6 de octubre de 2017

Cómo ir al mundial, independientemente que gane A o B.

Son horas cruciales. En verdad lo serán para ese puñado de tipos que nos representan. Nosotros somos tutelados por ellos. Es decir, vivimos, sentimos, pensamos, reímos y lloramos, por cada una de sus decisiones, al punto que creemos que somos parte de las mismas. Tal vez lo seríamos sí desconociéramos la legitimidad de tal representación. Es decir sí actuamos con indiferencia ante el convite que hacen desde y ante los distintos partidos. Sin embargo no lo haremos, básicamente porque se han granjeado nuestra fidelidad hacia ellos, mediante el haber cercenado a gran parte de la población la posibilidad de que puedan pensar y sentir desde la orfandad de la vida tal como se nos presenta, tal como es; incierta, inestable e indeterminada. Tal temor de estar al desnudo, nos impelió a que aceptemos todas y cada una de las camisetas, de las casacas, de los harapos con el que decidimos creer que seremos más valientes sí es que enfrentamos las vacilaciones de la vida, arropados, pintarrajeados en cuerpo, y más luego en alma, para identificarnos con otros y diferenciarnos de quiénes también podrían haber usado o usarán, si es que no cambiamos nosotros, de camiseta, una vez más. Así nacen los partidos, esos que mediante algo en disputa generan un interés especial porque se dirime cada cierto tiempo que se disputan el destino de los ganadores como de los perdedores. La paradoja es que no existe un único resultado, ese que es público, el que sale el domingo por la noche y que siempre muestra a un equipo eufórico, por haber apabullado al otro, por más que en las declaraciones alardeen de lo contrario. Todos podemos ir a mundial, independientemente de quién gane, de a quién hagamos ganar. Todos y cada uno de nosotros, en esta condición de hinchas a las que nos someten para que no toquemos la pelota, sino para que pasivamente, aplaudamos sus jugadas, podemos pegar el salto al campo de juego y desde allí todos juntos habernos dado cuenta, que sin querer queriendo, las reglas cambiaron para bien, que los gambetas de jugadores providenciales, son modificadas por un juego colectivo, homogéneo en donde lo importante es que estemos todos incluidos y desarrollando nuestras posibilidades de acuerdo al rol que mejor se implemente en ese equipo que alguna vez podemos constituir.

Tal vez, entendamos que significa que nos representen, mediante el futbol. Posiblemente no. Así como no nos importó, al menos en ese entonces, vivir bajo una dictactura, atroz, dado que al unísono de vejámenes y torturas, levantábamos la copa del mundo del `78, tampoco nos interesó demasiado haber llegado a las instancias finales, finalmente consagratoria, de México `86 tras un gol con la mano a los Ingleses, dado que lacanianamente hubimos de interpretar que nos correspondía que tal transgresión no fuera tal, producto de la guerra de Malvinas unos pocos años atrás.

Lo que estamos seguros, tal como ocurre en cada elección, en donde también los ciudadanos jugamos partidos (o creemos jugar, es decir representados siempre, en condición de espectadores o en rol pasivo) es que estamos ante una nueva y gran oportunidad. A horas de que lo sepamos, tal vez, que vayamos al mundial, signifique que quedemos, formalmente afuera de la misma como no sucede desde México `70.

Es decir ya nos debería importar poco, muy poco o nada, quién gane o deje de ganar próximamente en la lógica del partido.

Esto no significa que nos abandonemos al desinterés o que comulguemos con la anarquía nihilista de un relativismo en donde todo da igual. Al contrario, debemos contribuir claramente a que esto suceda, de forma tal, que nos preguntemos de en serio que pensamos seguir haciendo con nuestra lógica representativa.

Tener acabado y pleno conocimiento, como conciencia que nada cambiará sustancialmente, ganara quién ganase próximamente, tal como está concebida la lógica de los partidos y por ende sus reglas de juego, es un acto de madurez cívica, moral y ciudadana que más temprano que tarde alumbrará en frutos de los que colectivamente nos nutriremos con fruición.

Escrutar reflexiva como enaltecedoramente este proceso, sin remilgos, enconos, ni sentimientos encontrados, sino con la sensación taxativa de que es un paso previo para una situación mejor, es el momento exacto desde donde se ofrecen este manojo de vocablos.   

Al próximo mundial que asistamos, lo haremos todos y cada uno de los que nos sintamos parte de un equipo, de un proceso, de un conjunción individual-colectiva, de una convergencia de lo uno con lo múltiple, de un sincretismo pleno y palmario que redefina, o re-sustancie la lógica de la representación y su consabida legitimidad, tanto de origen como continua que la respalde.

No necesitamos de fórceps; qué nos digan que llevan nuestra camiseta, porque la usan de tanto en tanto, porque se sacan fotos con las mismas, levantando niños que producto del engranaje comunicacional sienten empatía con quiénes, tienen mucho más que ver en cómo vive, siente, y piensa el Sultán de Brunei, que cualquier docente, policía, desocupado, por no decir, demagógicamente, cualquier pobre o marginal latinoamericano.

Siquiera les debemos regalar el “Ojala gane A o B para que entremos al mundial, o para que ganemos tal partido”.

Hace rato que nosotros, estamos afuera de esa como de tantas otras fiestas que impone la lógica de representación de este mundo actual, al que por miedo, por temor, desgraciadamente, le seguimos regalando nuestra lástima, nuestra actitud mendaz y pordiosera, de querer participar al menos como meros, hueros y pasivos espectadores.

El día que comprendamos que la pelota, la cancha, y por sobre todo, las reglas son nuestras, será el triunfo más grande que habremos tenido en nuestro verdadero partido que dirimimos entre sí somos seres humanos o una triste representación, tal vez programada por inteligencia artificial o en modo de aplicación para alimentar a genios malignos o perversos titiriteros, los únicos privilegiados y benefactores de un juego tan aburrido como obvio en donde los únicos que ganan son ellos. 

Por Francisco Tomás González Cabañas.

 

 

 

 

 

 


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