2 de marzo de 2017

Entregar la Democracia para rescatar la política.

“No es signo de buena salud el estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma”. Jiddu Krishnamurti. Sí a usted, aún le cabe alguna duda, le despierta cierto resquemor, el que se pregunte cuál es el grado de salubridad de nuestra democracia, haga el simple ejercicio de preguntar a alguien que esté por encima del nivel de pobreza, la llamada clase media o los sectores independientes, y consúltele por la política, por los políticos y tendrá una respuesta unánime. La misma, paradojalmente, es distinta de las que podrá obtener en los sectores más postergados, y marginales, en los bolsones en donde aquellos han perpetrado más vejámenes incluso que en los sectores de clase media, sea por la resignación cultural, por sostener dogmáticamente la fe como único recurso, o por no tener la posibilidad de ejercer el pensamiento libre, los pobres, son los que aún creen en un sistema que se sostiene casi inercialmente. Lo gravoso, no sólo es que quiénes han tomado la representatividad como coto de caza, difícilmente puedan dimensionar la real dimensión de lo que expresamos, sino que, esta caída al vacío, esta aparente calma, previa a un gran movimiento telúrico, terminara por llevarse deglutida a la política misma.

A tal punto llega la confusión ciudadana, propiciada por quienes cobran de mas (la famosa ganancia del pescador, ante el río revuelto) es decir los que se atornillan en sus posiciones de poder, apelando a cualquier tipo de argucia leguleya, que lo único que genera es socavar la escasa confiabilidad del soberano ante el contrato social al que se le obliga a suscribir, que no enseñan, ni comunican, ni mucho menos informan, que lo único “intocable”, de lo que no se puede discutir, el piso del que no se puede salir, como para plantear un diálogo, es que se deje de hacer política, o se renuncie a ella. La política, es el ejercicio que llevan a cabo los ciudadanos para tomar sus decisiones públicas o colectivas. Dentro de estas, puede, y esta incluida, la posibilidad de que se discuta que tipo de gobierno, o que conceptos, son los más propicios para guiar a un grupo de seres humanos en un momento determinado. En buen romance, la política es preexistente a la democracia y lo único que puede ser inmodificable, es que somos de naturaleza política, el ser “democrático” es un supuesto, en el que nos quieren hacer permanecer, los privilegiados de tal sistema, que obviamente se niegan a dar la discusión, no por la perversidad de no querer incluir a las mayorías que están fuera de estos beneficios democráticos, sino por la cobardía de no afrontar el pánico que les produce, que dar esta discusión, signifique que ellos pierdan posiciones de privilegios adquiridas en el devenir democrático.  Sin embargo, tal como lo venimos advirtiendo, nada lograremos si seguimos escondiendo esta inconformidad manifiesta, entre la ciudadanía y sus representantes, sobre todo (y estamos llevando a cabo una investigación, con pruebas de campo) en los sectores más informados, llamados, contradictoriamente independientes, pues han sido los que obtuvieron mayor presencia del estado, o de la política en sus vidas, por más que expresen lo contrario, dado que se alimentaron, trabajaron y poseen la libertad de manifestarse, en forma furibunda contra el sistema del que dicen ser víctimas, pero del que no lo son tanto, como sus hermanos, marginales y pobres, que por esta condición de sometidos, son los que aún o sin que les quede otra, dicen creer todavía en el día a día democrático (sobre todo en el sucedáneo de la parafernalia electoral).

Los agentes del cambio, esos sectores que no son mayoritarios, pero que se expresan como tales (de hecho los que forjan, consumen y distribuyen desde los medios de comunicación tradicionales, como los que reinan en el nuevo fenómeno de la intensidad en el tráfico de datos en redes sociales) ya han decidido, que este sistema ha perimido. Desde hace un tiempo, vienen reclamando y tejiendo, armando o elaborando, otro en su reemplazo. Lo único que se debe dejar en claro, es la salvaguarda de lo político. De lo político en su noción conceptual y principista, es decir que el único piso, mínimo nomenclador o punto no negociable, es que cualquier reemplazo al sistema actual, debe contemplar como elemento de partida, lo político. Lo democrático, ha sido y es, un producto de lo político, como muchos de los sistemas que a lo largo de su historia el ser humano, ha experimentado como para organizarse socialmente.  

