11 de agosto de 2017

¿De qué sirve estar cerca o al lado de la gente?

Desde todos los partidos, diversos candidatos y referentes vienen señalando su preocupación y ¿ocupación? Ante el clima gélido del proselitismo que no logra entusiasmar a la pueblada, que siente la obligatoriedad, sin que se le muestre su condición de derecho cívico o político de elegir a sus representantes. Sí bien es un tema conceptual y profundo, que lo venimos analizando desde hace tiempo, lo cierto es que desde la política, se precisa combatir, en forma inmediata contra esta afección, contra este virus que ataca la democracia (tal como la entienden) y para ello, algunos recurren a la vieja táctica de candidatear a lo imposible a alguien que sale por televisión, otros a apurar incentivos puntuales (las efectividades conducentes, para no decirle dádivas) y los menos a pensar la cuestión desde otra perspectiva, tal vez el virus invasor, sea la expresión de libertad, la única, del cuerpo enfermo que ni siquiera en forma autómata puede crear defensas o anticuerpos. La solución no pasa por derogar las PASO, tal como se sostiene que hará la mayoría oficialista, dando como prueba, precisamente, un desinterés social, para ordenar la vida interna de los partidos que son los pilares de la democracia. El problema no se suscita en las formas, en lo metodológico, en el envase, en lo nominal, que vendría a ser la cuestión de los partidos y la norma electoral; lo central, basal y neurálgico es la política comprendida desde la lógica de la representación. De hecho sí usted, se tomó el trabajo de acopiar todo aquello que expresaros los diversos candidatos (muchos de los cuáles si quiera tienen posición propia, sino que son reflejos de maquinarias de coaching) se desesperan, temerosa y temerariamente, por estar en contacto con la gente, con el ciudadano, con el pueblo o como lo quieran llamar. Es tan craso el error conceptual que poseen, que sí se postulan como representantes no tienen que exagerar esa representación que van a ejercer. Es decir, es ridículo que planteen que quieran tomar contacto con todos y cada uno de los ciudadanos, o que traten de visitar a la mayoría de las personas reunidas, para expresarle que quieren ser sus representantes. El hecho político de la representación, o el concepto clave de nuestras democracias actuales, tiene que hacerse desde la distancia del pensamiento, de la prudencia que impone la lejanía, de la templanza que acendrar el no estar al lado del que sufre y padece, dado que de tal manera, el sentido a aplicarse para resolver ello no sería ni el adecuado, ni el correcto ni el conveniente. Lamentablemente nuestros políticos creen, consideran que lo importante es estar cerca, día a día, momento a momento en una suerte de orgía de la proximidad. Dios, es tal, y la mayoría cree en un dios, porque se maneja en esa lógica de la abstracción, de la distancia, de lo paradojal de la distancia-cercandad.

Lo que conocemos como estructura social, es más bien un sistema, anatematizado de la subjetividad, es decir vivimos para él, estamos alienados ante el mismo, somos un engranaje, el número necesario de la estadística, nada es tan complejo de comprender, es como cuando el virus en el software de la máquina irrumpe, o en nuestros cuerpos, no tiene tratamiento, ni causa, origen, mucho menos razón de ser, sucede, como la vida y la muerte, se lleva puesto el sistema, por más que este se regenere rápidamente, la acción virósica es el último vestigio de las pretensiones libertarias.

 

Necesariamente debemos darle, al menos en este apartado, razón a los estructuralistas, todo es un sistema, o que ha sido diseño, en verdad que lo hemos diseñado, como para no ser, para guarecernos de la aventura de vivir sin bastones simbólicos, ni paraguas que nos dejen, supuestamente indefensos, cuando en verdad son los techos que ponen límites a nuestros vuelos, necesariamente limitados y limitantes.

El hospital, donde se nace y se muere, luego el jardín, el colegio, la facultad, el trabajo o fábrica, y como descanso la televisión.

En caso de no ser beneficiado por ese “sistema” caemos en la cárcel, el psiquiátrico, el refugio, finalmente y para todos el cementerio.

Sistemas donde reinan, un conjunto de reglas, en donde se desarrollan juegos de poder, relaciones, en donde supuestamente interactuamos desde nuestra individualidad, pero en verdad no, sólo actuamos como marionetas, de ese gran sistema que habla, desde nuestra supuesta libertad.

Los virus o la acción virósica no tienen, como las acciones del sistema, una lógica que responda a los mismos, es decir no tienen un mismo “patrón” un virus, es en verdad y en términos sociales un tipo que piensa, un tipo de mente abierta en una sociedad conservadora, un político que pretende construir desde el llano y con convicción, un tipo que pone sus condiciones, se juega por ellas y hasta incluso muere, el virus no depende de resultados, no va por resultados, puede generar un resfrío, un borrado en un computadora, un poema en una cárcel, o la muerte como se la generó a Foucault, pero nada más alarmante que no ser parte del sistema, poder salirse de él, no nacer para vivir determinado y actuando un papel, como una marioneta, sin alma, sin sangre, sin odios ni alegrías, sin hidalguías ni miedos, se necesitan más virus, bienvenidos sean.

