Estimados Candidatos a Gobernador paren con el verso de la industrialización y los equipos técnicos.
No debe existir nada más fascista que los actos de campaña o los mítines electorales. Clubes cerrados, abarrotados de hombres y mujeres condicionados por el mantenimiento de un cobro o por la obtención del mismo, para estar unas horas amuchado, aturdidos por los grupos musicales que jamás ganarán un Grammy, con las palmas prestas a aplaudir a rabiar al candidato, o en el mejor de los casos, para hacer ondear la bandera de la expresión facciosa travestida en partido político, que lo lleva al necesitado/esperanzado a tal lugar en donde las únicas palabras que se recalcarán son las que transmitirá la televisión rentada, la gacetilla del prensa contratado en vías a planta y las réplicas en redes sociales que tendrán otro nuevo giro, el acicate final de la fiesta fascistoide, con cientos de me gusta y comentarios amigos y laudatorios.
En tal ámbito, cómo en el de la campaña en general, estas escenografías con la excusa de ser demostraciones de fuerza, no son más que la sacralización de un fascismo democrático en donde cualquier barbaridad que diga el candidato, podrá ser peligrosamente, luego, implementada como política de estado.
Es que sí tuviésemos una cultura democrática, no sólo que no necesitaríamos debates o encuentros de candidatos organizados por fuerzas vivas que tampoco son democráticas en su práctica, sino que los distintos postulantes se cruzarían de actos, es decir, el candidato A iría al acto donde están los acólitos del candidato B para tratar de cambiarles el voto, de convencerlos que en vez de votar a tal organizador, voten al desafiante. La política en teoría o por definición casi natural tendría que ser esto mismo, el convencimiento.
Plantear esto, es ficción literaria, título de un artículo académico, cuando en verdad tendría que resultar lo más común de nuestras prácticas democráticas, que un candidato trate de convencer a quiénes no están convencidos.
Pero el fascismo democrático nos ha llevado a imposibilitarnos hasta el planteo mismo. Tal fascismo impone la lógica del coaching, del encuestador y del postureo, en donde, siquiera se permite el filtro a la creatividad, para sacar una instantánea de un candidato pensando o leyendo.
Las fotos de los políticos, con bebes cagados, con mocosos de pelos atestados de piojos, sobra, satura, agota, asquea, tanto como el hedor que atrapa cuando emergen las napas freáticas, en esos barrios que son retratados como el paseo dominguero del candidato, prometiendo, muchacheada mediante (es decir palma en el hombro, sonrisa presta, apretón de manos) que todo cambiará por el arte de la magia, por el acto cosificador de meter el sobre en la urna, cual si se tratara de introducir, violenta o violatoriamente, un falo dentro de un agujero que no lo ha solicitado.
La foto tendría que ser la del candidato pensando, como hará para que los deseos de la ciudadanía sean otros que el vano y autodestructivo impulso, construido sistemáticamente por un sistema de acumulación, que el tener el último teléfono inteligente, o más casas de las que pueda habitar o autos que pueda conducir.
No porque uno adscriba a ideologías, es una cuestión de límites y posibilidad. Tal como el fumador que se consumió pulmón y medio por el hábito, no está bien o mal que siga fumando, sino que no tiene chance, ni margen, para seguir haciéndolo en el caso de que desee seguir en este mundo.
Esto es lo que ocurre con la famosa industrialización de sitios como el nuestro, lo dijimos más de una vez, sí el sistema no es algo, es tonto o falto de previsión. Sí todos los países o sitios en vías de desarrollo, se desarrollaran no tendríamos más mundo, el llamado “ecocidio” se perpetraría en un instante. Esta es la razón, razonable además, por las que no llegan inversiones ni es viable que apostemos a tener industrias como árboles. No sólo que necesitaríamos tener otra cultura y explotar a los ciudadanos, como los orientales con los suyos en cuanto a jornadas laborales e hiperproducción (les construyen ciudadanos a pasos de las fábricas para no gastar tiempo) sino que además pereceríamos desde el vamos en el intento, como lo hacemos desde hace tiempo por no pensar esto mismo, por no pensar la política.
Pensando la política, por ejemplo en plena discusión de la ley de educación provincial, se podría establecer tal como en China, que los niños tengan la materia futbol, para que en unos años, al menos 100 jóvenes correntinos, puedan ser profesionales en ligas como la China, por no decir las clásicas y tradicionales y que tales ganancias las traigan invirtiendo en otras áreas o ayudando a sus familias. Se podría crear la primera escuela de los youtubers o influencers, que no por casualidad son los oficios más recientes y exitosos del sistema, porque no producen nada contaminante, ni que perjudica al medio-ambiente. Indagar en la poética chamamecera, establecer el estudio de las corrientes del pensamiento de correntinos como Portela o Madariaga.
Son tantas y tan variadas las posibilidades que puede brindar un político que piense, pero primero tiene que abandonar esa fantochada de los equipos técnicos, detenerse un poco del ritmo alienante de las maratones de actos fascistas y rodearse de pensadores, alimentarse de libros y de pensamientos, que son ni más ni menos que lo más auténtico y real que tiene el humano en esta tierra, el resto, no son más que flashes efímeros de artificialidades que pueden, industrial y técnicamente, llevarse puesto, política mediante a lo humano.
“Es como si hoy existiera un superyó mundial que tiene como imperativo: trabaja, produce y el goce será mañana, como siempre” Miller, J.A.
“Vivimos una época en la cual parece ser necesario que se apaguen las luces de las pantallas para que el sujeto tenga posibilidad de emerger, de ser sujeto”. Daniel Boromei, “Más allá de la vergüenza, el pudor”
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