22 de enero de 2018

Valdés y el peronismo.

“El poder es tolerable sólo con la condición de enmascarar una parte importante de sí mismo. Su éxito está en proporción directa con lo que logra esconder de sus mecanismos. ¿Sería aceptado el poder, si fuera enteramente cínico?” (Foucault, M. Historia de la sexualidad. 1. La voluntad de saber. Siglo XXI. Madrid, 2005. pág. 90)

Uno de los aspectos más sombríos de la política vernácula, una herencia que se arrastra en verdad, es la de no esgrimir cuáles son los argumentos de los caminos que se toman en la “cocina” de la cosa pública, sea en designar funcionarios de estado, o en elegir las autoridades de cuerpos colegiados y representativos, prima el uso y abuso del criterio “discrecional”, reservado sólo para las máximas autoridades de un estado, que de tal manera se encierra en un círculo en donde sólo importa la opinión, el criterio y la decisión de quiénes lo ostentan y lo tienen, esmerilando su razón democrática de ser, tanto en su plano teórico como práctico.

Una de las verdades incontrastables de la política en su hacer, no desde su perspectiva de ciencia, es la condición circunstancial, es decir, por más que permanezca un tiempo largo o considerable el poder no puede anidar eternamente en mismas manos, por la finitud del sujeto básicamente y por definición, de allí que para legitimarse, desde el poder se construyen razones, argumentos, o representaciones, como para validar esa tenencia del poder que practican los tenedores. La autoridad constituida mientras se funde en razones más argumentadas, plasmadas en sofisticadas leyes o cuerpos normativos, serán más difíciles de desandar para los que no estén de acuerdos con las mismas. Es decir, si la construcción de una autoridad de poder, se sostiene en principios de autoridad que hacen referencia a situaciones poco racionales, desligadas de la misma y basadas en la informalidad de caprichos o de decisiones plagadas de irracionalidad, seguramente, será mucho más circunstancial su permanencia o latencia en el poder, puesto que tendrá que ratificar tales principios, con un incremento de la fuerza irracional del poder, que al acrecentar su nivel de presión, se convierte en opresión, culminando en un estallido de las normas hasta entonces aceptadas (de allí que las “revoluciones” o crisis siempre conlleven sangre y fuego”).

Ciertos sistemas políticos se edifican desde la identidad cultural de los pueblos a los que conducen y de allí su permanencia por períodos considerables, que son desplazados por otros grupos que reinterpretan mejor los cambios o ajustes que esa cultura precisa de su identidad cultural-social-política. Internarnos en estas cuestiones ameritaría al menos, un tratado pormenorizado, solo nos limitaremos a nominalizar o señalar en verdad como ejemplos, a los que estamos refiriendo o tratando de.

La democracia en ciertas latitudes, o el sistema político mejor dicho, avanza hacia lugares donde el soberano electo, posee un poder cada vez más limitado por la participación de los ciudadanos que incluso le pueden elegir hasta sus colaboradores o ministros, los programas de gobierno que tiene que ejecutar y las prioridades en la agenda pública. El desmadre de la tecnología o esta era nanotecnológica, de comunicación instantánea y vida tras una pantalla, es utilizada para estos fines, que podríamos decir que se ajustan un poco más a los relatos de las polis griegas y el ágora de las discusiones políticas, nominalizadas ahora como redes sociales o interfaces virtuales.

Sin embargo, en estas tierras, el rostro de la realidad política deja ver otros aspectos que tienen más que ver con la profundización de un sistema concentrado en un unicato (conceptual, sistémico), en donde las decisiones políticas, que por definiciones eufemísticas, deben ser públicas y publicadas, lo son en la medida que no explican por qué o las razones de las mismas.

Daremos los dos últimos ejemplos que la realidad actual de la política vernácula nos brinda. La elección por parte de los popes políticos de sus equipos de gobierno (secretarios, ministros o como se llamen) y la toma de decisiones en el ejercicio del poder, tanto administrativas como políticas.

En ambos casos, las decisiones, las que se tomaron y las que tomaran, son necesariamente públicas, pero las razones de las mismas no. Es decir, el criterio discrecional, en el primer caso de un gobernador o jefe comunal y en el segundo de los integrantes de un gobierno, prevalecen por sobre las explicaciones, argumentos o razones, que bien podrían contribuir a sostener la relación con de la política con la ciudadanía o mejorarla incluso.

