Tenemos gobierno, nos falta oposición.
Para ir directo al punto, gran parte de las cuestiones políticas se definen, a partir del presupuesto de que le puede gustar, en términos más personales que políticos, a uno u otro titán que se entronizaran en el manejo de la cosa pública provincial, bajo el manto marketinero y protector de haber constituido un equipo con línea directa y astros alineados (Nación-Provincia-Municipio) pero que al final del día significará que el poder por unos meses más oscilará o se tensionara entre el gobernante que se va y el que lo sucede. Toda la casta política o gran parte de ella, desfila al son del ritmo que imponen los capitostes que no por tal condición deberían ser elevados al estadio de semidioses. Tal como en las culturas antediluvianas, donde primaba el concepto mágico-ritualistas por sobre los destellos de la razón o de la apreciación lógica, se elevan por sobre el millón de correntinos, ambas figuras totémicas, cuál si fueran los únicos faros en el horizonte de una navegación complicada por sobre un mar embravecido.
Implicancia de una democracia, sitiada por los desvelos de una pesadilla donde reinan los oligarquía del funcionariado, la clase política, no aprendió a escindir, el sí señor de una función meramente laboral, con una posición política, la no división entre gobierno y estado, entre partido y políticas públicas, pulveriza el intento de quiénes quieren asomar en el despertar de una forma y de unos códigos políticos, sustentados en proyectos, en propuestas y en razones más allá de trajes con charreteras que indiquen cargos.
El temor reverencial, que se ejerce desde la cabecera de la mesa familiar, desde la investidura de una dirección, del uso de un uniforme, se traslada, maximizándose, en el ámbito político en donde la suerte y verdad del millón de correntinos, reposa en la testa, atestada, de dos personas.
Esa personalización de las decisiones política, lleva tanto al funcionariado, dependiente de ellos, o la corte, o los que quieren ingresar a la misma, en meros edecanes, o en el mejor de los casos, aspirantes a edecanes, en vez de constituirse en guardianes de la institucionalidad y rectores de la calidad democrática, acaban como cancerberos de la voluntad de personalismos.
Es decir, los que no están negociando tras bambalinas con cada uno de los sectores o con ambos, se están fortaleciendo para negociar antes de que cierre el tiempo de la negociación, y probablemente en ningún caso, o para ser benévolos, en muy pocos de los casos, el matiz de la negociación tenga que ver con “el modelo”, políticas públicas o proyectos, en casi todos los casos, lo que se discute, es básicamente nombres y lugares, no mucho más.
Ciertos sistemas políticos se edifican desde la identidad cultural de los pueblos a los que conducen y de allí su permanencia por períodos considerables, que son desplazados por otros grupos que reinterpretan mejor los cambios o ajustes que esa cultura precisa de su identidad cultural-social-política. Internarnos en estas cuestiones ameritaría al menos, un tratado pormenorizado, solo nos limitaremos a nominalizar o señalar en verdad como ejemplos, a los que estamos refiriendo o tratando de.
La democracia en ciertas latitudes, o el sistema político mejor dicho, avanza hacia lugares donde el soberano electo, posee un poder cada vez más limitado por la participación de los ciudadanos que incluso le pueden elegir hasta sus colaboradores o ministros, los programas de gobierno que tiene que ejecutar y las prioridades en la agenda pública. El desmadre de la tecnología o esta era nanotecnológica, de comunicación instantánea y vida tras una pantalla, es utilizada para estos fines, que podríamos decir que se ajustan un poco más a los relatos de las polis griegas y el ágora de las discusiones políticas, nominalizadas ahora como redes sociales o interfaces virtuales.
Sin embargo, en estas tierras, el rostro de la realidad política deja ver otros aspectos que tienen más que ver con la profundización de un sistema concentrado en un unicato, en donde las decisiones políticas, que por definiciones eufemísticas, deben ser públicas y publicadas, lo son en la medida que no explican por qué o las razones de las mismas. A lo sumo la novedad podría estar en un desdoblamiento, que jamás implique doble comando para evitar rispideces y cimas internas que devengan luego en disputas intestinas (tal como ya hubo de ocurrir algunos mandatos atrás).