El desinterés puede ser síntoma de una duda, de un poner entre paréntesis la realidad para dimensionarla, apreciarla en su tiempo y momento justo (de aquí que los consultores o analistas expresen que muchos ciudadanos deciden su voto 72 horas antes de la elección) y la responsabilidad del político, que lamentablemente siempre está más atento a lo urgente que a lo importante (de lo contrario la relación de cantidad de asesores, 10 a 1como ha sido y es, entre periodistas, comunicadores o marketineros, con pensadores, filósofos o intelectuales, sería justamente al revés) tendría que cuestionarse más sí el ejercicio democrático, acaso, no debe ser profundizado.

 

Platón, el alumno de Sócrates y maestro de Aristóteles, en uno de los tantos textos escritos que nos legó (llamados “diálogos”) aborda el tema e ilumina con profusa intelectualidad. En el “Sofista” el eje central, se constituye en los maestros en el arte de la oratoria y de las discusiones públicas, que vendían su técnica, de cómo tener razón o vencer dialécticamente a los oponentes, sin importar si verdaderamente contaban con la misma.

 

 

 

Precisamente se los llamaba sofistas (de allí proviene el término sofisma, para calificar una premisa errónea) porque no se interesaban en lo que Platón luego sacralizaría como “Verdad”. Apartándonos de lo filosófico, dado que para argumentar, el fundador de lo que luego sería el Platonismo, recurre al mundo de las ideas (principios de idealismo) donde los humanos copiamos en la tierra ese modelo (no habla de divino pero existe la concepción de lo no terreno) e imperfectamente lo aplicamos, para finalmente continuar con su reflexión más interesante (participación o combinación, que da soporte luego al realismo Aristotélico), concluimos, sin posibilidad de error, que desde los inicios del pensamiento occidental, ya existían quiénes discutían por el mero hecho de tener razón o de vencer (la mayoría) y los menos que pensaban en la finalidad o la razón misma de las cosas (por lo general aspectos fundamentales y abstractos como el amor, la política, la justicia, lo divino, etc).

 

Más acá en el tiempo, fue A. Schopenhauer, filósofo alemán que incidió muy especialmente en Nietzsche, quién escribió “Las 37 técnicas para tener razón”. Un compendio de consejos, que pretende aleccionar al lector, acerca de las estrategias más acertadas para ganar una discusión. Aquí nuevamente se mezcla lo filosófico, el mencionado pensador no cree en absoluto en verdades que se tengan que encontrar, buscar o perseguir se funda el reino del nihilismo, de la muerte de dios en cuanto a finalidad. Lo interesante del texto, nuevamente corriéndonos de la filosofía, es que su autor, reconoce que los consejos que da, son una serie de falacias y de estratagemas para confundir, obnubilar y despistar al rival (uno de los apotegmas, es descalificar al otro, hacerlo enardecer, para que se descontrole y caiga en el mismo juego de agresiones propuesto).

 

Deberíamos sumar un elemento, que se agrega en nuestra modernidad y que refuerza las intenciones de los sofistas actuales o perseguidores de victorias dialécticas, un factor psicológico que brinda al ganador de una batalla discursiva una consideración más altruista, relacionada con la cultura del éxito.

 

 

Para pormenorizar la exposición, diremos: Los que no creen en verdades, sino en circunstancias, es decir quienes no tienen principios sino intereses, se dirigen indefectiblemente a donde calienta el sol o donde sopla el viento, por tanto no pueden ir a otro lugar que no sea el exitismo que propone nuestra posmodernidad. Razón por la cuál, quieren ganar discusiones y no discutir, quieren destrozar al contertulio y no llegar a un entendimiento. Estos hombrecillos de poca monta, se dicen experimentados, se jactan de peinar canas, cuando en realidad acopian fracasos, tiran arriba de la mesa, el colosal saco de su derrotero, envestido en probidad por la mera y ridícula suma de años.

La mayoría de los medios y sus hombres, no publican lo que no entienden, lo que no factura, o lo que es lo mismo, lo que no proviene desde las usinas del poder.

 

Tenemos políticos que repiten, que no construyen desde los conceptos, sino que articulan desde la lógica del amigo-enemigo, del que obedece y desobedece, hombres de medios que tampoco piensan lo que transmiten y amplifican las repeticiones huecas, haciendo aún más hueca y agravando el sin-sentido, pensadores presos en sus pupitres y una sociedad presa del sueldo estatal, o del gran presidio, donde la mayor condena es no pensar.  


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