La significación de la vagina o del significante democrático.
En la actualidad, a plena luz de nuestras complejidades democráticas, el poder desentrañar los nudos (“El complejo de castración inconsciente tiene una función de nudo”, afirmaba Lacan en la significación del falo, que más luego citaremos en forma más extensa) que nos propone la faz política, nos permitiremos el analizar, la cuestión democrática, en donde se inscriben sus acciones, o sus faltantes, ausencias, obliteraciones entre las demandas (per se naturales ) y los deseos que surgen como resultantes de la no totalidad o no concreción de lo demandado. Llamamos a esta faz, psicoanalítica, que bien podría ser correspondiente al plano simbólico, desde donde se terminan de inscribir los significantes. Esta es la razón por la que la vagina, como otrora desde los tiempos de Freud y luego Lacan, funge como el elemento que se traducirá más luego como el significante democrático, como lo señalábamos al comienzo, a diferencia de los tiempos políticos incluso de quiénes postularon al falo como el objeto constituyente de lo normativo, o constitutivo del poder como de su administración.
La vagina es democrática por antonomasia. La vagina es abertura, es dolor de parto como pliegues de succión, es puerta de salida del ser invaginado como puerta de entrada al mundo del clímax en donde se funde y confunde, placer con satisfacción. La vagina es la última instancia, el último responso antes del vacío sideral, símil a los agujeros negro, en donde el tiempo y el espacio, se van de razón, se tergiversan en la posibilidad de la otra vida, en el más allá de esta vida, que no debe ser más que el estadio intrauterino del cuál provenimos, en donde no había nada por demandar, de allí que no existiera el deseo en cuanto tal y por ende la no facultad de conciencia, mucho menos de deseo.
En la constitución de esto mismo, es que antes de ser seres deseantes, somos seres demandantes. Al no poder sernos correspondidas todas y cada una de ellas, esos faltantes, desajustes o no provisiones, las constituimos en deseos que operan en el plano de lo filosófico, es decir en lo que puede como no puede ser, en el reino de las primeras y las últimas causas. El deseo se agrava en complejidad, dado que al cumplimentarse, deja de ser tal o de operar como deseo, lo mismo sucede con la filosofía, no puede ser ciencia que determine un campo acotado, ni mucho menos un ejercicio que cumpla una función específica.
Al no tener, el sujeto político, es decir el hombre atado al contrato social (entiéndase este como condicionante, o como sucedáneo de una lógica de amo y esclavo) un resultante conveniente, convincente, que lo reafirme en su posibilidad de ser todos a la vez (de aquí surge la igualdad de posibilidades o de oportunidades, como si fuese un axioma al estilo la prohibición del incesto antropológico) no en el mismo tiempo claro está, respetando el principio de no contradicción, y habiendo atravesado la fase del falo, es decir, habiendo transido la consumación del poder, desde la turgencia peneana de los modos y las formas abusivas y arbitrarias de los gobiernos pre democráticos, es que ingresamos a esta viabilidad democrática o vaginal.
Recordemos, en el siguiente extracto, el texto del que tomamos la referencia: “El falo es el significante privilegiado de esa marca en que la parte del logos se une al advenimiento del deseo. Puede decirse que ese significante es escogido como lo más sobresaliente de lo que puede captarse en lo real de la copulación sexual, a la vez que como el más simbólico en el sentido literal (tipográfico) de este término, puesto que equivale allí a la cópula (lógica). Puede decirse también que es por su turgencia a la imagen del flujo vital en cuanto pasa a la generación…Digamos que esas relaciones girarán alrededor de un ser y de un tener que, por referirse a un significante, el falo, tienen el efecto contrariado de dar por una parte realidad al sujeto en ese significante, y por otra parte irrealizar las relaciones que han de significarse” (Lacan,J. “La significación del falo”. 1958).
A lo largo de la historia, el sujeto de lo humano, es decir el ser, no decodificado en sus manifestaciones en los otros planos desde los que habla, dispuso, por citar ejemplos, que la histeria, etimológicamente, útero, refería solo a una suerte de incapacidad o problemática, solo atribuible a la mujer, a la misma se le impuso (en muchas culturas, lamentablemente sigue siendo así) la posibilidad de sus desarrollos de derechos laborales, cívicos o electorales, en tiempos en donde se escribían las fases del falo y la significación del mismo.
No es casual, que en todas las manifestaciones, o quejas o demandas (en verdad deseo de tener una sociedad o una democracia mejor) existan principios tales como “la revolución será feminista o no será” y se acompañen acciones del llamado género para luchar desde la perspectiva de la mujer como nunca antes.
Esto es un claro síntoma, no un diagnóstico ni la postulación de un tratamiento o del mejor.
En términos claros, no significa que quién porte vagina, tenga más (como tampoco menos) derechos que quién no la porte. El significante de la vagina, es que la democracia es una gran vagina social, plausible de comportamientos histéricos, de aplazar la concreción, de mostrar sus ambivalencias entre madre y mujer, de estar abierta, pero no siempre, sino a resguardo de ser comprendida, bien tratada, de lo contrario, puede cerrarse, volverse frígida, seca, petulante, indiferente y hasta cruel, como la muerte misma que no deja de ser la misma puerta, esta vez de salida, como lo fue la de entrada, la vagina de la mujer.
En el plano desde donde operemos, transitemos, nos obliteren o podamos desandar nuestra experiencia de lo humano, esta es una válvula, por no decir vulva que nos compensa en todo lo no correspondido, que nos devuelve la esperanza (que nos transforma en deseantes), de esa añoranza arquetípica de haberlo tenido todo, en ese mundo perfecto de lo intrauterino, pero esta vez, con el encanto de la seducción femenina, de que elegimos, a cada paso que nos va a suceder, como la promesa democrática, que no tiene solamente perfume, sino que es en su esencia, el sujeto político, en lógica femenina de nuestros tiempos actuales.
Por Francisco Tomás González Cabañas.
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