o concentraciones, en que se manifiesta la sociedad civil, sea por los derechos de los perros a defecar en los transportes públicos o por la equidad de derechos en los distintos géneros, en los que se subdivide la humanidad, nadie o muy pocos cuestionan el orden, el campo simbólico en el que nos arrojó la imaginación de los que prevalecieron en el mayo francés.
Una bandera, tal como las paredes inscriptas del barrio latino en París, rogaba (en vez de rezaba) “no somos los hijos de la democracia, somos los padres de la nueva revolución”. Tal vez este sea el sendero, el comprender que no importa el lugar (la noción de la territorialidad como de la existencia tangible de las cosas pasó a ser un viejo recuerdo en tiempos de virtualidad), tampoco el tiempo (el que aducimos que nos falta para comprender al otro, y por el que nos comunicamos mediante caritas que son casi algoritmos de comportamientos estudiados por inteligencia artificial) y por ende nuestras acciones que hagamos o dejemos de hacer, sino lo que importara en el nuevo registro, para salir de lo simbólico, sea el testimonio, la palabra dada, sostenida por la convicción o la duda, pero que no ceje en dar cuenta de lo que se piensa, sienta o intuye.
La propuesta, la invitación, es a que obremos tal como si nos gobernáramos cada uno por las nuestras, lejos de cualquier pretensión anárquica, que pugne por lo agonal o por aspiraciones románticas que se rocen con lo quijotesco o lunático. Se sabrá de nuestras buenas intenciones, por lo que ofrezcamos a eso público, en lo que estaremos interviniendo, es decir haciendo política, a nuestro modo, a nuestra manera, más allá de como la cataloguen a nuestras acciones los académicos de la politología, presos de sus bucólicas publicaciones que persiguen siempre el interés del redito material o espiritual de quedar bien con el superior en cuestión o con el par.
Por supuesto que en la plaza pública (en sentido metafórico) los distintos accionares, chocarán, más allá de que muchos se complementen, pero tal choque, no necesariamente, debe o tiene que ser trágico o negativo. En tales confrontaciones, prevalecerá la ley (la habremos sacado al manifestarse, al traducirse, de su orden simbólico) y en el caso de que no prevalezca, se necesitará de que el nuevo orden, o campo en el que nos estemos desempeñando, lo real, se tenga como necesidad primordial el que nos entendamos, nos comprendamos, consensualmente, por mayorías o minorías, por sorteo, por compensación o por las múltiples formas que podemos encontrar como para organizarnos humanamente.
Para volver a soñar, es decir para apreciar la vigilia, y diferenciarla de las pesadillas, el haber despertado, nos impele a que nos preguntemos ¿Qué es lo que vamos a querer hacer? O que sencillamente que nos preguntemos, las respuestas vendrán después, siquiera la necesitamos, que no nos subviertan el orden de nuestra naturaleza humana, los resultados, como los números son producto de la imaginación, que luego se puede reconvertir en orden simbólico o legal, la realidad o lo real, es otra cosa, vayamos por ella, por la calamidad de ese niño o niña que le cuesta comer y que sacrificialmente sostiene las fantasías políticas y de poder con las cuales jugamos a la sociedad de la ley, democrática, de las libertades.
Por Francisco Tomás González Cabañas-
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