29 de mayo de 2017

La guerra electoral, la guerra de Colombi y nuestra batalla de las Termópilas.

En alguna de nuestras elecciones, libradas en nuestros vastos latifundios, un pueblo, en su accionar directo y pleno, o representado por unos pocos, librará la batalla (de aquí que se conserve los términos militares para la acción electoral, a pedir de Carl von Clausewitz. «La guerra es la continuación de la política por otros medios») de sentido, la disputa democrática, la pelea por la cual los pueblos que vemos el sol desde esta perspectiva hemos sido y somos un pueblo determinado y característico.

“Sin embargo, aún queda por inventarse una democracia que realmente pudiera enfrentar en el mismo nivel a la economía globalizada a escala internacional…Por lo pronto, no podemos saber en absoluto qué formas podría adoptar tal democracia en diversos contextos culturales, a nivel local e internacional y con una incorporación de los respectivos afectados en la que ellos estén dotados de iguales derechos, y como podría hacerse valer no sólo ante las fuerzas hegemónicas de la globalización capitalista, sino también contra las meramente destructivas fuerzas contrarias. La invención de nuevas formas de organización y de autodeterminación democrática y la lucha por la democracia eficaz a nivel global-Derrida habla de una nueva internacional y Bordieu, de un nuevo internacionalismo de movimientos sociales y de intelectuales, incluyendo a artistas, escritores y científicos-, esta invención y esta lucha por una democracia globalmente eficaz y por un universalismo no etnocéntrico, además de tal vez una economía de la felicidad” (Wellmer, A. “Líneas de fuga de la Modernidad”. Fondo de cultura económica. 2013. México DF. Pág. 221)

Desde el contrato social, la propia definición de América Latina, los principios de la revolución, de libertad, igualdad y fraternidad, pasando por todas las constituciones y códigos normativos que se inspiraron en sus legalidades, hasta los postulados de sus intelectuales que han sido y lo siguen siendo obcecada y dogmáticamente seguidos por la patria académica-intelectual, el insoportable sopor de seguir siendo tutelados por la razón iluminada francesa, imposibilita que razonemos desde nuestras perspectivas, desde nuestras realidades, tanto las profundas, como las superficiales; la concepción errónea desde la que se parte, la asumimos tanto en el pupitre universitario, como en el espacio público. Vana y absurdamente quiénes siguen mirando a Europa, dando las espaldas a su propia tierra, son los que se erigen en doctos vanguardistas que postulan categorías como democracias agonales o populismos, que exacerban aquello que nunca ha sido nuestro; ni deísmo, marxismo, neomarxismo, ni derechas ni izquierdas.

No es fácil ni sencillo, pensar desde nuestra categorías, de hecho existe toda una corriente filosófica que lo viene realizando con aplomados pasos a los que no necesariamente debemos seguir obcecadamente o como sí se tratase de una verdad revela, de una autoritas intelectual, gestada, o propalada, en el ámbito académico para imponer una verdad absoluta, en nombre de los sufrimientos de quiénes padecieron imposiciones y no pudieron dar su voz. No abonamos en tal Latinoamericanismo historicista, como una suerte de contrainsurgencia, como mecanismo de defensa, como la respuesta artera de quién se ubica en el otro eslabón de la también eurocéntrica lógica del amo y del esclavo. Es decir, los profesores eurocentristas, o los artistas eurocéntricos, que se extasían cuando pronuncian con la nariz arrugada términos como “diferrance”, o hacen largos ensayos con acepciones como proletarios, rizoma o biopolítica, deben continuar su exitoso peregrinar en la vida que piensan que han escogido, pero sus cucardas académicas no los habilita a que nos digan, como si fuesen la expresividad unívoca de la pachamama, que tipo de procesos político estamos viviendo, y mucho menos que nos digan, que, como y a quiénes tenemos que votar, bajo la argucia, eurocentrista, de la construcción de un nuevo sujeto histórico que nos liberara de nuestras sujeciones, contradicciones y temeridades.

No por esto, nos abocamos a la construcción de otra consideración teórica que la iguale o que la contrarreste. Tomamos sí la semántica del Latinoamericanismo para establecer un piso común de entendimiento, para no caer en una suerte de babelismo en donde no nos podríamos siquiera comprender en la significación de enunciados básicos.

