24 de febrero de 2017

En el sucedáneo de una nueva herida narcisista.

Tampoco es casual que, así como en el pasado los políticos en campaña querían fotografiarse y aparecer del brazo de eminentes científicos y dramaturgos, hoy busquen la adhesión y el patrocinio de los cantantes de rock y de los actores de cine. Estos han reemplazado a los intelectuales como directores de conciencia política de los sectores medios y populares y ellos encabezan los manifiestos, los leen en las tribunas y salen a la televisión a predicar sobre lo que es bueno y es malo en el campo económico, político y social. En la civilización del espectáculo el cómico es el rey...desde luego, no excluyo la posibilidad de que actores de cine y cantantes de rock o de rap puedan hacer estimables sugerencias en el campo de las ideas, pero sí rechazo que el protagonismo político de que hoy día gozan tenga algo que ver con su lucidez o inteligencia. En absoluto: se debe exclusivamente a su presencia mediática y a sus aptitudes histriónicas. (Mario Vargas Llosa. "La Civilización del espectáculo").

Sea la cuarta, o la quinta (la cuarta la propusieron décadas atrás)  o el número en serie que fuere, lo cierto es que tras las signadas por Sigmund Freud (el Heliocentrismo Copernicano, el Darwinismo biológico y el propio psicoanálisis) e incluso contemplando esa cuarta (que agrega la indeterminación de lo exterior a lo humano) estamos en la parusía, en el pleno acontecer de una nueva descentralización de la humanidad que tercamente, necesita constituirse en aquello que no es, desnudando su condición deseante sin que por tal razón pueda arribar a resultante alguno o específico.  Que terminemos de entender, asumir y aceptar que la política y más precisamente, la democracia como sistema simbólico ejecutante, no hace más que horadar, percudir y socavar la posibilidad de una sociedad, inclusiva, incluyente, que tienda a armonizar la mayor cantidad de contrapuntos posibles, de hacer más respetuoso, habitable y armónico nuestro mundo,  y que en virtud, del poder perverso que le hemos infligido, tiende a hacernos creer, exactamente lo contrario, es sin duda alguna el proceso  que se abrió hace un tiempo y en donde, absortos, sorprendidos, aturdidos y alelados, seguimos intentando explicar y con ello explicarnos.

Sin duda que se trata de una nueva herida narcisista, sin acudir a esta en su dimensión excluyentemente psicoanalítica (en el caso de que la tuviera) y extendiéndola en su significación cultural, el aceptarnos; tras el aturdimiento, la conmoción, que produce precisamente el trauma, la notificación de lo que apenas, viene de acontecer, de suceder, de ocurrir, como capaces no sólo de haber construido, sino seguir sosteniendo, cerradamente y sin posibilidad de discusión, al sistema político de lo democrático, como el mejor de los posibles, como el cenit organizativo y organizacional de lo humano, referenciado, en atributos semánticos como la libertad, la fraternidad y la igualdad, cuando, en verdad, ha producido todo lo contrario a sus postulados, la pauperización de la condición humana, que amenaza a tener que volver sobre sus pasos e inaugurar un proceso de involución que la conduzca inevitablemente a una partícula irreductible.

Asimilarnos como sujetos de condición tal que propendemos a la segregación, al gregarismo, a la antropofagia cultural se constituye en tal vez, en una de las asunciones de realidad, más complejas que nos toquen atravesar. De aquí surge, la condición imprescindiblemente necesaria que estemos en el sucedáneo mismo de la nueva herida narcisista (está de carácter netamente político), con toda la complejidad que acarrea el no poder tomar la distancia necesaria del trauma, del acontecer, como para deslindar todos los aspectos, en la perspectiva más amplia y abierta que podamos tener y por sobre todo que nos propongamos trazar, para ver como salimos de tal situación.

 Una vez finalizado los procesos, con sus terroríficos procedimientos, de auto aniquilamiento, que produjimos en la llamada segunda guerra mundial, a modo de redención del mismo, de situarnos más allá de aquello que llevamos a cabo, o superlativamente distintos a lo horrífico que desandamos en tal período como humanidad, buscamos mediante organismos políticos internacionales, la aprobación de cartas, de compromisos, de pactos, de enunciados, de semántica, de una actitud psicoanalítica (curar con palabras) de sanar de nuestro horror. Devino la plenitud de lo democrático, como apoteosis  del trabajo humano en las ciencias del espíritu, y su traducibilidad en la realidad social, en el campo del día a día.

La democracia instaurada y a instaurarse, luchaba contra cruentos dictadores que representaban la vieja humanidad que ya había sido derrotada en los campos concentración y en la explosión de la bomba atómica. Lo democrático se enfrentaba a la rémora del fantasma de un occiso que hubo de demostrar no lo peor de nosotros mismos, tan solo, de lo que éramos (somos) capaces de hacer (con nosotros o los otros, que es lo mismo). Vivimos por décadas en la borrachera, en la degustación de una de las bacanales más placenteras de la humanidad, creyendo que incluíamos, que desterrábamos la pobreza, que nos ampliábamos al límite de poder habitar en un mundo en donde cupieran todos los mundos posibles, todas las manifestaciones de lo humano, sin que por ello se produzcan grandes confrontaciones ni complejidades.

