12 de febrero de 2018

El ocaso de la política territorial.

La virtualidad, de un tiempo a esta parte, no sólo se viene constituyendo en el espacio, más concreto y real, en donde la mayoría de los occidentales hacemos transitar el tiempo de nuestras vidas, sino que, irá en aumento progresivo, y por sobre todo normativo y legal. Desde Estados virtuales, pasando por monedas virtuales, la consecución más altisonante de esta manera de ser humanos se corresponde con un desplazamiento de como pensábamos, sentíamos y razonábamos a esta forma que nos cuesta conceptualizar como analizar dado que está sucediendo, fortaleciéndose, en el mismo momento en el que queremos brindarle una mirada que la analice al detalle. Concebir por ejemplo, se transformó en una fenómeno, en donde tiene más que ver la virtualidad la otra parte que nos falta, para que individualmente, y más allá del sexo que tengamos (el cual también podemos cambiar, en su genitalidad, sólo en sus semántica, o en ambas) acompañarnos con descendencia pre acordada en criterios genéticos o de otra índole que previamente, podemos escoger tras una pantalla. La actividad política, como sucedáneo de lo colectivo, viene perdiendo la plaza pública, el espacio real, que deviene, que se redefine, se reactualiza, se reconvierte, también desde lo virtual o la virtualidad.

El hecho real, la visita, el fenómeno, plausible, es cada vez menos multitudinario, dado que se puede transmitir en vivo, se replica en cientos de fotos, de filmaciones,  que se vuelven a multiplicar en plataformas varias de cientos que tampoco están o han estado en el momento real del acontecimiento. Lo más novedoso de todo, es que hasta no hace mucho se conservaba un cierto valor en el estar en tiempo real, en el suceso concreto, más ahora el estar, es prácticamente considerado un disvalor.

Lo importante, lo destacable, dado que el mundo occidental va hacia ello, es que lo compartamos desde nuestra virtualidad, que podamos hacer y deshacer al unísono, siendo libres más allá del principio de no contradicción. Viajar a la velocidad de la luz, escindirnos en partículas elementales, sin que dejemos de ser nosotros en esencia, llevando a esta a un grado de facultad plástica y elástica, inimaginable hasta no hace mucho.

El espacio público, recinto del club colmado, la plaza, el cruce de avenidas, el afuera del comité o de la unidad básica, devienen ahora en los grupos de mensajería instantánea, en la cantidad de amigos o seguidores que se cultivan, promocionando o con ayuda profesional o no, mediante las distintas plataformas que son los vehículos necesarios de la virtualidad imperante en la actualidad.

El hecho dejo de suceder cuando sucede, sucede solo cuando es difundido, multiplicado, virtualizado. Esto no significa que el hecho debe dejar de suceder, es decir que ya no se debe estar en el lugar concreto y real en donde suceden las cosas, sino simplemente que esto ha dejado de ser lo primordial, para pasar a ser lo secundario.

La cantidad de mensajes que tengamos en el móvil, menciones en las plataformas sociales y en menor medida, notificaciones electrónicas, pasan a ser los índices mediante los cuales nuestra condición de sujetos se analizan tras el tamiz de lo político y lo público.

No importa sí realmente el que nos dice apoyar nos apoya, sí el que se declara nuestro simpatizante lo es, lo basal es que lo declare, eso nos significará, en la virtualidad reinante nuestro éxito mayor.

Lo que realmente ocurre, transita con su temporalidad, con su repercusión, con sus inscripciones en un plano al que hemos destinado a un segundo momento, una segunda epocalidad.

Es de tan significancia este giro copernicano que es como sí a nivel individual, nos pusiésemos de acuerdo para invertir el mundo de los sueños, el onírico por el de la vigilia.

Insistimos, a tal modo venimos naturalizando esta transmutación que nos corre, que políticamente cada día, afirmamos en tal sentido el traslado del eje.

Cada vez son menos, los que realmente se comprometen con lo asible, con lo tangible, con lo real de antaño, a contrario sensu, llevan cantidad de objetos que transmiten la virtualidad de tal acto real, que se multiplicara, que se compartirá, que se desperdigara.

Lo multitudinario es en definitivo lo masivo, lo democrático. Lo político, patrimonio de unos pocos, que por el desinterés de los más, participan de aquello que luego es traducido como algo que acontece muy lejos de las narices de los ciudadanos y los pobladores, básica y esencialmente por el desinterés de estos.

La política debería recuperar su noción de realidad y con ello, su naturaleza democrática, permitiendo que los políticos insten a los ciudadanos, más allá de que los voten, apoyen o no, a que salgan de las madrigueras virtuales en donde entre tantas cosas, además de lo democrático y por ende lo político, pierden su condición de seres humanos.


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