La representación de los parlamentarios y el uso de las cacerolas.
“Que consideramos de ciertas actitudes las más generales y abstractas relevantes para un régimen democrático: ¿es preferible la democracia a cualquier otra clase de régimen? A las actitudes generales de este tipo podemos denominarlas «legitimidad difusa». Puesto que estas actitudes conllevan una opinión sobre la democracia como un tipo determinado de régimen, su importancia es mayor cuando la pregunta se hace en países que han experimentado otros tipos de régimen (autoritario o totalitario), circunstancia aplicable a los cuatro del Sur de Europa por haber sufrido sus ciudadanos regímenes antidemocráticos, ya sea personalmente, ya en la memoria colectiva enraizada en la cultura de la sociedad. Así, pues, las respuestas a las preguntas de encuesta relacionadas con esta dimensión son mucho más conscientes, personales e importantes que las dadas por ciudadanos en países que no han conocido recientemente gobiernos autoritarios o totalitarios. (“Legitimidad y democracia en el sur de Europa”. José Ramón Montero y Leonardo Morlino. http://www.reis.cis.es/REIS/PDF/REIS_064_03.pdf )
Son 257 los Diputados Nacionales. Si alguna consultora osara realizar una consulta de opinión, para que el conjunto de la sociedad responda si conoce el nombre de al menos 15, no nos encontraríamos con ninguna sorpresa, pero sí con una certeza.
Existen Diputados de Primera y Diputados de segunda. Los que se encuentran en el primer selecto grupo no sólo son los que a diario desfilan por los medios de comunicación, o los que realizan discursos grandilocuentes y polémicos, lamentablemente son los que tienen la estima de las autoridades institucionales del resto de los poderes del estado.
Lamentablemente porque, legislar es una actividad que trasciende, o al menos debería trascender, las emisiones televisivas, radiales y las acciones demagógicas. Las declaraciones, off de record, de varios diputados, a quienes ni siquiera les ha sido concedida la oportunidad de hablar con el Presidente de su cuerpo, nos grafica con precisión el grado de división clasista entre los legisladores, que por mera formalidad se tratan de pares.
Dejando de lado, los sueldos, pasajes y diversas posibilidades, como las de entregar, becas o subsidios, sean hombres o mujeres, salen desde sus terruños, ilusionados, con cambiar, con generar lo que siempre soñaron, con plasmar en la realidad, aquello por lo que desde jóvenes, abrazaron la causa política. En el mejor de los casos, obviamente, porque también, son muchos los que acceden, con la idea fija y clara, de hacerse el agosto de sus vidas, y garrapiñar, al mejor estilo de langostas voraces, que en segundos acaban con hectáreas de plantaciones.
Los inocentes, o los sinceros, empiezan a ver quebrada sus expectativas, ni bien asumen. Como primera inyección, mortífera, el sistema clasista, que separa al grupo selecto, que tendrá contacto con el Ejecutivo, los micrófonos a disposición y cuanto privilegio se le ocurra, con la horda de “cuatro de copas” o Diputados de Segunda, aplica con rigor, la lasciva discriminación con la repartija de despachos y cargos. Sucede que en la Honorable Cámara existen, pajareras oscuras, que funcionan como despacho de los señores legisladores, destinadas, obviamente a la mayoría. Las imponentes, alfombradas y luminosas, oficinas, ornamentadas con muebles Luis XIV, son patrimonio exclusivo de quienes, serán Presidentes de comisiones, además de tener la posibilidad de hablar seguido en el recinto, más todo lo inimaginable, que hace a un Diputado de primera.
Teniendo la posibilidad de hacer tanto, hacen tan poco, expresaba Albert Camus, en referencia a uno de las mayores decepciones que puede sentir un hombre. Esa decepción, es la que mastican, los que llegaron a tal lugar, pero en un momento, y sin darse cuenta, están atados de pies y manos. El voto en el recinto, ni siquiera es por lealtad al partido, la convicción personal, ni siquiera está presente, en los diputados de segunda. Simplemente se trata, de no ser apabullado, por la magnífica y resplandeciente diferencia, que ostentan, quiénes se dicen sus pares, pero que en realidad son los paladares negros de la política.
Agarran, como se dice en la jerga común, lo que les tiran, no porque no sepan ladrar, o porque les falte ánimo para hacerlo. Sí bien existen estos casos, en la mayoría, ocurre, que es imposible lidiar, con la casta, construida hace décadas, por el propio sistema, mediante el cuál, a ojos del ciudadano común, se ven como privilegiados, pero a ojo de los pocos que “cortan el bacalao”, se ven como unos verdaderos tontos.
Por lo general, el no estar satisfechos con su presente político, lo subliman con lo económico, un simple mortal arrojado a este mundo de consumo inusitado, se ve y se siente como objeto ante una sociedad de consumo que lo trata, cómo un número de cliente, cómo una variable estadística de cuanto y que compra en el supermercado o en las casas de ropa, porque no, electrodomésticos.
Eso mismo genera un status primigenio, el teléfono celular de última generación o las computadoras que hacen llamadas, ya constituyen una diferencia tajante, ni que hablar de un vehículo, un plasma de tantas pulgadas, o una computadora, versátil, minimalista con cierta apreciación estética.
Así termina un diputado de segunda, engordado por bienes materiales, desolado por el odio de achacar por lo mal que le puede ir al otro, haciendo y generando para que ello ocurra, empachándose de una soberbia tan lastimera que ríe de su propia inexistencia.
Así termina, generando el desplazamiento de lo que debería representar hacia ese afuera, que como todo espacio de poder, debe colmarse de algo, no puede llenarse de vacío (cumplimentando el viejo temor medieval del horror vacuí) y la representatividad al ser limitada, se desplaza del adentro hacia ese afuera, no anárquico, pero sí desordenado, o más brutal o instintivamente incierto.
El problema es que en el orden, acomodaticio, simbólico y disciplinante del adentro, del recinto, no sólo que no se arreglan los problemas del afuera, sino que se generan los mismos o semejantes desplazamientos, formando elites o grupos de privilegio en el mismo cuerpo o en el mismísimo poder legislativo. ¿Qué queda para el afuera? Las piedras y las cacerolas, o tal vez algo mejor, pero dependerá de que de ello se convenzan, en el mientras tanto, seguirán aguardando con la ñata frente al vidrio o con las manos entras las vallas las decisiones de esos otros que de refilón y mediante la esperanza, harán en que sigan creyendo que será en sus respectivos beneficios o en el marco de sus perspectivas como ciudadanos.
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