Te alquilo mi soberanía política que es decir te vendo mi voto.
Entre las tantas fisuras conceptuales que posee nuestro corpus jurídico, aparece cuál oasis en el desierto, un agujero de proporciones astronómicas. Hablamos de la venta del voto o del alquiler de la soberanía política. La normativa, penaliza la compra del voto, el condicionamiento del mismo. Claro, por más que trabaje la perspectiva desde del positivismo (el derecho cree que mediante su articulación el mundo se ordena, cuando es al revés) lo que no hace la ley es redactarse desde la perspectiva del hombre que sí precisa del amparo de la legalidad, de la protección de sus posibilidades. Esta es la señal más clara que no están hechas tales normativas para sus intereses.
Es decir la ley penaliza el ofertar la compra, el condicionamiento del voto, pero no brinda la libertad, para aquellos que decidan alquilar su voto como acto en reprimenda, en observancia de un espacio político-electoral, que sólo los quiere como número.
Se cree que la venta del voto, el alquiler de la soberanía política en el acto electoral, se hace únicamente desde una posición de víctima o de disminución. Esto se entiende, en donde la temática es muy estudiada en México por ejemplo: Para Jaime Pérez Dávila, investigador de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), y autor del libro Por qué vendo mi voto, la venta del sufragio es un problema muy serio que implica una ausencia de democracia efectiva en el país. El académico indicó que antes de criticar es necesario entender el pensamiento del elector que vende su voto, su sistema de valores y su realidad cotidiana para ver cómo funciona y hacer un proceso reflexivo sobre cómo deciden. En su opinión, si se logra saber qué pasa en el “mercado negro electoral” se tendría la posibilidad de resolver el problema de la democracia mexicana, pues más del 50% del padrón electoral dice que no vota porque considera que es inútil, otro 23% considera que la democracia mexicana no sirve, y el 8 o 10% están dispuestos a vender su voto.
Sí logramos dar un giro conceptual, salirnos de un eje vertical, abrevar en el consenso, indagar en la horizontalidad de los rizomas, podríamos permitir que la ley, exigiéndolo su positivismo natural, en nombre de las libertades que dice garantizar mediante el presidio de sus redacciones, que habilite la posibilidad de que podamos vender nuestro voto, alquilar nuestra soberanía electoral.
Tendríamos locales enteros de ciudadanos, con motivos varios que venderían su voto, algunos por necesidad, tal vez (en este supuesto, sólo son muy pocos los que no trabajan por necesidad, entonces ¿porque estigmatizar a quién por necesidad venda su voto en un sistema de acumulación que todo lo dimensiona por la lógica del número?), pero no todos, otros venderían su voto porque les parecería divertido, innovador (¿ no conoce acaso a quiénes votan a los que le parecen mas extraños, o agarran las primeras boletas electorales sin ton ni son?) otros por sinceramiento, es decir porque no se sienten capaces o que el contexto (es decir los candidatos) les imposibilita elegir como quisieran (¿no se anula o se vota en blanco?) y finalmente esta opción les haría un gran favor a los partidos y candidatos políticos.
Algunos de estos, creen, mortificándose, que los abrazos, que los apretones de mano, que los alientos, que las exclamaciones, en los actos, en las caminatas, que los mensajes, por los distintos medios, son por la autentica pasión humana que despiertan sus consideraciones políticas, sus pensamientos y reflexiones. Todo se trata del interés que luego se traducirá en número. Sí el candidato X lleva tantas personas al acto político el día determinado, deberá devolver en caso de acceder al poder mediante contante y sonante el acompañamiento, en realidad lo hace antes, para garantizarse la presencia del votante, quién le pide el dinero antes, dado que tampoco, confía, como aquel, en que le pagará en caso de que llegue al poder.
Como se observa es una cuestión de confianza, confianza que se ha perdido, que se ha quebrado, que se dilapido. De aquí que exista la necesidad de reformularlo, de redefinir nuestros conceptos políticos.
No nos alcanzará con crear partidos nuevos, sellos de goma, transformar lo electoral de analógico a digital (las bonanzas de voto y boleta electrónica que se venden como panacea para el lucro de académicos), sino de constituir la política desde otra perspectivas.
Que yo, como tantos otros, que sintamos la misma necesidad, le podamos decir a la sociedad toda, que consideramos que lo mejor que podemos hacer con el voto, es venderlo, debería estar garantizado por un estado que se precia de democrático y de defensor de las libertades, ocurre que esta encorsetado, maniatado por políticos famélicos de miedo que le temen, como a nada en el mundo, a que la ciudadanía deje de pensar en términos numéricos; cuando esto suceda, sí es que sucede, lo único cierto es que tendremos la posibilidad de ser más felices, más de cuanto tengamos y de cuánto nos digan que valemos; habremos superado el número, nos pareceremos un poquito más a la idea de un dios del que dicen estaríamos hecho a imagen y semejanza.
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