La selfie o el otro estadio del espejo en tiempos democráticos.
“Privada de inmediatez, la realidad humana, queda naturalmente privada también de presente, lo cual significa que el hombre queda privado de la realidad a secas, si hemos de creer lo que dicen los estoicos, uno de cuyos puntos fuertes fue afirmar que la realidad sólo se conjuga en el presente. Pero el presente sería demasiado preocupante si no fuera más que inmediato y primero: sólo es abordable por medio de la representación, luego según una estructura iterativa que la asimila a un pasado o a un futuro en favor de un ligero desfase que corroe su insoportable vigor y únicamente permite su asimilación bajo la forma de un doble más digerible que el original en su crudeza primera” (Ibídem. Pág. 67)
Recurrimos a la teorización Lacaniana acerca del estadio del espejo: “Al ocurrir el estadio del espejo el infante deja de angustiarse de sumo grado ante la ausencia de la madre, pasando a poder regocijarse percibiéndose reflejado, y, sobre todo, dotado de unidad corporal, de un cuerpo propio (al que identificará con "su" yo). El regocijo experimentado al observar su imagen es también un primer momento de sentimiento de placer con su cuerpo, sin la directa asistencia de la madre. Así el estadio del espejo revela la configuración del yo del sujeto. Como para que tal haya ocurrido ha sido menester el estímulo externo desde un semejante, Lacan deduce de allí que, en principio, inicialmente, todo yo es un Otro. Pero el estadio del espejo por sí solo, con la implicación de la madre o la función materna, no resultan suficientes para la subjetivación. Lacan deduce luego que se requiere un tertium, un tercero. Es la función paterna la que permitirá mantener la noción de unidad corporal del sujeto y luego el desarrollo psíquico que deviene a partir de esta primera percepción de unidad”.
La representación de nuestro yo, la segunda instancia, o para hacerlo algo complejo, lo otro de nosotros mismos, está en eso que dejamos de ser, en la traducibilidad de la selfie, de la toma, que nos toma, el artefacto, que nos ha enajenado, que tal como se profetizaba en diferentes películas desde “Al morir la noche” de 1945 hasta nuestros días, en aquella el muñeco domina al ventrílocuo en las actuales las computadoras o la inteligencia artificial, nuestro mundo o lo que hemos dejado que suceda con él, la dejar de intervenir en el mismo como nosotros mismos.
La retratación sistémica, la iteración de la selfie, no sólo que nos conduce a la afirmación psicoanalítica de la constitución del yo como otro, realizada en aquel primer estadio del espejo en la niñez, sino precisamente, en nuestro retorno, gozoso que se traduce en que pretendamos obtener los comentarios o las implicancias al socializar las selfies o autorretratos que nos toma el teléfono inteligente.
Es decir, tal como en la niñez, frente al espejo, la autopercepción nos brindó el reconocimiento del gozo, sin intermediación sobre todo materna, en la adultez, supuesta, ese otro en que nos traducimos, en que nos representamos, vuelve, mediante el comentario (sea positivo o negativo ) el me gusta o todas las opciones de respuestas que brinden las distintas redes sociales a las que el teléfono móvil (como una suerte de padre autoritario o narcisista) dispara al compartir nuestro acto gozoso, del autorretrato, la selfie o la foto.
Políticamente, dado que lo está en cuestión o en juego, es sí estamos eligiendo lo que nos sucede, tal como creemos elegir un gobierno o a nuestros representantes, el retrato, de lo que no somos, es decir la promesa, lo imposible de lo democrático, precisamente, funciona en ese no cumplimiento, en esa no realización. No constituimos un gobierno ni del pueblo, ni para el pueblo, sino una entelequia como doble, que sin embargo, es todo eso y más, la festejamos, la simbolizamos en el ejercicio electoral, la convertimos en fetiche. Las elecciones que se llevan a cabo en distintas partes del mundo, son las selfies, las fotos que socializamos, la imagen que nos da gozo de lo que supuestamente somos, a sabiendas de que no lo somos. Nos ha dejado de importar que nos importe ser, ahora nos alcanza con vernos, más allá de cómo, cuando, donde y porque, consiguientemente nos importa nada, quien nos gobierne, como, cuando y porque. Tal vez, este segundo estadio del espejo, de habitar dentro de la interfaz, de habernos convertido en ese doble, nos evite la angustia de la muerte, no por nada tenemos gobernantes que nos dicen amar y trabajar por nuestra felicidad. No se trata de creer, sino de sentir, hemos dejado de desear para obtener el goce, a como dé lugar y esta es nuestra gran tragedia en sí misma, a la que no podemos escapar desde la condición del doble, del autorretrato, del democrático supuesto.
Por Francisco Tomás González Cabañas
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