La democracia prostibularia (somos las prostitutas del Café Photo de San Pablo).
La metáfora es contundente en relación a nuestras democracias actuales. Los representados somos penetrados, cosificados al punto de alquilarnos, para saciar el placer subjetivo de los representantes. Sus fluidos eyaculatorios, circundan nuestros orificios varios, que debemos tener al cuidado y prestos, cuál urna convencional, que aguarda en su abertura lasciva, en su hachazo geométrico, dejarse ser ingresada por el voto, resguardado por el sobre, cual forro protector ante la venérea o el embarazo no deseado, que consagrara el clímax, el grito furtivo del acabose democrático, en donde el goce pasa por privar el otro de la reciprocidad orgásmica, de forma tal de que en tal privación, las leyes de mando y obediencia queden en claro, los tiempos programados, el presente efectivo y real para el acabador y la promesa y el futuro incierto para el acabado.
El club, la whiskería, el garito, el prostíbulo o como se quiera denominar es el espacio público. Sí bien existen leyes, normas, códigos, todo lo que aparece como definición semántica, como campo teórico, no arriba como traducción en la arena de lo cotidiano. El ordenamiento, es más una sensación, un subproducto de lo abstracto. Las verdades a las que remiten esas correspondencias, son solo en el concierto simbólico, en los hechos, mero desconcierto. Es decir creemos que está mal matar o violar, pero cuando tal cosa se perpetra, la penalidad que disponía la ley, se difumina, se dispersa, en ese transitar, se pierde en ese laberinto Kafkiano, y se ejecuta, casi desaprensivamente, con el resultante, plenamente alejado entre lo teórico y lo práctico, acendrando la brecha entre lo que debería haber sido y lo que fue.
Las reglas sin embargo, tal es la modificación que ha instaurado lo democrático, sobre todo tras la caída del comunismo, es que en el digno ejercicio de alquilar nuestros cuerpos, de prestarlos a cambio de algo, o de someterlo como un bien de cambio, estamos eligiendo en plenas facultades libertarias el desempeñarnos de forma tal ante la vida. El gran logro, lo recalcamos, es que además de putas dignas, invertimos o subvertimos la noción del poder, tal como el soberano que elige a sus mandantes, o los ciudadanos que elegimos a nuestros empleados que nos gobernaran por un determinado período, previamente acordado.
En este prostíbulo democrático, no por casualidad, también en Brasil y en San Pablo, se dio en los ochenta la experiencia futbolística de la “Democracia Corinthiana”, liderada por Sócrates, un modelo de autogestión dirigencial como deportiva, se garantiza la liberta de la puta, del gato (Zizek relata, que le han comentado que es una experiencia clasista, de allí que usemos la categoría gato que sí bien hasta no hace mucho en Argentina se usaba para señalar a la prostituta de nivel, la caracterización gato, devino en señalar al más débil, al más dependiente o sirviente de una población carcelaria, en la actualidad es usado incluso como insulto político) una libertad, a todas luces, ficta, por no declararla perversa. Puertas afuera del prostíbulo, la prostituta no ganará ni el diez por ciento de lo que ganaría adentro, en cualquier otro trabajo. Por tanto esa libertad, más que relativa, esta conculcada. Lo mismo les ocurre a las comunidades occidentales, cuando se le dice que cada dos años, es libre de votar a quién desee. No sólo que están condicionadas por las propias leyes (el poder legislativo otorgando el monopolio de la representación a los partidos, o estableciendo sistemas de elecciones internas que no se cumplen o que devienen en última instancia en la elección de un todopoderoso que unge a los que desea) por las ejecuciones de las mismas (el poder ejecutivo que en tiempos electorales otorga más publicidad a los que medios que se muestran como sus partidarios, mayores recursos en contante y sonante para sus adeptos) sino también por el principal de los poderes que sostiene este andamiaje de la democracia prostibularia. En el mismo libro citado, el esloveno Zizek, narra que en su país el Tribunal Constitucional en diciembre de 2012, frenó un referéndum para que la población se expresara acerca de una política económica clave. El crítico de cine, tal como venimos sosteniendo, sin advertir que es el eje principal, señala la limitación que el poder realiza desde el judicial a la ficción democrática. Sí el día de mañana los ciudadanos de cualquier país, deciden acudir a sus tribunales en forma masiva y sincronizada, para enjuiciar a los políticos que no cumplen sus promesas, a cuestionar la brecha entre la teoría y la práctica, entre la letra de la ley y su traducción con la realidad, por no decir que cuestione fundamentos que damos por hecho como naturales que no son tales: por ejemplo la supuesta igualdad en el número del voto para un ciudadano en el que el estado estuvo presente en su educación, en su salud en brindarle posibilidades laborales y para quiénes no, o en el patrimonio exclusivo y excluyente de los graduados en leyes, para litigar o reclamar ese servicio público de justicia, los resultados serían a todas luces, escandalosos. El judicial, correría su velo y se mostraría tal cual es, un poder, el principal poder que sostiene los privilegios de unos pocos, para someter a derecho al resto y disciplinarlos con la posibilidad de castigo o penalidad en caso de que lo desafíen, subvirtiéndolo o intentándolo.
Para volver a la metáfora, las putas creen elegir, cuando en verdad no tienen otra chance. Tal como nos sucede en la arena electoral, en el campo político, en la democracia prostibularia. Nos terminará dando lo mismo que nos penetre el rubio o el morocho, el joven o el viejo. Ni siquiera se trata en qué posición sexual nos sodomice o las proporciones de su miembro, ni si quiera si lo llega a usar. El uso que hacen de nuestro tiempo, de nuestra atención, la posición pasiva (que intenta ser hábilmente invertida, tanto en el prostíbulo de San Pablo, de allí que se distinga de cientos de miles de lugares en donde la actividad es la misma, como en la democracia donde es el gobierno del pueblo, delegado en unos pocos que son los mismos) rogante, disciplinante, y por sobre todo el resultante es lo determinante. El clímax, el goce, el polvo, el placer, (traducido en la metáfora política, los mejores sueldos, las mejores posibilidades, el acceso indeterminado a bienes, los privilegios, las prerrogativas) son para los acabadores, los acabados, en el mejor de los casos nos quedamos con algunos pesos, con algún mendrugo (en los ámbitos más marginales los votantes se quedan con bolsas de mercadería, vales de supermercados, colchones, chapas, bienes baratos que galvanizan la práctica institucionalizada de la prebenda o el clientelismo electoral) cuando no, con la promesa de que seremos amados, rescatados del prostíbulo, que tendremos la posibilidad de llevar otra vida eligiendo otra manera de ganarnos los recursos que nos posibiliten el ejercicio de la elección bien entendida. Estas son las condiciones esenciales, de lo que damos en llamar “El acabose democrático”, un escenario en donde o acabamos todos, en el sentido orgásmico o de placer real, o terminaremos todos acabados, en su sentido lato.
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