La democracia cumplía prometiendo. Afirmada en que el cumplimiento efectivo, que la finalidad resultante, sólo era exigible a lo dictatorial, a lo autoritario, a todo aquello de donde veníamos y lugar al que no queríamos regresar (por ende lo transformamos en un archipiélago de excepción, en un gueto, valga la paradoja, lo reducimos a la baldosa infernal de lo nazi) resolvía el concierto de sus expectativas generadas, alimentando mayores esperanzas, constituyéndose en la metafórica figura de la bola de nieve, que como alud, se desprende de lo alto de la montaña, como un pequeño desprendimiento para terminar llevándose puesto todo.

Capítulo aparte, como necesario, es la condición histérica de lo democrático. Probablemente la necesidad de curar con palabras, tras las experiencias vividas en ese mal transformado en banal, nos condujo, a este onanismo semántico, en donde hemos escuchado a líderes políticos, acabados de votar por las masas populares, decirnos, en plena orgía democrática, que, precisamente, con la democracia, se curaba, se educaba y se comía.

El desmoronarnos con lo que pensábamos que era una parte de la montaña, el darnos cuenta que atravesamos el comienzo del fin de una etapa, de una nueva herida narcisista a nuestra humanidad, que nuevamente, arderá a pelo, sangrará impúdicamente, al vernos auténticos, tal cuál somos, sin que medie, parangón espiritual, ni semántica que nos redima, se constituirá en el ritmo de los tiempos por venir.

Ya estamos comprendiendo que la política de mayorías, a la que previamente venimos ninguneando, tratando con indiferencia, soslayándola como hasta algo ajeno y por ende a lo que debemos poner e imponer distancia, cautela y porque no señalamiento, es un mecanismo, un sistema, una forma, una metodología, para que unos pocos (sin que se trate de una cuestión de clase, siquiera de condición) junto a su facción o grupúsculo (que se referencian no por afinidades ideológicas o de principios, sino por aspectos venales o de bajos instintos) se salven en términos materiales, accedan a una posición, principalmente económica, que les permitan el acceso a bienes de que de ningún otro modo accederían,  y lo más pernicioso, que para ello, nos tengan que decir, que lo hacen para el beneficio de una mayoría, en las cuáles todos estaríamos incluidos, porque supuestamente esa es la definición de lo democrático, porque discursivamente, o como víctimas de nuestra condición de deseantes, no queremos, no creemos que podamos ser más crueles, más inhumanos de lo que hemos sido.

Freud tomó de la mitología Griega, la conceptualización de la herida Narcisista, vayamos al origen:  En la mitología griega, Narciso (en griego, Νάρκισσος) era un joven muy hermoso. Las doncellas se enamoraban de él, pero éste las rechazaba. Entre las jóvenes heridas por su amor estaba la ninfa Eco, quien había disgustado a Hera y por ello ésta la había condenado a repetir las últimas palabras de aquello que se le dijera. Por tanto, era incapaz de hablarle a Narciso por su amor, pero un día, cuando él estaba caminando por el bosque, acabó apartándose de sus compañeros. Cuando él preguntó «¿Hay alguien aquí?», Eco respondió: «Aquí, aquí». Incapaz de verla oculta entre los árboles, Narciso le gritó: «¡Ven!». Después de responder Eco salió de entre los árboles con los brazos abiertos. Narciso cruelmente se negó a aceptar su amor, por lo que la ninfa, desolada, se ocultó en una cueva y allí se consumió hasta que sólo quedó su voz. Para castigar a Narciso por su engreimiento, Némesis, la diosa de la venganza, hizo que se enamorara de su propia imagen reflejada en una fuente. En una contemplación absorta, incapaz de apartarse de su imagen, acabó arrojándose a las aguas. En el sitio donde su cuerpo había caído, creció una hermosa flor, que hizo honor al nombre y la memoria de Narciso. 

 Seguir creyendo que lo democrático es lo mejor de los sistemas posibles, o el menos malo, es seguir absortos frente al agua, a un paso de que terminemos ahogados y traducidos, más luego, en una flor, como puro símbolo. Dar cuenta de que podemos, aún ser peores de lo que hemos sido, y estar a tiempo de reaccionar, nos producirá en un primer momento el dolor de darnos cuenta de la nueva herida, pero inmediatamente después recobraremos nuestra humanidad, reconvirtiéndonos, resignificando nuestra condición de humano, de lo contrario, en el ensimismamiento, terminaremos en la imagen, en lo totémico, en lo sacro de lo simbólico, que por más que sea estéticamente agradable, como una flor, no será nunca un ser humano y por ende nos perderemos en ello o para decirlo de un modo más contundente, perderemos nuestra condición humana

 

Por Francisco Tomás González Cabañas.-


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