7 de abril de 2017

Estúpidos, es el poder judicial.

Sí cada uno de los que no pertenecen al círculo áulico del poder, imitaran las acciones de quiénes forman parte de la elite privilegiada, la historia sería además de diferente, más entretenida. Pero claro, los holgazanes quieren replicar los beneficios que otorga el poder, sus consecuencias, pretenden el resultante de administrarlo, más no así como se llegó a tal lugar o que acciones tuvieron que realizar para gozar de tales privilegios. Desde el seno del poder político, una de las líderes principales del oficialismo, arremete contra el Presidente de la Corte Suprema de la Nación, mientras la prensa unitaria de capital federal se consume en un clímax venal por la supuesta refundación de la República Federativa del Brasil por parte de un juez que terminara como su par que cayó de un avión hace poco, o como el afamado del mani pulite Italiano, o que en el mejor de los casos será fagocitado, por la contradicción manifiesta, por el oxímoron que pretenden institucionalizar de que el poder judicial existe para algo más que para blindar, para cercar la posibilidad de que sea otra cosa el actual sistema, que vende, sugiere, promete, serlo, pero nunca lo será, por su propia definición conceptual y por sobre todo, por su naturaleza jurídica, que es ni más ni menos, que lo único que protege el poder judicial.

La crisis política, que en verdad es la crisis de los políticos, dado que los pobres, marginales, casi que no precisan de esa “civilización” de ese ordenamiento jurídico, los bolsones en donde reina la pobreza no se regula por ningún código, viven de hecho en lo que algunos contratistas llamaron estado de naturaleza, agudiza su descomposición, dado que es tan grande el desconcierto, provocado por el temor, germinado por la holgazanería de abandonar el  pensar y el razonar, que amenazan, producto de sus actos suicidas, de implosionar el mismo sistema que los tiene en la cúspide.

Cada tanto desde aquel universo marginal, algún comunicador, casi sin saberlo, sin quererlo, relata, algún tipo de ajusticiamiento que se produce allí, intramuros en esos archipiélagos que huelen feo y que saben peor, para ellos es en verdad un movimiento de equilibrio social, del antiguo concepto griego de “sofrosine”, el que acontece, sí es que ocurre algo, tipificado para nosotros, como delito. No tenemos los elementos para decir sí moralmente eso está bien o mal, es decir esa justicia cercana a una ley del talión, quizá tendría que ser más un tema para la academia, el evaluar porque su sentido de justicia, requiere, por sobre todo de inmediatez, algo que no le ofrecen las religiones que dicen profesar, y que fueron abanderadas de las colonizaciones sobe estos colectivos, ni el ordenamiento jurídico, de la sociedad civilizada, que le habla de palabras, de argumentos, de leyes, normas, abogados, plazos, expedientes, y sobre todo de jueces, destinados a fallar, y que cobran por ello, lo que jamás estos verán ni en sueños.

Este poder ilusorio, que no le sirve, ni tampoco ha sido requerido por los que menos tienen y los que más son, existe a los únicos efectos de garantizar por la fuerza la existencia de la política en sus brazos ejecutivos y legislativos. La figura no es casual, ambos poderes, son apenas las extremidades, el corazón, la columna vertebral, los órganos sensibles, están protegidos, guarecidos por el poder judicial. Esta es la única razón, por la que el actual sistema político-institucional, sigue sobreviviendo, de hecho, cada tanto, en alguna revuelta, este leviatán, pierde alguna extremidad, que luego será regenerada, pero no termina de caducar, o de fenecer, precisamente, porque nadie aún atacó sus puntos neurálgicos o el talón de Aquiles de la institucionalidad actual.

Esta observación no es producto de ningún acto de magia, ninguna iluminación sobrenatural opera sobre el humilde escriba, mucho menos la guía podría ser una suerte de capacidad más allá de la media, o cualquier caracterización que pretende precisamente ello, caracterizar para alejar el análisis de la masa, de las mayorías por las que opera, casi impunemente.

Esta observación es producto de observar, valga la redundancia, el camino de los poderosos, tan simple y efectivo como ello. Claro que evitamos una trampa, un engrampado en el que cayeron muchos. Sus excentricidades, sus lujos y acopios materiales, tienen como finalidad despistar. Saben que los débiles de espíritu, caerán, sin ton ni son, en ser como ellos, para comer como ellos, para vestir como ellos, para vacacionar como ellos, para emborracharse como ellos, para caer en sus vicios, en sus placeres y vencer a la inmortalidad o al aburrimiento, bajo esta falsa opción.

