Cómo ir al mundial, independientemente que gane A o B.
Tal vez, entendamos que significa que nos representen, mediante el futbol. Posiblemente no. Así como no nos importó, al menos en ese entonces, vivir bajo una dictactura, atroz, dado que al unísono de vejámenes y torturas, levantábamos la copa del mundo del `78, tampoco nos interesó demasiado haber llegado a las instancias finales, finalmente consagratoria, de México `86 tras un gol con la mano a los Ingleses, dado que lacanianamente hubimos de interpretar que nos correspondía que tal transgresión no fuera tal, producto de la guerra de Malvinas unos pocos años atrás.
Lo que estamos seguros, tal como ocurre en cada elección, en donde también los ciudadanos jugamos partidos (o creemos jugar, es decir representados siempre, en condición de espectadores o en rol pasivo) es que estamos ante una nueva y gran oportunidad. A horas de que lo sepamos, tal vez, que vayamos al mundial, signifique que quedemos, formalmente afuera de la misma como no sucede desde México `70.
Es decir ya nos debería importar poco, muy poco o nada, quién gane o deje de ganar próximamente en la lógica del partido.
Esto no significa que nos abandonemos al desinterés o que comulguemos con la anarquía nihilista de un relativismo en donde todo da igual. Al contrario, debemos contribuir claramente a que esto suceda, de forma tal, que nos preguntemos de en serio que pensamos seguir haciendo con nuestra lógica representativa.
Tener acabado y pleno conocimiento, como conciencia que nada cambiará sustancialmente, ganara quién ganase próximamente, tal como está concebida la lógica de los partidos y por ende sus reglas de juego, es un acto de madurez cívica, moral y ciudadana que más temprano que tarde alumbrará en frutos de los que colectivamente nos nutriremos con fruición.
Escrutar reflexiva como enaltecedoramente este proceso, sin remilgos, enconos, ni sentimientos encontrados, sino con la sensación taxativa de que es un paso previo para una situación mejor, es el momento exacto desde donde se ofrecen este manojo de vocablos.
Al próximo mundial que asistamos, lo haremos todos y cada uno de los que nos sintamos parte de un equipo, de un proceso, de un conjunción individual-colectiva, de una convergencia de lo uno con lo múltiple, de un sincretismo pleno y palmario que redefina, o re-sustancie la lógica de la representación y su consabida legitimidad, tanto de origen como continua que la respalde.
No necesitamos de fórceps; qué nos digan que llevan nuestra camiseta, porque la usan de tanto en tanto, porque se sacan fotos con las mismas, levantando niños que producto del engranaje comunicacional sienten empatía con quiénes, tienen mucho más que ver en cómo vive, siente, y piensa el Sultán de Brunei, que cualquier docente, policía, desocupado, por no decir, demagógicamente, cualquier pobre o marginal latinoamericano.
Siquiera les debemos regalar el “Ojala gane A o B para que entremos al mundial, o para que ganemos tal partido”.
Hace rato que nosotros, estamos afuera de esa como de tantas otras fiestas que impone la lógica de representación de este mundo actual, al que por miedo, por temor, desgraciadamente, le seguimos regalando nuestra lástima, nuestra actitud mendaz y pordiosera, de querer participar al menos como meros, hueros y pasivos espectadores.
El día que comprendamos que la pelota, la cancha, y por sobre todo, las reglas son nuestras, será el triunfo más grande que habremos tenido en nuestro verdadero partido que dirimimos entre sí somos seres humanos o una triste representación, tal vez programada por inteligencia artificial o en modo de aplicación para alimentar a genios malignos o perversos titiriteros, los únicos privilegiados y benefactores de un juego tan aburrido como obvio en donde los únicos que ganan son ellos.
Por Francisco Tomás González Cabañas.
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