El Fin del estado.
Podríamos afirmar, con la presunción de equivocarnos, pero de qué trata la vida sino de asumir los equívocos (en un claro acto de rebeldía ante la razón instrumental que nos pretende perfectos, o lo que es peor, perfectibles para que siempre sumemos a costa de exfoliarnos en vida de nuestra humanidad) que la actualidad de la ciencia política, o de la filosofía política, se reduce a tal frase; El fin del estado. El mismo puede ser interpretado como una frase asertiva o, prescindiendo de los signos de interrogación, como una dubitativa o retórica, que pregunte, que cuestione, que inquiera, que incomode, que insatisfaga, que derrote la certeza que nos absolutiza en el presidio de la comodidad autómata de nuestras pretensiones en lo culmine de la pedantería.
Sin embargo, y más allá de la cita del inicio, que implica la necesaria referencia a la autoridad intelectual, independientemente de lo que se expresa (en este caso importa, al menos para nosotros), tal como los documentos académicos requieren, a los efectos que el autor de ocasión, cotice más en el mismo ámbito, traducido en lo tangible de mayores horas cátedras, a los efectos de tener un mayor mercado cautivo de a quienes imponerle la venta de sus libros, pueda tener el respectivo baño de ego que le brinde los medios en donde algún amigo o ex alumno, haya aprendido algo del oportuno profesante de ideas, muy raras vez propias, precisamente por la falla fundamental o fundacional de no haber tenido un estado que vele, por generar posibilidades de libertad. Lo importante a transmitir, para nosotros, en este caso, no sucedió tras hojas y hojas de exploración intelectual, sino del barro más oscuro de los pliegues más recónditos de la práctica política.
Independientemente de donde usted sea, imagine una ciudad con casi la mitad de la población de pobres. Pobres estructurales, no de ocasión, como tal vez puedan ser los pobres Europeos, sin que esto sea una desvalorización de la pobreza reciente que pueden estar viviendo los ciudadanos de aquella parte del mundo. Estos pobres, lo son, porque sus abuelos han sido condenados a la misma pobreza y probablemente sus nietos difícilmente pueden salir de ella. Una pobreza que se traduce en no tener para comer, en que duela la panza, el estómago de hambre. En un lugar así, en donde tres cuartas partes de la población, viven de ingresos propiciados por el mismo estado. Un estado por otra parte, integrado a una Nación, que considera a este sector, casi parasitario, que lo declaro en algún momento inviable, surge, desde la praxis de la política, una propuesta que plantea que quién arribe al poder, otorgara una determinada cantidad de dinero a todos y cada
uno de los ciudadanos. Esto generaría la disolución de las obligaciones del estado, de un estado de derecho más luego, en pos de una posibilidad de libertad práctica, en un mundo dominado por el imperio del capital. Esta realización sería el fin del estado, en su finalidad misma de propiciar la libertad.
Pero aquí no queremos nos detendremos en las consideraciones sobre todo teóricas. Es que abonamos a una revolución, a subvertir el orden, pero de nuestros renglones, de lo que decimos y de lo que hemos logrado con ello. No pretendemos con esto, una nueva publicación en una revista científica, un lugar en el congreso intelectual de tal parte del mundo, la posibilidad de editar como manuscrito la idea o verla refleja como artículo en el medio de comunicación que se detenga en ella.
Nos interesa, al menos en este caso, el detalle, si se quiere de color, como se llama en la lógica de los medios de comunicación, de donde o cómo surge la idea.
Como expresábamos sale del lugar de las características narradas, de una suerte de comarca en donde el pobrismo es la piedra basal de un estado que no acepta su fracaso rotundo. En donde la mayoría de los ciudadanos no pueden salir del presidio del sueldo estatal que los maniata en la posibilidad de pensar, a costa de no lanzarse en la aventura de ser ellos mismos, independientemente de lo que suceda a fin de mes.
En tal lugar, como en la mayoría de similares, la política del día a día se define, ni siquiera en términos de batalla, sino en términos delictivos, en un argot de lumpenes y de transgresores de la ley. La política es pos política, el hecho político pasa a ser como se subvierta aún más la letra de la ley, de la norma, tolerándose tal situación, sin atisbo o reacción a esto mismo.
Uno de estos punteros, como se los llama (la misma consideración reciben los que venden drogas en los barrios marginales, es la traducción de como la política se transformó en marginal) a los que dicen juntar votos, adhesiones, números en los actos, en los mítines que acompañen a los candidatos que prometerán cosas que no cumplirán, con todas las características personales más deleznables (este es otro mito que se crea desde la supuesta política correcta, expresan que no les interesa la vida privada o personal de los políticos, y es en verdad lo que más interesa, no solo a los medios, sino al ejercito de pobres a quiénes les resulta más sencillo optar por lo que ven, antes que evaluar por lo que se les ofrece, en verdad tampoco es demasiado lo que se le ofrece, por tanto el circulo vicioso es de un hermetismo proverbial) desde adicciones a todo tipo de sustancias, hasta la acción de supercherías, o pillerías que usted pueda imaginar en relación al uso y abuso que pueda llegar a realizar con la mínima cuota de poder que cada tanto llega a acariciar, en un personaje de estas características, la idea de llevar al estado a su fin, a su disolución, mediante el protocolo de ejecutarlo, fue concebido.
En un lugar de las características mencionadas, en donde el estado no pudo realizarse o el intento de conformarlo, ha caído una y otra vez en un profuso y oscuro lago, desde el fondo más renegrido, emerge, el tiro de gracia, esta propuesta conceptual que generaría tras sí, amplias escuelas de pensamiento.
Los niños, o gurises, como se los llama en tal lugar, siguen el hambre padeciendo, el borrachín luchándola para embeberse en el fragor de su exceso, nosotros escribiendo, usted leyendo y un estado que nos oprime para que llevemos a cabo el objetivo para el cuál lo hemos creado. Es que le tenemos miedo, más que a la muerte, a la vida misma, en una de esas no resultaba tan complicada el vivirla, sin temores, sin ataduras, sin moldes preestablecidos que detengan nuestra marcha, como la de una hoja al viento, que en la sabiduría de la naturaleza por alguna razón cae allí en donde quienes no se animan a transitar la libertad, creen estar viendo locura o desprendimiento.
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