1 de noviembre de 2017

Edipo el de los pies hinchados, Ricardo el que quiere descalzo pisar el pasto.

Se operó los ojos o se los tocó, tal como el de Tebas, míticamente se los hubo de arrancar para que siglos después comprendiéramos la imposibilidad de aceptación ante el incesto, Freud, mediante. Lo que nos importa es la continuidad de la historia (la que además no esperamos bajo ningún modo que se repita o que se referencie) menos conocida que continúa de tal modo: “Después de tal hecho, pidió ser expulsado (según Edipo Rey) de sus propias tierras pues consideró que su presencia traería desgracia para Tebas. En Edipo en Colono, en cambio, el personaje afirma que fue expulsado de la tierra por sus propios hijos varones. Este hecho aumenta el sufrimiento del héroe trágico, que es compadecido por el coro de ancianos todo el tiempo. El dolor aumenta cuando Creonte, después de ver que Edipo no quiere morir en Tebas sino en Colono (pues Ismene ya le había avisado los planes del rey actual tebano) rapta a sus hijas, que hasta el momento habían remplazado sus ojos. Acto seguido, llega Polinices, uno de sus hijos que lo expulsó de Tebas, a pedirle que lo ayudase para que el trono que Eteocles, su hermano menor, le había robado injustamente, le fuese nuevamente concedido. Edipo lanza una maldición hacia sus dos hijos, que se va a ver corporeizada en Los siete contra Tebas, de Esquilo. El sufrimiento, pues, está presente en toda la obra: el incesto, el parricidio, el rapto de sus hijas, la maldición hacia sus hijos, y la muerte final, muy extraña, por cierto”.

Se encargó muy bien de expresar esa noche del triunfo, el de los pies con necesidad de pasto en otra coincidencia asombrosa con Edipo que tal como afirmamos es el de los pies hinchados: “Perdieron, perdieron y perdieron”.

Eso siempre estuvo en claro, lo que se debería determinar o ir vislumbrando, es en definitiva quiénes han sido, en todo caso, los que “Ganaron, ganaron y ganaron”.

“Mientras todos deseaban en Siracusa la muerte de Dionisio, una vieja oraba continuamente para que se conservase sano y le sobreviviese; el tirano, en cuanto tuvo noticia de ello, le preguntó por qué lo hacía. Y ella respondió: Siendo niña deseaba la muerte de un tirano insoportable que teníamos; pero, muerto aquél, le sucedió otro más insoportable aún, y yo creía también que sería un gran bien el fin de su dominio, hasta que en tercer lugar caímos bajo tu tiranía aún más incómoda. Por eso, una vez desaparecido tú, te sucederá uno aún peor…Sí pueden vencer al tirano, de este hecho muchas veces surgen graves discordancias en el pueblo, bien durante la insurrección contra el tirano, bien después de expulsar a éste del poder, dividiéndose en facciones la multitud respecto al nuevo régimen…” (Santo Tomás de Aquino. La monarquía. Capítulo 6. Editorial Altaya. Barcelona. 1997. Pág. 30.)   

Finalmente un estudioso del Logos, brinda la siguiente como interesante lectura política de Edipo:

Por lo tanto, podemos comprender fácilmente que este drama no es solamente el drama personal de Edipo, sino el de toda la humanidad. Este drama existe en el corazón y en la mente de cada ser humano, que vive y sufre eternamente entre lo que está arriba y lo que está abajo, entre el cielo y la tierra. Es el ser humano que se encuentra crucificado entre el mundo de la materia y el del espíritu. Así como dentro de cada uno de nosotros existe un Arjuna (el héroe de las epopeyas hindúes que intenta conquistar la parte más luminosa que como humano le pertenece), de la misma manera, existe también un Edipo, que intenta, a través del dolor, llegar a conquistar la Verdad. (Kornia, K. https://www.revistaesfinge.com/culturas/mitologia/item/1315-edipo-simbolo-del-ser-humano )

El valor de los hombres que indagan en las verdades, que no son absolutas, únicas ni determinadamente científicas, tienen que estar próximas a los gobernantes, para alertar antes que al público en general, de estas situaciones como las de tantas que obligadamente se atravesarán en el nombre de la representación, del gobernar mayorías o tutelar colectivos, amplios como difusos, por más que estén legalmente como legítimamente establecidos por sistemas como el democrático.

No son tiempos de que ciertas energías se desperdiguen y que se solivianten ante un primer presagio mal escrutado o interpretado. De hecho esa es la función del intelectual, la que ofició el oráculo de Delfos para Edipo.

 


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