El valor de verdad y los problemas actuales.
En tal ordenamiento de la sociedad, es decir en el maridaje de la política con la religión, la disciplina emergía, militarizada, estandarizada, enarbolando esa verdad como regla, como norma, como ley, como sentencia. Nadie más debía encargarse de la verdad, que ya funcionaba como un fetiche. La política siguió en su afán de prometerla, de popularizarla, de extenderla, a sabiendas que tal cosa jamás ocurriría, pues no estaba dentro de sus posibilidades. Tal como la religión, que dentro de sus cismas, escisiones o disputas intestinas de poder, jamás puso en juego, ni tampoco pondrá, su valor de verdad ultraterreno o su valor de no verdad en esta tierra, que es lo mismo.
La ley, el orden, fueron utilizados en distintas épocas de la historia, por diversas manos (las que se encargaban solamente de la política, de la religión, de la finanzas, de la industria, de los negocios, en simbiosis o en círculos de estos selectos grupos, que por otra parte, han sido los artífices de todas y cada una de las revoluciones que conocimos en el mundo, a los únicos efectos de pertenecer y alardeando la representación de otros que jamás integraron) con la única intención de imponerse, sin que el valor de verdad, se interpusiera en sus objetivos de continuar favoreciendo al status quo, por el actuaron, so pretexto de formalidad, para sostenerlo, una y otra vez.
En las grietas o hendijas que un engranaje tan cohesionado y preciso, como esto mismo que es llamado sistema, por quienes creen ser sus más conspicuos adversarios y no son más que sus estrellas más rutilantes, sus excepciones que confirman la regla, las aceptaciones democráticas a tales y supuestas amenazas declamativas, se filtran sin embargo, algunas resquebraduras que son al menos interesante observarlas.
Tal vez con cierta finalidad o con mera finalidad artística, en donde este ejercicio de observación privilegiada de seres aburridos del aburrimiento le pretenden buscar una mirada distinta a la aureola de un pezón o a un prepucio, dejará de ser arte el poder pensar en un valor de verdad, dado que la teoría del arte no lo establece dentro de sus cánones y los artistas, como su público, se consideran subversivos por ver un sorete en una maceta, sin que tal observancia les haga referir que tal es tal imagen sea la de ellos mismos y sus cuentas bancarias.
Lo cierto, sigue siendo que moriremos, por más que las distintas manifestaciones de la psicología del pensamiento de la nueva era o las manifestaciones más de moda acerca de vivir de forma políticamente más correcta no lo sugieran.
El veganismo metafísico que nos indica que nuestros niveles de stress o de energías negativas aumentarán en caso de que pensemos en la muerte, pasa a ser un accionar despiadado de los que operan en la no verdad. Estos mismos, impulsados por el poder, cuando da cuenta de que se pueden pensar las resquebraduras o las hendijas, se dirigen entonces también contra la cultura profundamente entendida, y como siempre con la filosofía. Ser seres para la muerte o definir sí la vida tiene o no sentido vivirla, pasan a ser definiciones, de dos poetas, más que de dos filósofos, uno nazi y el otro pro colonialista en contra de sus propios orígenes, agregaran, furibundos, los agentes intelectuales a la caza del pensamiento, los cancerberos del orden, prestos a actuar, con sus manuales atiborrados de respuestas para preguntas que no necesitamos proferir. Tal como la mayoría de los habitantes de esos poderes ilegítimos que imperan sobre la cosa pública, y la amoldan a sus más facciosos y vanos intereses, en nombre claro de un valor de verdad que reina como algo que está fuera de toda discusión, dado que nunca se lo ha puesto en discusión. El valor de verdad está escondido, porque no existe plafón como para que podamos tratarlo con un logos en donde intervengamos con un mínimo de criterio humano.
Que un grupúsculo de privilegiados que tenemos la posibilidad de garabatear conceptos expresemos que nos puede interesar o nos debería interesara la verdad, mientras millones, en nombre de ese valor de verdad, que se trata de no mostrarse, para que no se la discuta, siquiera se la busque, universalizada en la miseria de sujetos que no comieron, no comen, ni comerán mañana, es el reflejo, la síntesis, de que nos sigue importando un cuerno tal verdad, dado que es casi imposible que la hablemos en las condiciones señaladas.
Limpiando lo metodológico, nos interesa tanto la verdad como nos ha interesado la filosofía por la filosofía misma, sin que sea óbice para justificar sistemas de poder o darle contenido a dogmas que proponen una teleología incomprobable. Nos interesa tan poco la verdad, dado que es reconocernos en nuestra limitación perenne, terminal, en nuestra condición de humanos la que caducará, inevitablemente.
El valor de verdad es inversamente proporcional a la posibilidad de ser felices. El problema es que para justificar nuestros anhelos, deseos y motivaciones, o tenemos que poner en juego nuestra propia vida (que es finita, que se acaba, que sólo sucede una vez) sin que nos interese la otra (esta es la explicación más lógica de porque la religión es tal) y de allí es que, nos impongamos mediante estas verdades, que son representaciones de nuestra voluntad y transformemos la vida en un vodevil de no verdades que las tratamos de hacer pasar como tales, para no morir en el intento de obtener lo que queremos y por temor a enfrentarnos a esa muerte.
Ninguna de las fuerzas que se muestran las bombas o que se exhiben en sus fuerzas militares en caso de que las usen, necesitarán esgrimir verdades. Si tal cosa ocurre, es porque nos hemos privado, por miedo y terror, a tratar las verdades más ásperas que desafiaban nuestra condición humana. Acabaremos en la estampa de un sonido que no permitirá logos, que será lo mismo que la larga agonía de privársela a quiénes no pueden comer y a los que tienen miedo de usarla. Una lástima, una pena, algunos pensábamos alguna vez que los humanos estábamos para otra cosa.
Por Francisco Tomás González Cabañas
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