Periodistas a secas no, operadores a secas sí.

Un nuevo día del periodista en que la comunicación no logra para sí tener una ley de pauta de distribución publicitaria. Al parecer los que se precian de tales, en una suerte de la exacerbación de un purismo absurdo, se ufanan de ser felicitados, palmeados, saludados, todos los 7 de junio, “chipaceados” en el ámbito de un reducto oficial, para tener presta la pluma, afilado el micrófono, el aire inmediato, y saciarse en la nada absoluta que significa y representa el supuesto servicio de comunicación social.
Lo hemos sostenido en infinidad de oportunidades (va otro link) pero al parecer ciertas sociedades ansían la criminalidad Goebbeliana que se le repita para que algo quede, independientemente de su posibilidad de ser verosímil. Si la comunicación tuviese un fin público, social, democrático que sirviera para sostener las libertades, tendría como prioridad el comunicar las formas y posibilidades de cómo derrotar el principal problema que afecta a nuestras tierras; la pobreza. A contrario sensu, como en una especie de paradigma de la perversión, los que se dicen comunicadores públicos, en nombre de ese purismo, de supuestamente comunicar bajo la égida del interés de las mayorías, les da el canal de comunicación a los principales responsables de que el hambre se haya extendido como un flagelo, y cuando tienen la posibilidad de preguntar, de indagar, de cuestionar, supuesto “leit motiv” de la comunicación, callan, o edulcoran, o evaden, o comunican lo incomunicable que es ni más ni menos que cualquier cosa, menos la razón de ser de la comunicación.
Operar sin embargo, es intervenir en la realidad, es hacerse cargo del animal político que somos tal como lo definió Aristóteles. Un comunicador, sea de deportes o espectáculos, con lo que comunique, interviene en la realidad que comenta, narra o diseñe. Que sepa lo que está haciendo, es decir ser consciente de su capacidad de operador, o que lo esconda por mostrarse como impoluto ante la comunidad de comunicación ya es harina de otro costal y una cuestión deontológica que sólo debería ser discutida en ámbitos académicos.
No ser considerado periodista, comunicadores, por quiénes, exacerban esta actividad travistiéndola de características que no posee, dotándola de una supuesta moral universal que debería seguir obcecadamente, es a todas luces un orgullo que nos podemos dar, los que no nos conformamos con un abrazo, un felicitaciones o una chipaceada cada 7 de junio.
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