 Grecia como cuna de la democracia, por intermedio de uno de sus hombres más lúcidos, Platón, dispuso en otros estados griegos lo que consideraba el estado ideal dirigido por Gobernantes o filósofos, aquellos que eran inteligentes, racionales, apropiados para tomar decisiones para la comunidad estos formaban la “razón” del alma, y más allá de esta experiencia, debemos dejar en claro que no abonamos en ningún sentido una pretensión tan determinista, pero no por ello, dejar de mencionarla como una búsqueda sostenida en razones y argumentos por una celebridad del pensamiento como lo fue Platón en el campo de la filosofía y de la humanidad en general.

Podemos dar el salto a Hegel, en “La Enciclopedia de las Ciencias Filosóficas” cuando afirma “La esencia del estado es lo universal en y para sí, lo racional de la voluntad, pero que en tanto está sabiéndose y actuándose es subjetividad simplemente y en tanto realidad efectiva es un único individuo. Con referencia al extremo de la singularidad como multitud de individuos, su obra consiste en general en algo doble: por una parte, en sostener a estos individuos como personas y por tanto en hacer del derecho una realidad efectivamente necesaria, promover luego el bienestar de aquellos individuos (bienestar que cada uno procura para sí en primer término, pero que tiene simplemente un lado universal) proteger a la familia y dirigir a la sociedad civil…Con respecto a la libertad política, o sea la libertad en sentido de la participación formal en los asuntos del estado por parte de la voluntad y actividad de los individuos que, por lo demás, tienen como tarea principal los fines particulares y los negocios de la sociedad civil, se debe advertir que por una parte, se ha hecho corriente llamar constitución solamente a aquel aspecto del estado que se refiere a una tal participación de esos individuos en los asuntos generales, y se ha hecho también corriente considerar como estado sin constitución a aquel que no da lugar formalmente a esa participación”.

Finalmente y con el único fin de, hacer aún más expresa la pretensión esbozada: “Para Sócrates, no hay diálogos sin pólemos. El socrático saber que no se sabe instauraba una actitud ambivalente, de proximidad distante con respecto a los lenguajes de la polis, creando un vínculo con el espacio propio de la política…” (Marramao, G. “Contra el poder”. Pág. 23. Fondo de Cultura Económica. Buenos Aires. 2013) El célebre autor italiano, destaca el origen  de lo político desde una raíz filosófica en Sócrates, quién es obligado a beber cicuta, por perturbar el orden establecido, no siendo casual que de tal ratio primigenia provenga de un hecho violento, pero  sin necesidad que repitamos, tal ciclo, es decir que, despresurizados de argumentos echemos mano de la violencia, sea directa (como se hizo en los tiempos totalitarios) o indirecta, como se estila en estos tiempos modernos, no dando este debate, censurándolo, ninguneándolo, tapándolo, esquivándolo, tratándolo con forzada indiferencia, dado que lo único que se pretende y se busca, es que todo el proceso que se viene gestando, y que es minuto a minuto cada vez más obvio  y evidente, termine estallando en las fauces de los dirigentes, generándoles la primitiva reacción violenta, guiada por el resentimiento, el odio y el espanto.

Se hace política, que es lo importante, los medios, como los resultantes, y como se llamen las disputas o los circunstanciales ganadores o perdedores, siempre deben ser productos de o meramente secundarios, es tiempo que lo sepamos, que lo entendamos y lo asimilemos. Es tiempo que rescatemos nuestra condición política, por sobre cualquier otra noción o experiencia que hayamos desarrollado.

 


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