Podríamos establecer hasta el método, como lo ha creado la institucionalidad forjada del latinoamericanismo, analéctico, como para brindar nuestras consideraciones, sin embargo, lo volvemos a subrayar, tal consideración nos ha posibilitado el despertar de pensar desde nuestras categorías, pero el continuar tutelados por otras corrientes que impongan, por más que sean cuestiones propias, tampoco nos parece liberador.

Tal vez si quiera creamos en tal término. El no dar sentido, el no sentirnos bajo esa dialéctica del amo y esclavo, nos posibilita aquello que se expresa en ciertos movimientos territoriales que bajo categoriales academicistas pueden ser tildados de indigenistas o precolombinos, sin embargo para nosotros, puede resultar como lo pretendido; para este texto, para esta circunstancias y para todas; Que en un mundo quepan todos los mundos. Esta es la definición por antonomasia de lo que consideramos Latinoamericanismo, independientemente cuánto tenga que ver con la versión histórica o, paradojalmente, instituida del movimiento de cuya semántica nos sentimos parte.

De esto trata nuestra verdadera encrucijada democrática, nuestra gobernanza, nuestra cosa pública, nuestra aporía, nuestro desafío o consenso infatigable, como para otorgarnos una posibilidad de cierta libertad, más allá de las tutelas que seguimos arrastrando desde los tiempos de la conquista, que se vienen perpetrando, desde el látigo academicista entronizado vía la dialéctica del amo y del esclavo. Escenificada en este tutorial democrático, que nos insta al voto, al sucedáneo violatorio de que le introduzcamos el falo machista, a la vulva o urna electoral, que escojamos, que cojamos, que penetremos con nuestra no elección, el bofe que ha quedado, como supuesta experiencia democrática.

Así como el eurocentrismo, es esencialmente un occidentalismo, que se pretende amplio (como toda su historia o razón de ser de feroces y violentas conquistas) y que en esta etapa, esa amplitud se trasviste de laxitud, de liquidez, de plasticidad, de contorneos democráticos, en verdad nunca ha dejado de ser un eterno retorno de las Guerras Médicas, que enfrentaron a Persia y Grecia, sucediéndose en las extensiones del imperio Romano, de Oriente y Occidente, en el desarrollo del Imperio Mongol, en las cruzadas medievales, en lo que se conoce como choque de civilizaciones y en los actuales desafíos que propone el terrorismo atravesado por un arropamiento islamista-oriental, antioccidental.

En aquel origen de la disputa, la segunda de las guerras médicas, generó la recordada batalla de las Termópilas. Además del triunfo épico, dada la clara desventaja numérica, en tiempos donde el número era más traducido a algo real que en la actualidad;   “Los griegos contemporáneos vieron las Termópilas como una lección moral y cultural crítica. En términos universales, un pequeño grupo de hombres libres habían luchado contra un inmenso número de enemigos imperiales que luchaban bajo el látigo. Más especialmente, la idea occidental de que los soldados decidían dónde, cómo y contra quién luchaban contrastaba con la noción oriental del despotismo y la monarquía - probándose la libertad como la idea más fuerte ante la mayor valentía mostrada por los griegos en las Termópilas, atestiguada por las posteriores victorias en Salamina y Platea” (Víctor Hanson, article 1 de octubre de 2006)

En alguna de nuestras elecciones, libradas en nuestros vastos latifundios, un pueblo, en su accionar directo y pleno, o representado por unos pocos, librará la batalla (de aquí que se conserve los términos militares para la acción electoral, a pedir de Carl von Clausewitz. «La guerra es la continuación de la política por otros medios») de sentido, la disputa democrática, la pelea por la cual los pueblos que vemos el sol desde esta perspectiva hemos sido y somos un pueblo determinado y característico. Esa será nuestras Termópilas, en donde probablemente, lo único parecido o semejante, sea tal como refleja también la disputa bíblica de David contra Goliat, retomada luego para evitar otra tiranía en nombre de la religión o “Del mosquito contra el elefante”, que el número, que lo mayoritario, que lo imposible de conceptualizar como no dominador, en su infausta como impetuosa solidez y arrogancia de la supremacía, caiga vencida por el grito estentóreo de una reivindicación libertaria que se haga lugar como posibilidad de un mundo dentro de todos los mundos. 


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