15 de abril de 2017

En Busca del Guaraní Bendito.

Los movimientos en diferentes frentes políticos, las declaraciones subidas de tono y los conciliábulos varios, obedecen a una sola razón de peso, un puñado de dirigentes políticos se disputan la bendición, para sí mismos, que realizará el Gobernador, ungiendo a su hombre en la provincia, que lo suceda capaz de administrar nuestro terruño, y sin que tropiece con la misma piedra de elegir, a quién lo desconozca una vez en la poltrona del poder.

Asistimos a la lectura de un relato muy similar al redactado por Gabriel García Márquez, en su obra “Crónica de una muerte anunciada” (desde el comienzo del texto todos sabían que el protagonista iba a morir, menos la víctima), alguien, necesariamente del partido oficialista, se sentará en el sillón de Ferré, por obra y gracia de la mentada bendición que se traducirá en la cantidad necesaria de votos para cumplir con un artículo de la constitución. En el caso de que triunfe la oposición la situación no varía demasiado, dado que el candidato oficializado, se hizo tal, también mediante una bendicíon, en este caso en el orden nacional, y pese a haber perdido una elección a gobernador y no haber ganado ninguna interna para erigirse en candidato, allí estará como el resabio de aquella bendición nacional que perdura y la presente que se presentará desde el poder provincial.

 

Tampoco será tan burdo y sencillo como se lo puede hacer ver, toda novela tiene una trama medianamente compleja, que la hace atractiva al lector, y cuando lo novelado se vuelca a la realidad del día a día, surge lo inesperado, lo imprevisto, lo que no se puede manejar, bastará recordar lo sucedido con la trágica muerte del bendecido políticamente y desafortunado Ruben Darío Casco. O el bendecido posterior que fue enjuiciado políticamente o el otro que reino cuatro años y huyo del poder, muerte mediante.

 

Esta crónica, reiterativa, que redacta el poder, colocará un gobernante, que llegará por la fuerza omnímoda de la bendición. No existe margen, posibilidad o interés que lo político o la política pase por otro lugar que no sea el señalado. Salvo la formalidad democrática, que nos hacen optar por cuál de los dos bendecidos debemos elegir.

 

Más allá de los siglos transcurridos, de la conquista española y del mestizaje, los que manejan los hilos del poder político de la provincia, no pueden negar que mantienen dentro de su linaje, sangre guaraní. Para la etnología,  que se encarga del estudio de la forma de vida de los pueblos, los individuos y su cultura, los guaraníes que habitaban parte importante de nuestro suelo, en el Siglo XVI,  ostentaban la tenencia de esclavos dado que otorgaba  prestigio social y cierto poder político.

 

La peculiaridad de esta cultura, según los entendidos, es que el prisionero podía convivir una larga temporada con sus captores, le entregaban tierras e incluso podía casarse y usualmente lo hacía con una hermana o hija de su dueño, y a pesar de que este matrimonio era de corta duración, pues al fin debía ser sacrificada la víctima, era un honor para su muchacha ser su esposa, y si había habido hijos de este matrimonio, debían ser sacrificados con el padre. Los esclavos tenían casi iguales derechos que los hombres libres; recibían un trato familiar, ya que vivían bajo el mismo techo que sus dueños, aunque su fin no fuese halagüeño y la espera desagradable.

 

Ya no se atesoran esclavos, para sacrificarlos a los fines de otorgar una prebenda a las fuerzas mágicas como antaño. Desde hace unos años a esta parte, se reclutan delfines políticos, conservando los preceptos culturales esclavizantes, y los hacen competir entre sí, para escoger al ganador de la contienda y llevarlo al rito de la bendición, con el cacique mayor o el capanga, que en el sincretismo cultural y con el transcurso de los años, deviene en la figura del primer elector.

 

Nobleza obliga, habría que reconocer que quizá se conozca este mandato cultural de hermanarse con los esclavos y de cumplir con ritos de bendición, hace algunos años se oficializo el idioma guaraní.

Y por más que los jesuitas, trayendo el catolicismo a estas tierras, hayan sido expulsados, por una bifurcación de sus enseñanzas y de sus perspectivas de poder (de todas maneras regresaron, y directo a la cúspide mediante Francisco) dejaron tras sí la práctica general de quiénes profesamos, religiosa o culturalmente, el catolicismo, que estampa en el calendario las pascuas como la muerte y resurrección de Cristo, para que las roscas, las que se comen como las que se hacen en la política, devengan en el sacrificio de todo un pueblo por sus líderes providenciales, subsumiendo la bendición guaraní que se esconde detrás de un frondoso huevo, que es el símbolo de lo nuevo, por más que nunca sepamos sí fue antes o después de la gallina.

 

 

 

 


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