24 de enero de 2018

Blancanieves, la fundación de Facebook.

¡Cuán poco se requiere para ser feliz! El sonido de una gaita. Sin música, la vida sería un error. El alemán se imagina incluso a Dios cantando canciones. Friedrich Nietzsche. El ocaso de los ídolos o cómo se filosofa a martillazos.

El rosa viejo, en un acto mudo e inmóvil, parece decirnos que no termina de completar su voluntad de fundirse en fortaleza de color o terminar por ser blanco, el rosa viejo se sitúa en la nebulosa de la duda de quién mescla los pigmentos. Como el péndulo que idénticamente se inclina y dibuja formas como si el tiempo no trascurriera en un repeat total.

Curt Hartman, nos habla de la histeria de la existencia en la ausencia de los otros, existir sin el registro de los otros, pero de aquellos a quien el sujeto existente pretende hacer saber que existe. En la pseudo-ciencia política definieron a esa situación del hombre como síntoma del café frio. El sujeto, que a otrora se situaba en el centro de atención, con las manos en la botonera, pierde de la noche a la mañana toda su radiación de poderío abriendo las puertas a la orfandad. Con la tecnología, las redes sociales fue un gran invento para ficcionar la existencia humana donde el hombre en cuanto tal, ya no tiene la importancia de antes. Hartaman sigue a Zygmunt Bauman,  y sobre las redes sociales es preciso cuando dice: la cuestión de la identidad ha sido transformada de algo que viene dado a una tarea: tú tienes que crear tu propia comunidad. Pero no se crea una comunidad, la tienes o no; lo que las redes sociales pueden crear es un sustituto. La diferencia entre la comunidad y la red es que tú perteneces a la comunidad pero la red te pertenece a ti. Puedes añadir amigos y puedes borrarlos, controlas a la gente con la que te relacionabas. La gente se siente un poco mejor porque la soledad es la gran amenaza en estos tiempos de individualización.

El viejo amigo Federico, en sus clases de martillazos solía decir que: las pasiones atraviesan una etapa en que son pura fatalidad, abismando a su víctima por el peso de la insensatez, y por otra, muy posterior, en que se desposan con el espíritu, se “espiritualizan”. En tiempos pasados, a causa de la insensatez inherente a la pasión, se hizo la guerra a la misma trabajando por su destrucción; todos los antiguos monstruos de la moral coincidían en exigir: hay que acabar con, las pasiones. La fórmula más célebre al respecto está en el Nuevo Testamento, en ese Sermón de la Montaña, donde, dicho sea de paso, nada se contempla desde lo alto. Allí se dice, por ejemplo, con respecto a la sexualidad: Si te fastidia tu ojo, sácalo… Quien comprende el ultraje que supone esta sublevación contra la vida, tal como ha llegado a ser casi sacrosanta en la moral cristiana, comprende por fortuna también lo inútil, ficticio, absurdo y falaz de tal sublevación. Todo repudio de la vida de parte de los vivos se reduce, en definitiva, a síntomas de una determinada clase de vida, independientemente que este repudio esté o no justificado. Habría que estar situado fuera de la vida y, por otra parte, conocerla tan bien como cualquiera, como muchos, como todos los que la han vivido, para tener derecho a abordar siquiera el problema del valor de la vida: razones de sobra para comprender que este problema no nos es accesible. Cuando hablamos de valores hablamos bajo la inspiración, la óptica, de la vida; la vida misma nos obliga a fijar valores, valora a través de nosotros, cuando los fijamos... De lo cual se infiere que también esa moral antinatural que concibe a Dios como antítesis y repudio de la vida no es sino un juicio de valor de la vida; ¿de qué vida?, ¿de qué clase de vida?

Pareciera que la vida, pero aquella que es paralela la que pulula en la phantasia, la virtual, la de red social, nos recuerda al cuento infantil Blancanieves de Walt Disney, que en sus memorables pasajes nos advirtió al respecto:

La madrastra de Blancanieves, la Reina Malvada, solía preguntarle a su espejo cada día:

-Espejo, espejo mágico dime una cosa, ¿Qué mujer de este reino es la más hermosa?

-Y el espejo mágico le contestaba a la reina:

-Usted, majestad, es la mujer más hermosa de este reino y de todos los demás. 

Pero, cuando Blancanieves cumplió diecisiete años era tan bella como el día, y la malévola reina le preguntó a su espejo mágico, y éste le respondió:

-Mi Reina, está llena de belleza, es cierto, pero su joven hijastra, la princesa Blancanieves, es mil veces más hermosa que usted y jamás podrá cambiar eso.

Del extracto de la escena de la Reina y su espejo encontramos un mejor ejemplo, es la posibilidad que nos da las redes sociales con la aplicación de “trasmitir en vivo”, que seguramente todos la usaron en algún momento. Imaginemos entonces a un usuario frente a su teléfono móvil o tablet, en ubicación de cámara de tv hablando de bueyes perdidos o no, mientras sus “amigos” al pie de del video van cementándole con dulzura y alabando todo el discurso, es la escena de la Reina que pensó Walt Disney con el espejo. 

Las redes sociales se comportan como el espejito de la Reina que siempre debía contestar lo que la Reina quería escuchar, hasta que un día, su propio mundo (virtual) de espejos le dio la espalda y la soledad subyugo su presencia, desfasándola de la conciencia de existencia. Las redes sociales no son más, que el instante en que existe un halito de presencia en los otros habitantes virtuales, hasta que ese mundo agoniza.

Para terminar vale la reflexión de Zygmunt Bauman que sostiene: En cualquiera de sus interpretaciones, el impulso modernizador conlleva una crítica compulsiva de la realidad. La privatización de ese impulso implica una autocrítica compulsiva nacida de una perpetua falta de autoestima: ser un individuo de jure significa no tener a quién echarle la culpa de la propia desdicha, tener que buscar las causas de nuestras derrotas en nuestra propia indolencia y molicie… Déjenme repetirlo: existe una enorme y creciente brecha entre nuestra condición de individuos de jure y nuestras posibilidades de transformarnos en individuos de (acto -o sea, de tomar e! control de nuestro destino y hacer las elecciones que verdaderamente deseamos hacerlo Es de las profundidades de ese abismo que emanan los efluvios venenosos que emponzoñan la vida de los individuos contemporáneos. Esa brecha, sin embargo, no puede ser zanjada por e! esfuerzo individual únicamente: no con los recursos y medios disponibles en las políticas de vida autogestionadas. Zanjar esa brecha es asunto de la Política con "P" mayúscula. Puede suponerse que la brecha en cuestión se ha abierto y ensanchado justamente a causa de! vaciamiento de! espacio público, y en particular del "ágora", ese espacio 'intermediario público/privado donde las políticas de vida se encuentran con la Política con mayúsculas, donde los problemas privados son traducidos al lenguaje de la cosa pública y donde se buscan, negocian y acuerdan soluciones públicas para los problemas privados…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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