20 de mayo de 2017

Adorno, está de adorno o del ninguneo a la crítica o de la orgía de la felicidad.

Theodor Adorno fue un Alemán (como la mayoría de las palabras autorizadas por el germanocentrismo que cada tanto se amplía al franco-germanocentrismo o en su defecto al eurocentrismo, agregando algún residuo satelital sea Italiano o Español) que junto a otros intelectuales, continuadores de Marx (suponga en caso de que no lo sepa, su nacionalidad), mediante la llama escuela de Frankfurt, establecieron teorías sociales como la teoría crítica, que podría sintetizarse en la siguiente definición: "Pensar es antes de cualquier contenido particular, negación, resistencia a lo que le ha sido impuesto". Pese a los esfuerzos, por filósofos enrolados en Cambiemos, como el de Alejandro Rozitchner que posee una escuela de pensamiento o emotividad que no concuerda con esta posición del pensar indiscernible de lo crítico, y de las críticas que le han valido sus últimas declaraciones con respecto a esto (sobre todo de los círculos que se consideren críticos, al punto de sentirse dueños de tal criticidad), lo más certero en cuanto a descriticar lo critico, es precisamente no considerarlo, ningunearlo, obviarlo, desviarlo, llevarlo al corpus de lo tangible, que siempre se termina por traducir en la adquisición de la felicidad. Por esta razón, en los sectores que no han caído en la pobreza, ni en la vulnerabilidad de las inundaciones, pega fuerte, exitosamente, las charlas que se organizan por parte de actores, economistas, médicos, deportistas o cuanto talentoso anda dando vueltas, para que nos cuente de su éxito, que siempre será su felicidad, su notoriedad, su fama, su cuenta bancaria en aumento. El problema con esto, sin que sea una crítica, es que para que esto reluzca, se note, brille, sea refulgente, ni el éxito, ni la felicidad deben ser para las mayorías, sino por el contrario, deben ser solo para minorías de forma tal, que las mayorías las deseen, las ambicionen, las clamen, las pidan, pero nunca las tengan, dado que sí tal cosa llegara a ocurrir, habría que inventar otra necesidad de cosa que no tengan para que se sientan atraídos o interesados en tenerla.

Nada es más atractivo que traer, pago mediante claro está, algún talentoso que la haya pegado en Buenos Aires. Sí paso por una universidad mejor y sí le suma estética (sobre todo en hombres ese look metrosexual europeo de pantalón chupín y camisa pegada al cuerpo esbelto y que denota gimnasio o como se llamen esas bifurcaciones que terminan en un musculoso haciendo que otros que pretenden serlo alcen ruedas de tractor) sanseacabó, evento consumado. Por más que suene contradictorio, el consumo de este tipo de reuniones, de talleres, de encuentro o como los llamen, liberan en serie, una mecánica que apunta a lo mismo. Usted puede ser feliz, pese a no ser como ellos. Usted puede ser feliz, sin tener sus ingresos, sus condiciones de celebres o de notables, o sus múltiples posibilidades de hacer con el tiempo lo que rayos se le ocurra. Usted como ellos, van al baño, tienen una tía con problemas a la que podrían tomar de la mano y leerle un cuento de Chejov, adoptar un perro en vez de comprarlo y cambiar de canal cuando le hablen de algo triste, por más que sean los índices de pobreza de su país, de su ciudad o de su barrio. Sí su vecino no tiene para comer, algo no habrá hecho (antes era por la  positiva) para esta en tal condición, y sí usted se involucra, estará haciendo ingresar cuestiones tóxicas a su vida.

No mucho más que esto, encontrara en tales mítines de; sonríe la vida es bella, pero claro, una cosa es leerlo en el jacobinismo de estas columnas y otra es escucharlo en los labios de un actor que pasado los cincuenta esta fuerte tanto para las damas como para el caballero.  Sí el economista tiene apellido de parte de cuerpo femenino, tal circunstancia de la cual habrá sido víctima en la infancia de lo que ahora es bullyng, servirá para que se rían con él, que al final de la charla, tendrá un motivo concreto, especifico y puntual para estar alegre, contento y feliz. Su cuenta bancaria habrá aumentado y la suya no. Pese a que en tal charla le diga que el dinero no hace la felicidad, gratis no le estará diciendo eso, tampoco colaborará ni con los inundados o los marginales o sí lo hace, lo hará comprando un pack de leche en polvo, para después aparecer en las fotos haciendo el donativo, que le retribuirá mucho más de lo donado.

Pero el sentido de estas palabras no tiene que ver con reivindicar la crítica, tal como esgrimiera Adorno y los suyos, a los que los de ahora, en vez de criticarlo, lo dejan de adorno, sino el revelar que lo mejor que podemos construir, es la posibilidad de normalizar la crítica, que no sea el patrimonio de los critican ni que tampoco sea el reducto de quiénes hacen y piensan que jamás podrán ser señalados como los equívocos.

En el campo político sobre todo, desde un cargo, desde la posibilidad de ser gobernador incluso, desde el manejo de fondos públicos, uno puede estar equivocado en una política, en organizar una charla, en errarle el vizcachazo en algo. Decirlo no debería ser ni tan anormal, ni tan raro, ni mucho menos jacobino. Menos que este señalamiento, valga al señalador, por parte del señalado una cruz, una tacha, un punto negro en su consideración.

Estas mismas palabras pueden estar equivocadas, sometemos a crítica todas y cada una de las manifestaciones aquí vertidas, sin embargo, a lo sumo le darán lo mismo que a T. Adorno, la blasfemia de reducir una expresión de la reflexión al paso de un viento huero, en el que no deja nada, siquiera el susurro de cómo ser feliz en tiempos en donde todos dicen cómo lograrlo y conseguirlo al mismo tiempo que cada vez son menos los que se sienten cercanos a una experiencia de felicidad plena.

 

 


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