Daremos los dos últimos ejemplos que la realidad actual de la política vernácula nos brinda. La elección por parte de los popes políticos de sus equipos de gobierno (secretarios, ministros o como se llamen) y la elección de autoridades en un cuerpo colegiado como la legislatura.
En ambos casos, las decisiones, las que se tomaron y las que tomaran, son necesariamente públicas, pero las razones de las mismas no. Es decir, el criterio discrecional, en el primer caso de un gobernador o jefe comunal y en el segundo de los integrantes de un cuerpo, prevalecen por sobre las explicaciones, argumentos o razones, que bien podrían contribuir a sostener la relación con de la política con la ciudadanía o mejorarla incluso.
No se sabe, más allá de la informalidad o de la consabida declaración “arreglada” de prensa, que criterios han utilizado nuestros representantes del pueblo, para que uno se siente en la vicepresidencia sea la primera o segunda, sabemos que al no estar escrito o reglamentado, bien podrían haberse dejado llevar por el criterio de elegir al par que más proyectos hubo de presentar, al que más solicito la palabra, el que tomó trascendencia pública al desatar un conflicto latente o realizar un acuerdo conveniente para la comunidad, o simplemente por la distribución del poder cómo si fuese un tablero de fichas, un botín de una guerra en la que estamos todos pero ganan siempre los mismos pocos, de todos los bandos supuestamente enfrentados.
Calcado el caso, que ya hemos analizado, de los colaboradores de los “popes”; inconcebible que esa discrecionalidad, siquiera sea cuestionada por el mismo sistema, es decir, que alguien desde adentro, al menos se plantee que informalmente le digan a la comunidad, un discurso más decoroso o verosímil, que “los equipos técnicos” o guardaespaldas de supuestos superhéroes, pues deben entender que no para todos, la política es tener una camioneta, unas vacaciones en el exterior o la cartera cara para la dama, existimos esos otros que dialogamos con quiénes han escrito las razones fundantes que dan valor de verdad, a los que se abusan de tal genio, usufructuando, con sus pingues intereses personales, y perjudicando ese sistema que se va agrietando y que cada vez más desesperadamente pide un cambio, que puede llevarse puesto a los que hoy se vanaglorian de esas efímeras concesiones, que además recaen en ellos por una cuestión meramente azarosa.
Para finalizar, leemos a quién ha comprendido con mayor versatilidad el fenómeno del poder, sus orígenes y consecuencias.
“Desde esta época- es decir, con el desarrollo de los estados modernos y la organización política de la sociedad-, el papel de la filosofía ha consistido también en vigilar los abusos de poder de la racionalidad política, lo que le proporciona una esperanza de vida bastante prometedora…más que preguntarse si las aberraciones del poder del estado se deben a un exceso de racionalismo o de irracionalismo, sería más sensato, centrarse en el tipo específico de racionalidad política producida por el estado…la doctrina de la razón de estado intentó definir cuáles serían las diferencias, por ejemplo, entre los principios y los métodos de gobierno estatal y la manera en que dios gobierna el mundo, o el padre a su familia o un superior a su comunidad…el gobierno racional se resume en lo siguiente; dada la naturaleza del estado éste puede abatir a sus enemigos durante un tiempo indefinido, pero no puede hacerlo más que incrementando su propio poder. Sus enemigos hacen otro tanto, por lo que el estado que únicamente se preocupa de perdurar terminará con toda seguridad catastróficamente…la razón de estado no es un arte de gobernar que sigue las leyes divinas, naturales o humanas. Este gobierno no tiene por qué respetar el orden general del mundo. Se trata de un gobierno en correspondencia con el poder del estado. Es un gobierno cuyo objetivo consiste en incrementar este poder en un marco extensivo y competitivo…los que se resisten o rebelan contra una determinada forma de poder no deberían contentarse con denunciar la violencia o criticar la institución. No basta con hacer un proceso a la razón en general; es necesario poner en cuestión la forma de racionalidad vigente actualmente en el campo social…la cuestión consiste en conocer cómo están racionalizadas las relaciones de poder. Plantearse esta cuestión es la única forma de evitar que otras instituciones, con los mismos objetivos y los mismos efectos, ocupen su lugar (Foucault, La Vida de los Hombres Infames)
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