La orfandad del soberano.
El destino o quién sabe qué cosa otra, puso al hombre a caminar por calle San Martin en dirección contramano hacia la intersección con calle Paraguay, en ese andar o caminar le toca ver desde metros antes como una pequeña juega en la vereda haciendo movimientos raros con sus pies sobre el piso, de esos juegos que sólo los niños entienden como si fueran ecuaciones algebraicas incomprensibles para los ojos de los adultos. Ni bien el hombre va cruzando por al lado del padre de la niña escucha que este le dice ¡Hija, no hagas eso en el piso con la zapatilla que se va romper y no tengo para comprarte otra!
El hombre se detiene, se petrifica en la vereda, como si algo golpeara su cabeza y provocara aturdimiento, un dolor inaguantable, claro, el hombre estaba siendo testigo de la realidad material de la vida y no del producto envasado que vende el periodismo alcahuete y esclavo de si propia degradación. En la corta pero contundente exclamación del padre a la niña se resumía el fracaso del sistema político, amparado por el artículo 38 de la Constitución Nacional, basta darse una vuelta por cualquier ciudad del país para comprender lo profundo del pozo al que fuimos arrojados maniatados para no poder salir de ninguna manera, mientras de arriba observan no más de cinco crápulas con una soga en la mano balanceándola, para que los de abajo la vieran y se pelearan por tomarla, esa es la descripción grafica de lo que se entiende por democracia en los últimos 34 años, algunos iluminados le dicen ejercicio cívico cada dos años, como si fuera un llamado para ratificar la existencia misma de la “democracia” o como quien visita al pariente que tiene metido en un geriátrico a solo efecto de comprobar in situ que todavía vive.
Algunos más temerarios, decididamente jugados a la hora de lanzarse, piensan categóricamente que el Estado es botín que se reparte a través de la democracia como ejercicio cada dos años, lo confiesan con la frase “ahora nos toca a nosotros”. ¿Les toca qué? En realidad lo que quieren y lo dicen en un suave backgtounds, es empuñar la lapicera que los trasforma de la noche a la mañana en deidades, semi-dioses al mejor estilo homérico. .
La democracia no puede ser otra cosa que la forma purificada del acto del habla, pero ese acto para que sea democracia y no monologo debe ser permitido en las asambleas, legislaturas, ministerios y no ser monopolizado por representantes que tutelan las necesidades e ideas de los ciudadanos bajo y por parámetros puramente cuantitativos que arrojan la acumulación de boletas, muñidas de listas sabanas en las urnas que despiertan cada dos años calendario, es requisito esencial para la democracia que el acto del habla sea del soberano, de los ciudadanos, sin intermediarios pues, si ello no ocurre, estaremos en presencia de cualquier otra cosa menos democracia. En definitiva, la democracia es el acto del habla en los recintos públicos de cualquier ciudadano y las decisiones que de ahí surjan deber ser colectivas y no exclusividad de facciones partidarias que juegan infantilmente a las matemáticas.
La modernidad llevó a que los sistemas políticos superpongan su fuerza en desmedro de la democracia y en un flare-up lo que fue sucediendo es silenciar el acto del habla del soberano sustituyéndolo por un desconocido, ungido de prerrogativas que no le corresponden por derecho natural, haciendo así eficaz al sistema político y deslegitimando a la democracia misma que dicen practicar. Delegamos todo al sistema, entregamos todo, el soberano se extinguió y como los esclavos traídos de África en un work song, cantamos las penurias que el entramado jurídico-político nos deja cada día de la semana, en un seat de murmullos no encontramos salida, seguimos metidos en un pozo con los cinco sabios que desde arriba, balancean las sogas para que podamos escalar hacia la luz o la usemos para ahorcarnos.
Por Carlos A. Coria Gracia.
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