Por supuesto que es más fácil decirlo, sí es que uno tuvo la oportunidad de aprovecharlo y decidió que no, tal vez, sí uno en un determinado momento se encuentra con esta posibilidad, sin que nunca antes la haya tenido, probablemente acceda a tal trampa, dado que no habrá cultivado la fortaleza interior como  para darse la chance de elegir, haciendo uso de esa libertad, sin estar condicionado por la opción, pero el azar opera de maneras insondables, insospechadas como infundadas.

Cómo en todos los procesos generales, los síntomas se pueden vislumbrar tanto en la parroquia del barrio como en el Vaticano. Urbi et orbi, es la bendición que emana desde nuestras democracias institucionales actuales, en donde, los principales actores políticos de los poderes accesorios, van a hurtadillas, o en caravana, rogando o clamado, las formas metodológicas, varían en cada urbe y le dan el calor y el color, provisto por las luces de los diferentes medios de propagación (no de comunicación) de cada país o ciudad en cuestión, hacia el corazón del sistema que es el poder judicial.

Lo oculto, la trama, es que sólo ellos acuden a ese poder. Sólo a sus asuntos le prestan debida atención, pronto despacho. La noción con la que instituyeron esa justicia, no sólo que no es universal (de hecho va en contra de amplias manifestaciones culturales y hasta de cierta naturaleza, la necesidad de ser compensados por un acto que nos desbalancea, debe ser una reparación, antes que justa o exacta, más bien inmediata, o al menos rápida, pero nunca como la imperante, discutida, apelada, aplazada) sino que además es antidemocrática (no se eligen en la mayoría de los lugares a sus jerarcas por voto, ni tampoco están sujetas a consideración popular al estilo de audiencias públicas, referéndums, o manifestaciones participativas que sobreabundan en los otros poderes)  y como si fuese poco, es el único poder que requiere de especialistas matriculados para que desanden sus pasillos y ejerzan la autoridad del reclamo o pelito.

¿Imagina usted, sí el día de mañana se establece en los poderes ejecutivos del mundo que sólo podrán acceder a los más altos cargos, los matriculados en ciencias políticas, o en administración o la profesión que rayos fuere? ¿Y se imagina, sí el día de mañana, el legislativo determina que el 20% tiene que estar integrado por peluqueros, otro porcentaje similar por enfermeros y así en una lista arbitraria, justificada por algún libro de ensayo de algún autor excéntrico?

Bueno, imagíneselo, porque esto ocurre con el Poder judicial, y usted allí en su ordenador, en su computadora, leyendo cómplice en su comodidad, esperando, rogando, implorando, que el sistema no lo precise para disciplinarlo, en el mejor de los casos se resignará, y como es un sujeto de fe, seguramente creerá que el sistema lo puede tocar con su vara, integrarlo, de allí que la matrícula para abogados siga siendo la más populosa.

Lo volvemos a expresar, leyendo y releyendo, a los popes más poderosos de la política vernácula, la parroquial municipal, provincial, como la nacional, como la latinoamericana. Como la internacional. Es urbi et orbi, ya se lo dijimos, es el corazón del sistema. Usted quiere algo diferente, lo empieza a tener servido en bandeja. Demande, reclame, peticione, denuncie, exprésese ante el judicial, multiplique la acción, desde la ilegitimidad de sus miembros, hasta exigirles que se manifieste formalmente del porqué del abismo entre la  teoría, es decir las leyes u las normas que a ellos los beneficia, y la realidad o la práctica. Atestar los tribunales, para probar que el servicio de justicia es el mejor de los relatos que nos hicieron creer para que creamos el resto, lo subsiguiente.  

Usted no lo va a hacer, en cambio ellos, a los que sostiene el poder, lo hacen y mientras usted lee, lo siguen haciendo, esa es la diferencia, confórmese con lo que venga después de la vida, lo ultraterreno, allí donde los cantos de sirena, como la democracia real, como la justicia, son música para sus oídos, este mundo no es para usted, es para ellos. Y no se trata de una lucha de clases, como desde otros ámbitos sectarios le hicieron creer.

Se trata del concepto, de cómo legitimar o trasladar, en metáfora, en código, en organismo institucional que la última ratio no sea la violencia, se lo adelantamos, hacia donde tiene que apuntar su reclamo, su queja, su revuelta, su revolución. Después me dirá como le fue, lo único no sea injusto, y concédanos el crédito de habérselo hecho ver.

 

 Por Francisco Tomás González Cabañas


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