11 de junio de 2017

Como en Hansel y Gretel.

Imaginemos, tal como ocurrió en el cuento infantil que ya se lo recordaremos, que para evitar una debacle mundial (sea por falta de recursos, por mal administración de los mismos, por el acabose de sustentabilidad medioambiental o por la combinación de estos y el restante de los factores que hacen que trabajemos en mundos por fuera de este) nos instan, es decir nos instamos nosotros mismos, a que todos los ciudadanos que no hayan alcanzado la mayoría de edad (es decir no estén aptos para producir ni habilitados para votar) deban ser abandonados en una suerte de selva, para que sólo merezcan estar entre nosotros, aquellos que hayan logrado regresar sin más elementos que su propio arrojo o valor. Esta suerte de Darwinismo impracticable (moral como fáctico, más allá que como humanos hemos forjado campos de concentración y pese a ello replicamos ahora campos de refugiados o de pobres) vendría a ser como una anticipación a lo que les sucediera a los habitantes de Hamelin, en aquel otro cuento antológico acerca del flautista. En tal relato, para acabar con las ratas, el rey de la comarca contrato a un Flautista para que las eliminara. Como este cumplió con lo suyo, pero no se le pago lo pactado, con el mismo método se llevó a los niños. Nuestros indicadores, sociales, económicos y medioambientales, nos están señalando esto mismo. No hemos cumplido con un trato digno para con las generaciones venideras. Difícilmente las tengamos sí es que de bruces, disruptiva o revolucionariamente no hacemos algo al respecto. La inexplicable decisión de los padres, o el padre y la madrastra de Hansel y Gretel, el cuento infantil Alemán, tenga como correlato de verdad, la crudeza racional que caracteriza o viene caracterizando a Occidente y su formación filosófica-política-jurídica, bajo los preceptos germánicos, que no casualmente, son los que siguen ordenando (desde sus orígenes Griegos) conceptualmente el mundo que habitamos, pero del que pocos chances tendremos de seguir sosteniéndolo tal como de un tiempo a esta parte.

“Hansel y Gretel eran los hijos de un pobre leñador. Eran una familia tan pobre que una noche la madrastra convence al padre de abandonar a los niños en el bosque, dado que ya no tenían con qué alimentarlos. Hansel oyó esto, por lo que salió de su casa a buscar piedras, con las cuales marcó un camino al día siguiente cuando se dirigían al bosque.

Hansel y Gretel se durmieron, y apenas salió la Luna comenzaron a caminar siguiendo el camino que Hansel había marcado con las piedras anteriormente. Por la mañana llegaron a su casa. Su madrastra, sorprendida por el hecho decide que la próxima vez llevarán a los niños aún más adentro en el bosque, para que no puedan salir de allí y regresar. Hansel, que otra vez escuchó las discusiones de sus padres, decide salir a juntar piedras nuevamente, pero esta vez no pudo, ya que la puerta estaba cerrada con llave.

En la mañana que fueron al bosque, Hansel marcó un camino tirando migas del pedazo de pan que su madrastra le había dado, solo que esta vez cuando salió la Luna no pudieron volver porque los pájaros se habían comido el pan.

Después de dos días perdidos en el bosque, cuando ya no sabían más que hacer, los niños se detienen a escuchar el canto de un pájaro blanco al cual luego siguen hasta llegar a una casita hecha de pan de jengibre, pastel y azúcar moreno. Hansel y Gretel empezaron a comer, pero lo que no sabían era que esta casita era la trampa de una vieja bruja para encerrarlos y luego comérselos.

Esta vieja bruja decide encerrar a Hansel y tomar a Gretel como criada. Todas las mañanas la bruja hacía que Hansel sacara el dedo por entre los barrotes del establo para comprobar que había engordado, pero éste la engañaba sacando un hueso que había recogido del suelo.

Un día, la bruja decide comerse a Hansel y manda a Gretel a comprobar que el horno estuviese listo para cocinar. La niña se da cuenta de la trampa y logra que la bruja se meta en el horno. Al instante, Gretel empuja a la bruja y cierra el horno.

Tras la muerte de la bruja, los niños toman de la casa perlas y piedras preciosas y parten a reencontrarse con su padre, cuya mujer había muerto.

Su vida de miseria por fin había terminado, desde ese día la familia no sufrió más hambre y todos vivieron juntos y felices para siempre”.

El cuento es sencillamente brutal. En el caso  del suscribiente, quién me lo advirtiera, fue precisamente un niño, el más especial, al que por responsabilidad compartida hice arrojar a este mundo. No había razones cómo para que un padre, pudiera dejar a sus hijos en el medio del bosque, para que murieran de cualquier otra cosa que no sea del hambre del que morirían, hasta por cierta responsabilidad de quién los estaba enviando a la muerte, encima, engañados. Pero en verdad, en tal abandono adrede, también podrían morir de hambre, entonces quedaba la brutal, pero explicativa lectura psicológica, de que tal vez, el padre lo hacía para evitarse la frustración de ver morir a sus hijos producto de su propia incapacidad de alimentarlos. Sin embargo, el giro, de la brutalidad humana, que en tal repliegue nos hace aproximarnos a nuestra condición de bestias, ese padre, confiando en un futuro próximo, en que las cosas se revirtieran, enviaba a esos hijos a la muerte, para tener la posibilidad de concebir otros en ese futuro más promisorio al que apostaba. De hecho el cuento se resuelve de tal manera, pues los niños, mediante la astucia, regresan y el padre, junto a su pareja, la madrastra, los acepta, básicamente porque su suerte había cambiado, para luego volver a complicarse y generar la tensión final y ya conocida del cuento, donde el padre finalmente, los acepta, pero gracias a que los niños también le resuelven el problema económico  y la madrastra (como chivo expiatorio) se muere.

La hipótesis del presente artículo era que racionalmente, tal como de alguna manera ocurrió con el Nazismo, como con otros autoritarismos electorales, se planteara una solución “mundial” o final, como la del cuento. Pero descartémosla, sumémosle tensión y realismo a nuestro complejo escenario político.

¿Acaso no estamos enviando a nuestros hijos (es decir próximas generaciones o inmediatas),  bajo la promesa vana, huera y mera de una supuesta democracia, al extenso, como dantesco, peligroso e insidioso bosque, atribulado de hambre, pobreza, marginalidad, cuando no campo de excepción, nutrido de una colosal barrera de imposibilidad, de donde, solo semánticamente y para nosotros (los que estamos a salvo) podrán salir (en nuestra comodidad de creernos un  futuro distinto cuando  no hacemos nada por el mismo) en tanto y en cuanto sigan padeciendo lo que padecen, hasta que nos iluminemos o nos despabilemos y entandamos que por nuestra acción u omisión están camino a una cruda, brutal e injusta muerte que justifica nuestra dubitativas tribulaciones ?

Por Francisco Tomás González Cabañas.


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