Macri necesita una oposición la oposición necesita un proyecto de reforma de la Constitución.
Sí a la realidad la vamos conformando de acuerdo a complejos mecanismos y dinámicas en donde en términos Hegelianos, la idea imbricada en la naturaleza, termina de conformar un espíritu de las cosas que finalmente es la racionalidad que se traduce en lo real, podríamos arriesgar que algo está sucediendo mucho más allá de un proyecto que busca ajustar el ingreso de jubilados y pensionados y que otros llaman un ordenamiento imprescindible de las cuentas públicas.
La elección de medio término en verdad, brindó el alerta que no supimos leer o al que no pretendimos brindarle atención.
La tensión del poder, en estas latitudes, precisa distenderse, o resolverse, mediante estructuraciones binarias, meridianamente contrapuestas y establecidas en parangones de fuerza semejante. Los extremos de oficialismo y oposición se precisan en grado de interdependencia funcional. Es decir el sistema político funciona, apenas o mal, sin ambas.
Por diferentes cuestiones, esta estructura del poder (oficialismo-oposición) se viene obcecando desde hace dos años a esta parte. La elección recientemente votada, profundizo y agiganto tal ausencia que a nivel mediático, se esconde, se disfraza, se eclipsa, por detrás de una supuesta grieta, que sólo es mediática, de redes o en el mejor de los casos, pretérita como superficial.
La política Argentina necesita reconstituirse, más allá de estas figuras geográficas o incluso de las semánticas partidarias de las diferentes vertientes en los que testimonia su existencia el peronismo, por ejemplo, especulaciones a los que somos, todos, tan afectos en grado de vicio.
No importa quiénes, lo cierto es que el sistema político argentino, precisa que un grupo de pertenecientes a la esfera del poder, propongan la disputa dialéctica al gobierno, que en el fondo proponga una rediscusión de las reglas de juego. Una acción semejante podría verse constituida en la propuesta para llevar a cabo una reforma constitucional que contemple la necesaria rediscusión de aspectos basales de la institucionalidad argentina.
No sólo que la agenda política se vería en cuestión, sino que todo lo otro volvería al lugar del que nunca debió haber salido. La escaramuza en lo anecdótico, folclórico y policial y lo importante en la política y sus instituciones.
Que las discusiones del aquí y ahora, transiten por un mango más o menos, y que tales cuentas se debaten entre los que no pueden reducir ni la pobreza ni la inflación, contra los que no pudieron y la generaron, es lisa y llanamente el fango, en donde lo único que puede salir de allí son los efluvios como los gases que descomponen y sólo dan nauseabundo olor.
Convengamos que sí bien esto puede parecer dantesco, o al menos un escenario parecido a un chiquero, la mayoría de nosotros, participamos en él, comentando, sin criterio ni reflexión, que grupo de chanchos tiene mayor autoridad moral para predicar higiene.
Insistimos no se trata de que tengamos que propender a un mayor diálogo, a profundizar las formas democráticas o los métodos más adecuados y correspondientes, de pasar del peronismo líquido o perdonable a una suerte de peronismo con nomenclatura de decoro institucional o cómo se lo quiera llamar. Tampoco se trata de la guita, de la tarasca, de la plata o de los negocios por detrás.
Se trata de lo sistémico, de lo estructural, nada político puede fluir con normalidad, si no están instituidos estos dos bloques claros y prístinos que necesita nuestra cultura binaria de oficialismo y oposición.
El planteo de aspectos nodales, como los propuestos de reducir al mínimo la existencia de las fuerzas armadas (en la búsqueda no sólo de ahorro de recursos, sino más que nada de reconvertir el concepto de defensa nacional que tiene que estar supeditada a la cuestión dialéctica, es decir a los reclamos antes violaciones a tribunales internacionales, arguyendo desde la razón normativa y no la violencia, arbitraria e irracional, que propone lo agresivo, en el plano real como simbólico, de las armas y los uniformes) y las reestructuraciones de los poderes legislativo y judicial, tienen que ver, necesaria como estrictamente de la política, es decir de lo político.
Que podamos tener una justicia menos imperial (en sus formas, prerrogativas, tratos) generará que sus fallos sean menores o sus dictados tengan más que ver con lo que sentimos y necesitamos en el entendimiento de que a cada quién, de acuerdo a su acción, le corresponda, en tiempo y forma lo suyo. Lo mismo sucedería sí tenemos un poder legislativo más compenetrado con el día a día ciudadano, sus reuniones soporíferas, se convertirían en verdaderos asuntos públicos en donde la violencia en ningún caso tenga lugar.
Todo lo otro, es lo que sucedió y podría seguir sucediendo, hasta tanto y en cuanto no se constituya (es decir desde nuestro lugar también, por más que se sea parte o se comulgue con el oficialismo) una oposición que proponga alternativas reales, serias o mejor dicho, políticas.
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