¿Qué es calidad democrática?
Los más de cuarenta partidos políticos existentes en la provincia, no sólo nos instalan en el “top five” de las distritos del país con más partidos, pese a tener un padrón de ciudadanos ínfimo en comparación a Provincia de Buenos Aires o mucho menor con relación a Córdoba o Ciudad de Buenos Aires, se encuentran en estos momentos del escrutinio definitivo, siendo “poroteados” o “escaneados” para ver a razón de verdad, cuantos votos sacaron, tienen o le pertenecen. Aquí comienzan los problemas, en realidad los problemas, como veremos comienzan de antes, pero aquí se inicia su palmaria evidencia de cuán grave es el problema de tener un bajo índice de calidad democrática o que sólo sea lo democrático una cuestión del número de votos o del porcentaje electoral.
Como todos sabemos, los partidos políticos de acuerdo al artículo 38 de la CN, son instituciones fundamentales del sistema democrático, pero en la traducibilidad real, son meros sellos de goma, que en el mejor de los casos, se convierten en transportes para acercar alpargatas, bolsas de mercadería, vales de supermercado o cualquier otro elemento que cosifique al ciudadano y que proporcione la suma que se necesita para triunfar en política (sea el porcentual para entrar a la legislatura, el sacar más votos que el otro para llegar a la intendencia o el 45% más uno para ser gobernador). Por más que reneguemos de esto mismo, que hagamos encuentros y simposios, denostando estas prácticas, la política se maneja bajo esta codificación y se seguirá manejando así, independientemente sí se vota con boleta a colores, electrónica o se emite el sufragio mediante mensaje de texto o por un tweet.
Este es el primer desafío que quiénes pretendan dotar a lo electoral de mayor calidad democrática tendrán por delante. Entender que lo accesorio siempre corre la suerte de lo principal. Lo metodológico, no es atinente, ni conveniente que sea siquiera tratado o analizado. Valdés y quiénes lo acompañen en su gobierno (otro elemento que podría engrandecer la gestión del electo ni bien arranque es que determine un patrón lógico, y que se aparte de la discrecional mera y huera, para designar a sus ministros y hombres de estado) deberán estar atentos para no caer en la tentación, sobre todo que ofrece la opinión publicada de no poner el carro delante de los caballos.
La reforma política o electoral no pasa por modificar un sistema electoral o de cambiar la boleta, de colorearla o de hacerla electrónica.
La reforma electoral, que cumpla un precepto de calidad democrática, que además le servirá políticamente (como le sirvió a Colombi un acto de su intuición u olfato político el no hacerse ver cómo especial o con prerrogativas ante la ciudadanía) debe estar enfocada, no sólo desde un punto de vista normativo, sino de sentido común a los partidos políticos y su trajinar democrático.
La única manera que la dirigencia política no caiga en el frenesí de exigirle a los partidos políticos que forman parte de un frente, es decir que responden a una jefatura, resultados, votos, números, con la consecuente caída de estos “dueños de partidos” (una de las razones de que sean tantos es porque no dan internas participativas, entonces todo aquel que quiere participar en política se abre un partido como si fuese un parripollo) en la repartija insustancial o prostibularia de colchones, de alpargatas y bolsitas, es aumentar la calidad democrática de los partidos y por ende de sus respectivos funcionamientos.
No sólo que esta en la ley de los partidos políticos, sino que primero se podría constituir un observatorio electoral, que analice las diferentes cartas orgánicas de las distintas expresiones partidarias (se verá que muchas son copia, replicas o mezclas de una con otros). Partido que no tenga una carta orgánica, que es básicamente una declaración de principios o de proyectos, debería perder su personería. No se trata (como dicen no sin razón, los publicistas) que nadie lee las plataformas, se trata de cumplir con la ley. Ningún ingeniero puede iniciar una obra sin presentar un plano. El verbo siempre esta antes, el logos funda el acto. Un partido político que no tenga una carta orgánica que la distinga de las otras en forma clara y contundente no tiene razón de ser. Lo mismo, o la misma severidad se debería aplicar en caso de que los partidos no lleven a cabo el ejercicio de democracia interna, sea para elegir sus autoridades o candidatos electivos. Independientemente que sea por voto directo, de afiliados solamente o independientes agregados, o por convención, los partidos deben olvidarse de las listas únicas o de las proclamaciones por hegemonía. Sí no se quieren pensamientos únicos o totalitarios, se debe empezar desde el comienzo. La única prohibición debería ser esto mismo de las hegemonías internas. Sino el sistema, tal como ocurre en la actualidad, de partidos, hace metástasis, cada quién que quiere participar hace su partidito como quién abre un kiosquito o una saladita en su barrio.
Los candidatos de cada partido que luego sean ungidos, podrán tener su independencia de criterios, en el caso de legisladores, salvo en la cuestión electoral. Es decir, un legislador electo por un determinado partido que conformó un frente político, no podrá por decisión individual luego pasarse a otro frente u otro partido. Esto debería estar expresamente legislado, este panquequismo o borocotización (precisamente lleva el nombre de un legislador nacional que hizo esto mismo) es lamentablemente no solo socialmente aceptado, sino cada vez más frecuente (en esta última elección tres son los diputados que renovaron su banca mediante esta ordinariez democrática).
Los partidos políticos, antes que volverse usinas de reparto, guetos de tratantes de la política, deberían ser clubes de la democracia, en donde tal como dicta la ley, se brinden cursos, capacitaciones, charlas-debate, encuentros, disertaciones, de lo contrario deberían tener cesadas sus personerías y multados sus responsables.
Valdés, tal como lo reconoce, referenciado en su mentor, Colombi, deberá encontrar su eje conceptual, su propia razón de calidad democrática para que luego la ciudadanía le ponga un número. El buscar el número antes no sólo que lo haría un desertor (como lo fue el olvidable Arturo) sino que lo más probable es que tenga como respuesta un número que no sea el pretendido o el que le alcance.
Quién busca calidad, sí la trabaja seriamente y se deja asesorar por quienes así lo hacen, obtendrán los resultados, más allá de un número específico o determinado, por aquello de que lo secundario siempre sigue a lo principal.
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