No se sabe, más allá de la informalidad o de la consabida declaración “arreglada” de prensa, que criterios han utilizado nuestros gobernantes, para que uno se siente en los conchabos desde donde se sientan (para que luego, lluvia mediante, sepamos recién a ciencia cierta sí es que estaban preparados, sí llegaron a tal lugar con ganas de )sabemos que al no estar escrito o reglamentado, bien podrían haberse dejado llevar por el criterio de la distribución del poder cómo si fuese un tablero de fichas, un botín de una guerra en la que estamos todos pero ganan siempre los mismos pocos, de todos los bandos supuestamente enfrentados.

Calcado el caso, que ya hemos analizado, de los colaboradores de los “popes”; inconcebible que esa discrecionalidad, siquiera sea cuestionada por el mismo sistema, es decir, que alguien desde adentro, al menos se plantee que informalmente le digan a la comunidad, un discurso más decoroso o verosímil, que “los equipos técnicos” o guardaespaldas de supuestos superhéroes, pues deben entender que no para todos, la política es tener una camioneta, unas vacaciones en el exterior o la cartera cara para la dama, existimos esos otros que dialogamos con quiénes han escrito las razones fundantes que dan valor de verdad, a los que se abusan de tal genio, usufructuando, con sus pingues intereses personales, y perjudicando ese sistema que se va agrietando y que cada vez más desesperadamente pide un cambio, que puede llevarse puesto a los que hoy se vanaglorian de esas efímeras concesiones, que además recaen en ellos por una cuestión meramente azorosa.

Para finalizar, leemos a quién ha comprendido con mayor versatilidad el fenómeno del poder, sus orígenes y consecuencias.

“Desde esta época- es decir, con el desarrollo de los estados modernos y la organización política de la sociedad-, el papel de la filosofía ha consistido también en vigilar los abusos de poder de la racionalidad política, lo que le proporciona una esperanza de vida bastante prometedora…más que preguntarse si las aberraciones del poder del estado se deben a un exceso de racionalismo o de irracionalismo, sería más sensato, centrarse en el tipo específico de racionalidad política producida por el estado…la doctrina de la razón de estado intentó definir cuáles serían las diferencias, por ejemplo, entre los principios y los métodos de gobierno estatal y la manera en que dios gobierna el mundo, o el padre a su familia o un superior a su comunidad…el gobierno racional se resume en lo siguiente; dada la naturaleza del estado éste puede abatir a sus enemigos durante un tiempo indefinido, pero no puede hacerlo  más que incrementando su propio poder. Sus enemigos hacen otro tanto, por lo que el estado que únicamente se preocupa de perdurar terminará con toda seguridad catastróficamente…la razón de estado no es un arte de gobernar que sigue las leyes divinas, naturales o humanas. Este gobierno no tiene por qué respetar el orden general del mundo. Se trata de un gobierno en correspondencia con el poder del estado. Es un gobierno cuyo objetivo consiste en incrementar este poder en un marco extensivo y competitivo…los que se resisten o rebelan contra una determinada forma de poder no deberían contentarse con denunciar la violencia o criticar la institución. No basta con hacer un proceso a la razón en general; es necesario poner en cuestión la forma de racionalidad vigente actualmente en el campo social…la cuestión consiste en conocer cómo están racionalizadas las relaciones de poder. Plantearse esta cuestión es la única forma de evitar que otras instituciones, con los mismos objetivos y los mismos efectos, ocupen su lugar (Foucault, La Vida de los Hombres Infames).

Nadie sabe, siquiera se han preguntado, hasta este momento, porqué el último ministro, de pertenencia peronista, no ha sido reemplazado por otro peronista, porqué de los pocos cambios entre el cambio con continuidad, el gobierno se despojó de su “participación peronista”.

Incluso más, muchos hombres oficialistas hablaban de una mayor participación del peronismo y sus hombres en un gobierno que no desbarranque por “antiperonista” o gorilón y hasta el momento se desprendieron de la poca vinculación que tenían con respecto al peronismo y su visión como para incluir social y cristianamente a los más desposeídos.

¿Es que acaso, el gobernador Valdés, planteará una relación más edípica que política, dado que su madre ha sido una conspicua dirigente peronista, con el peronismo? En una respuesta que la debe dar con sus acciones políticas y que no tiene ningún correlato con aspectos personalísimos del gobernador, que como a cualquier persona pública se le debe respetar tal dimensión, pero que en este caso, se trata de como dimensionara la arquitectura del poder político provincial y que lugar ocupara el peronismo en esta nueva etapa.

 


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