19 de noviembre de 2017

El gran otro de la justicia.

“Cuando una persona le hace daño a otra, la empuja dentro de un laberinto. A partir de ese momento, las murallas encierran a la víctima. Pero en el laberinto no está sola. El culpable del hecho también está adentro. A partir de ese momento la víctima y el culpable quedan unidos. Víctima y culpable comienzan a caminar los pasillos angostos, y quizá perpetuos, de un laberinto compartido” (Sivak, A. “El laberinto y el perdón.”)

La autora narrará luego, metáfora del minotauro mediante, qué precisamos (además del hilo  de Ariadna) para salir del laberinto del dolor y es aquí en donde el soslayar de la justicia, pasa, o nosotros lo hacemos pasar de lo individual (es decir del perdón que le podemos otorgar individualmente al que nos dañó y la necesidad social que tal castigo o punición representa para un colectivo,  a modo de que crea o construya ejemplaridad) a la institucionalidad toda en donde orbita la necesaria saciedad de justicia, que este fijada, en la ataraxia de lo normativo, de la ley y no en el capricho de quién la pueda poner en práctica, imponiendo o supeditando sus juicios individuales (por más que sea considerado juez) por sobre lo que el común establece o entiende como sentido común (valga la redundancia) o consensuado.

Al referirnos  al  gran otro, lo hacemos para referenciar la definición psicoanalítica que propone: “El gran oro designa la alteridad radical, la otredad que trasciende la otredad ilusoria de lo imaginario: no puede asimilarse a través de la identificación. Lacan equipara esta alteridad con el lenguaje y la Ley; por ende, el gran Otro está inscrito en el orden simbólico” (Ref: http://www.psiconotas.com/el-gran-otro-830.html)

La ley estipula y es estipulada a su vez en un conjunto de procedimientos, que bien podrían traducirse como la metáfora de un laberinto, símil al cretense, en donde los victimarios son conducidos a tal lugar para ser victimizados y en el caso de que los procedimientos, mecanismos o fallos, fallen para tal cometido (es decir para hacer justicia institucional, sometiendo al victimario) que todos los observadores o ciudadanos parte, lo único que reclamen es la sed de justicia (maridada de venganza y ejemplaridad) para que todo el transgreda la ley, tenga como destino único el laberinto, y sí en tal transgresión, lastimó, daño o mató, debe ser cruelmente vejada por el minotauro (por otra parte no existe casi otra posibilidad una vez dentro del laberinto).

La justicia entendida en estos términos no está concebida para resarcir, como prioridad a las víctimas, sólo en una instancia muy aleatoria como secundaria. La justicia entendida como este gran otro (aquí pasamos de la lectura psicoanalítica a la política) se construye para saciar la necesidad del poder político que legitima quiénes son los que escriben la ley, quiénes los que la ejecutan, y finalmente los que deben cumplirla, a riesgo de no hacerlo o hacerlo del modo que no es de agrado de ese gran otro político de meterlo, dentro del laberinto de la institucionalidad. Para ser ajusticiado, pero no para emitir o dictaminar justicia, por más que le corresponda o no por el crimen, sí es que no ha o no cometido, en cada caso.

El gran otro político constituyó el laberinto punitivo de la justicia para legitimar a todos y cada uno de los integrantes del poder que lo único que no pretende es que se le arrebate el cetro desde donde disponen que las cosas tal como las dicen, es decir el maridaje entre lenguaje y ley del que hablaba en términos simbólicos, Lacan.  

Finalmente el Teseo, que sí bien para nuestro ejemplo aún no ha logrado salir del laberinto, pero viene constituyendo una actuación de lo justo, desde una posición axiomática y casi de improvisación, es la concreción de espacios (sobre todo virtuales o digitales) en donde desde la primigenia figura del escrache (de reminiscencias nazistas) hacia un victimario que la justicia institucionalizada, no penalizo o no trato, hasta lo que empieza a emerger como una búsqueda, que en los márgenes de ese poder, que posibilite libertad, todos los que busquen justicia, tengan la posibilidad, antes o mucho más allá de señalar, de vindicar y caracterizar (para luego agredir) al victimario, otorgarle la posibilidad de volver a ser humano, perdonándolo.

Sí bien no es sencillo, ni expresarlo en palabras, lo cierto es que, construir otro laberinto, saliendo por arriba (a decir de Marechal) dado que el laberinto (cretense como Kafkiano) de los procedimientos institucionales que nos tendrían que dar justicia, no están para ello (son el gran otro del poder), tiene como paso necesario e indispensable el hacer público los casos que consideramos injustos y no tamizados por esa justicia formal. El segundo paso, es que el hacer público de todas esas situaciones, no nos lleve a una instancia de mero escrache, de agresión sesgada, sino que el poner en evidencia la necesidad de justica, plante lo conceptual, que además de la redención, en nuestra calidad de víctimas podamos ser capaces de otorgar el perdón, entendiendo a ese otro, no como un gran otro del poder, sino como otro-mismo, que hace a nuestra constitución humana.

“La historia (al menos lo que Heidegger y posteriormente Derrida, han llamado la historia de la metafísica occidental) no  sería más que el espacio mítico en donde las sucesivas articulaciones de dos voces, la voz dominante y oficial de la divinidad, simbolizada en boca de los profetas y la voz subversiva y excéntrica de los muertos, simbolizada en el vientre de la pitonisa no dejan de definir y redefinir lo humano” (Prósperi, G.O “El profeta y el ventrílocuo).  

La clave de lo laberíntico de lo humano y de la edificación de ese gran otro constituido en, también lo laberintico de la justicia, podría estar en la figura de Ariadna, a quién Nietzsche le dedico un poema “El lamento de Ariadna” que finaliza así:

Sé juiciosa, Ariadna...

Tienes oreja pequeñas, tienes mis orejas:

¡mete en ellas una palabra juiciosa!

¿No hay que odiarse primero, si se ha de amarse?...

Yo soy tu laberinto...

 

Por Francisco Tomás González Cabañas


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