2 de enero de 2018

Negros de mierda.

“Sois fieles súbditos de la nueva religión triunfante: la circulación perpetua, entre el hahaha enlatado de las redes y los grupos de Whatsapp. Donde los pequeños, por cierto, juegan a ser mayores y los viejos juegan a ser niños. En esta gran clase media donde todos somos igual de idiotas la religión triunfante (faltaría más) es unisex, pues ya no hay hombres ni mujeres; ni jóvenes ni viejos, ni buenos ni malos. Todo el mundo es igualmente “diferente”… aunque algunos tengan más seguidores. Entre otras cosas, esta banalidad de la igualación paritaria (donde el éxito del inglés, la lengua de la normalización banal, es otro síntoma) ha conseguido nuevas formas de odio hacia lo raro y lo no homologado. Aparte de un nuevo enfrentamiento entre sexos y generaciones, pues todos (padres e hijos, mujeres y hombres) corremos en la mismapista del éxito espectacular, visible y masivo. A veces parece que habéis vendido vuestra alma al nuevo dios del postureo, sin guardaros nada dentro, ninguna capacidad para el secreto. Casi todo en vosotros funciona en red. De ahí la moda del poliamor y la posverdad. No sé, creo que el viejo Dios, que al fin y al cabo atendía a la sombra de cada quién, era menos cruel que éste de la diversión obligada. Además, recuerda Nietzsche, cinco no se ríen sin que un sexto pierda un ojo” (Ignacio Castro Rey. “http://www.ignaciocastrorey.com/tres-cartas-sobre-la-mutacion-juvenil-de-una-sociedad-senil/#more-1561 )

Puede que la  siguiente afirmación, “La festividad de San Baltasar esconde más que mostrar la problemática de la negritud, que dejo  el mero color de la piel como símbolo de lo que se trata” sea aporética, y no apofántica. Las primeras tienen mala prensa, mala espina, como el pensamiento y la filosofía, las segundas, sin embargo son el anclaje de los que creen que comunicar se debe realizar a razón de la economía del lenguaje y de la dinámica de lo que se expresa, para que el lector lo consuma, como si fuese una dosis de alcohol o de otra sustancia, que le asegure que nunca saldrá de la zona de confort. Sí tratamos precisamente de no salir de esa zona en donde escondemos nuestros temores y dudas, del gran útero en que hemos transformado la occidentalidad del afuera, no sugerimos la lectura del filósofo Ignacio Castro Rey. Con todo desparpajo, el intelectual, habiendo puesto el cuerpo como pocos, nos desafío a que revisemos todo aquello no tiene que ver con nuestras elecciones, y claro, si nos enganchamos al desafío caemos, inocentes, en la trampa. Es que en verdad, nada de lo “importante” tiene que ver con algo que hayamos o que habremos de elegir alguna vez. Eso mismo de elegir, es el placebo que nos mantiene atados al cordón umbilical, creemos que lo tenemos a mano, sin embargo no nos alimentamos más que por la obra y gracia del líquido amniótico del que estamos lejos de abandonar.

Una dosis que confirma lo expresado, en realidad todo lo observable, en el calor soporífero de una siesta de enero, en donde algunos aún deseen que, las cosas, se modifiquen en el orden, en el tren del deseo de esos pocos, que antes que aceptar, le oponen una negativa, de mala espina, de mala onda, caprichosa, a todo lo que acontece y nos les gusta, no les integra o no los llena. No se trata de los que no tienen para comer, esos demasiado tienen como para encargarse de cuestiones dialécticas, no porque oficien como baladíes, sino porque están mutilados, no pueden encargarse de lo importante, solo de lo urgente y así les va; sobreviven, a duras penas y en los pliegues de estar siempre, tutelados, representados, por esos otros que son sus victimarios y que los usan para hacer sus agostos.

De un tiempo a esta parte, justo en la coincidencia cultural-inmobiliaria, de que el barrio en donde el valor inmobiliario es el más alto de la ciudad, apareció o emergió de la oscuridad del olvido el rey mago negro. Le pusieron la ermita, en el parque que siempre fue su “cueva” pero que en el clímax de coincidencias, siempre está bien cuidado, bien arreglado, dado que es el pulmón verde de esos edificios que miran al río, soberbios y engalanados de lujos y altivez a más no poder.

Pero claro, el club de la buena onda, esa impostura, que nos imponen los de nuestra condición, que con el champagne francés en proceso de devolución gasífera, nos recuerda que al menos es una festividad que le da color, que nos muestra integrada y progresista a nuestra correntinidad, a la que a razón de participar, no la podemos ni cuestionar, ni criticar, que antes de la Asamblea del año XIII, los negros de hoy tenían a sus familiares en condición de esclavos y demás aspectos que son materia de historiadores, que como dijimos en otras circunstancias, en nuestras tierras, abundan en calidad, cantidad y pertenencia a instituciones varias.

La cuestión es ¿Por dónde pasa hoy la negritud?. Independientemente de que siga siendo un aspecto a considerar desde lo etnológico, es decir desde el color de la piel, lo cierto es que se les vedaba la libertad, por tal condición. La manumisión, les era concedida (la posibilidad de ser libres) en virtud de imposiciones varias que debían cumplimentar, y que se arrastraba desde los tiempos del imperio romano.

Esto mismo es lo que la negritud que algunos nos quieren dar como festividad de color, alegre, integrada y  afable, podría estar representándonos el que ahora hagamos un culto, cool, snob de San Baltasar.

Somos cientos de miles, los que aspiramos a la condición de libertos. Tener ganada la posibilidad de ser en un mundo como el actual, tiene estricta relación que estemos aconchabados por el calor de la oficialidad. Quién no tenga una cuenta en el banco del doradito, que cobre el segundo o mejor en el último tramo (los mejores sueldos), disponga de oficina pública con una computadora como mínimo que le sea asignada, cuando no un móvil y los gastos cubiertos, no podrá creerse libre de las ataduras que impone el presente mundo de consumo. Lo crucial es que esta condición de libertad, se refrenda, ante el engaño colectivo entre los que son parte de esa comilona, y lo que pretenden formar parte, de que todos y cada uno de los que arribaron a tal posición, lo hicieron por el mérito y la idoneidad.

Negros de mierda, es una expresión tan común e inconfesable, que no está signada a quienes posean o no un determinado color de piel. Como dijimos la negritud pasa por otro lado, hasta las deidades de color negra, pasan a estar más cerca de vindicar o caracterizar a los negros de mierda del hoy, los que no están contemplados bajo el manto protector de la única y más poderosa de todas las diosas; la cavidad uterina estatal.  

Por Francisco Tomás González Cabañas.-


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